CAPÍTULO 5

—Mamá, no empieces —supliqué en un susurro al ver cómo llamábamos la atención de medio hospital. Me sentía cansada, agotada de todo aquel tormento en mi cabeza, que no necesitaba más. Ya era suficiente con recriminármelo yo misma con cada instante de suspenso que pasaba sin saber la respuesta.

—¿Qué no empiece? —susurró alarmada—. ¿Y si es positivo? ¿Sabes lo que eso conlleva? ¿No estás pensando en ti y en tu futuro? ¿Cómo fuiste a hacer esto? ¿Qué clase de hija eres? Eres solo una niña y no tienes idea de lo que es tener un hijo. ¡¡No eres capaz de hacerte cargo de un hijo!!

Esas palabras penetraron en mi cabeza y en mi corazón. ¿Mi madre decía que yo no era capaz de cuidar de un bebé? ¿Mi propia madre?

—Escucha, mamá—respondí de forma pausada y la miré fijamente para explicarle mis razones—, no soy una niña, soy una mujer adulta que puede tomar sus propias decisiones, y solo para que te quede claro, hace un mes ya hubiese estado casada si no...

Ella abrió la boca para interrumpirme, pero me adelanté:

—Así que no tienes porqué juzgarme, soy una mujer dueña de mi vida. Y si no soy capaz de ser madre es porque tú no me has enseñado como serlo, siempre te esfuerzas sólo en ver mis errores, mis debilidades y jamás te has detenido a pensar en mí y en lo que quiero y más aún, en lo que puedo y soy capaz de hacer —espeté molesta y me solté de su agarre.

Se quedó callada mientras me observaba con furia.

─Pero...

Me alejé lo más rápido que pude, dejándola con sus palabras en el aire. Entregué el papel firmado por el doctor a la enfermera rubia que había estado escuchando nuestra conversación a lo lejos. Me dedicó una sonrisa comprensiva y me hizo pasar a una pequeña habitación llena de insumos médicos y de inyecciones.

—¿Estás bien? —preguntó con dulzura.

Asentí y limpié una lágrima que caía por mi mejilla.

—Dale tiempo, quizás no ha entendido que su niña ya creció—susurró en tanto limpiaba mi brazo con alcohol para extraer la sangre—. Muchas veces las madres deben ser drásticas con los hijos para que sean felices y tomen las mejores decisiones.

Resoplé y la miré incrédula.

—Ella ha sido dura todo el tiempo y…

—Son cosas de mamás.

—Quisiera que no fuera así.

—Pero es así. Muchas veces debemos dejar de lado nuestro orgullo y entender, de esa forma evitamos el dolor. Está claro que no te entiende, pero ¿qué tal si la entiendes tu primero? ¿Y si te das una oportunidad para entender que ella solo quiere lo mejor para ti?

—Usted la defiende solo porque de seguro es madre también y… —discutí molesta.

—Quizás tú también lo seas— replicó con dulzura y me mostró el envase con sangre. Ya la había extraído y ni siquiera había sentido nada.

—¿Cómo hizo para que no sintiera nada de dolor? —cuestioné apretando el algodón sobre la punzada en mi brazo.

—Cosas de mamás —susurró y me guiñó un ojo. Sonrió y me dejó sola en aquella pequeña habitación con muchas dudas.

Cuando salí me dispuse a encontrar a mi madre que se había perdido de aquel pasillo donde la había dejado sola. Caminé varios metros adelante buscándola entre las personas que pasaban apuradas, aunque me costara aceptarlo, sabía que mi madre tenía parte de razón en todo aquello. No estaba preparada, pero podía demostrarle que podía aprender, y para eso necesitaba de ella. Quería empezar de cero, pedirle una disculpa por aquellas últimas palabras que le había dirigido y poder hablar de nuestras diferencias.

La divisé a lo lejos, sentada en aquella sala de espera en la que habíamos estado minutos antes, frente al consultorio del doctor. Caminé apurada y aunque ella no me vio llegar, tomé aire e intenté hacer una de las cosas que desde muchos meses no hacía.

La abracé desde atrás, pero al sentir mis brazos rodear su cuerpo, la respuesta que recibí fue muy distinta a la que esperé. Se levantó molesta y me dirigió una mirada furiosa.

—Madre, yo…

—No quiero escuchar nada hasta no saber la respuesta de esa prueba —dijo con frialdad y se sentó nuevamente, con la mirada perdida y los labios fruncidos.

Sequé una lágrima que quería salir y afirmé con la cabeza.

Segundos más tarde, la puerta se abrió y la enfermera con su voz formal pronunció mi nombre.

Mis sentidos volvieron a tornarse débiles, pero intenté caminar lo más rápido que podía. Necesitaba salir de ese lugar lo más pronto que se pudiera, quería mi cama y mi cobija, quería dormir y despertar en un lugar lejano a tanto dolor.

Mi madre seguía mis pasos y podía sentir su mirada en mi nuca, lo que me estremecía aún más. Pero faltando unos pasos para llegar a la silla que sería el escenario que podía marcar mi vida para siempre, tomé una decisión. Debía ser fuerte. Debía afrontarlo. Debía superarlo. Fuera lo que fuera, debía hacerme cargo.

—Siéntense —pidió el doctor con una notable amabilidad que desde ese momento tornó mi sospecha más angustiosa.

—¿Todo bien? —cuestioné con un hilo de voz que apenas se escuchó—. ¿Estoy bien?

Volvió a mirarnos con detenimiento y pasó su vista de a mi madre para por fin enfocarse en mis ojos.

—Bella todo está bien, muy bien —repetía una y otra vez, lo que aumentaba mi nerviosismo y hacía que mi espera fuera más angustiante.

¿Eso era un positivo o negativo? ¿Qué significaba que todo estaba bien? A fin de cuentas, un embarazo puede ser visto desde distintas perspectivas... ¿cuál era la que veía el doctor?

—¿Está o no está embarazada? —replicó mi mamá y levantó su tono de voz al ver que el doctor buscaba la forma de decirlo—. Dígalo de una buena vez.

El doctor tomó una bocanada de aire y tomó mi mano por encima del escritorio. Luego la apretó al mismo tiempo que exclamó:

—Vas a ser mamá, Bella. Es positivo. ¡Estás embarazada!

Fue como si mi cerebro se hubiese sumergido en un lago helado, no podía pensar en nada. Mis extremidades empezaron a flaquear, mis piernas no respondían y mis manos temblaban al compás de mis labios. Mi corazón se aceleró más de lo que pensé que podía hacerlo y mi mente sufrió un total colapso, deteniendo el tiempo en dos palabras: Estás embarazada.

—¿Q-qué? —fue lo único que pude decir y apenas se escuchó mi voz.

—Las pruebas han dado positivo, hemos hecho dos para estar seguros debido a la insistencia de tu mamá —explicó con seriedad—, y no hay duda. Estás embarazada. Tienes cuatro semanas de embarazo. Estás empezando a gestar un bebé que crece en tu útero, este trimestre es el primero y más delicado. Debes cuidarte y...

¡Estás embarazada! Esas palabras retumbaban en mis oídos como un cuchillo en mi estómago. El filo de esas palabras se perpetuaba por mis venas y me impedía pensar con claridad.

—Bien. Gracias doctor —dije sin siquiera prestar atención a lo que sucedía a mi alrededor. Quería estar lejos, gritar, llorar, sacar toda la angustia y la preocupación que me estaba calando los huesos.

Salimos apresuradas del consultorio. Mi mamá con ganas de gritarme, yo con ganas de llorar. Mi madre me llevaba casi arrastrada, yo ni siquiera podía caminar y pensar a la vez. Mi situación era crítica, en todo el sentido de la palabra.

—¡Te lo dije! —decía mi mamá una y otra vez arrastrándome más y más por el pasillo abarrotado de gente—. Rayos, Bella, ¡te lo dije!

—¡Basta! —exclamé furiosa y me solté de su mano. Había decidido entenderla, pero ella no se dejaba entender, solo me juzgaba, me hacía sentir peor, me mataba con su actitud—. No soy una niña. Tampoco es fácil para mí. De todos, la más afectada soy yo. ¿Te has puesto a pensar en mí? ¿Cómo puedo entenderte si no me permites hacerlo? ¡Me juzgas sin saber nada, madre!

Al gritar esas palabras recibí muchas miradas de sorpresa y un regaño de una enfermera que pidió silencio. Seguí caminando hacia la salida del hospital, era en serio, necesitaba salir de ese lugar.

—Bella, escucha. Un hijo es una responsabilidad de por vida y mírate ¡estás sola! ¡James ni siquiera está enterado! —clamó alterada y bastante enojada siguiendo mi paso por el largo pasillo que daba a la salida—. ¿Cuándo se lo dirás? ¡Tiene que saber que estás esperando un hijo suyo! ¡Tienen que casarse!

Era la primera vez que hablábamos de James después del desplante en la boda, no había tocado más ese tema con mis padres por temor a sus respuestas o a sus ideas, pero ya estaba rebasando el límite. No iba a permitir que decidiera si quería o no decirle a James que tendría un hijo. Esa era mi decisión y debía respetarla.

—Yo puedo sola—afirmé decidida y sin detener mis pasos—. No necesito de ese idiota, puedo salir adelante sin él.

—No sabes lo que dices —dijo alterada y fulminándome con la mirada—. En definitiva, no sabes nada de la vida.

—Puede que no sepa tanto como tú, mamá, pero sí sé muchas cosas que tu jamás te has dado la oportunidad de conocer. Y si no lo sé ¿no crees que tengo derecho a que la vida me enseñe? —pregunté masajeando mi sien porque en ese momento una migraña intensa corrompía mi cabeza—. ¿O tu naciste sabiendo?

Una bofetada me sorprendió al instante. Su mano rozó con fuerza mi mejilla y sentí el calor rápidamente esparcirse por mi piel. La miré furiosa y con mis ojos anegados en lágrimas.

—¿P-por qué no te cuidaste? —espetó alterada y sin saber hacia dónde mirar para evitar mis ojos—. ¿Qué estabas pensando Bella Graze? ¿No existen métodos para eso? ¡Mírate ahora! ¡Tendrás un hijo pudiendo haberlo evitado!

—¿Si hubieras tenido la oportunidad de evitarme lo hubieras hecho, mamá? —cuestioné herida y limpié mis lágrimas con rabia—. Debiste hacerlo, así no estaríamos aquí discutiendo porque te avergüenza que esté embarazada. ¿No crees?

Levantó su mano para darme otra bofetada, pero la agarré antes de que pudiera hacerlo.

—¿Sabes por qué no me cuide? Porque nunca recibí educación sexual de tu parte, lo que aprendí lo hice por mis propios medios, siempre me aislaste del mundo, me robaste las oportunidades de muchas cosas, me cerraste muchas puertas y encontré esa atención y el amor en James, un idiota al que vi como el amor de mi vida. Además, nos íbamos a casar, iba a ser mi esposo, deposité mi confianza en él, pasamos mucho tiempo juntos y nunca pensé que me hiciera eso. Iba a ser mi esposo —expliqué enojada y podía sentir como mis venas palpitaban cada vez que pronunciaba una palabra.

—Iba —repitió haciendo un especial énfasis en esas tres letras—, porque estás sola, por si no te has dado cuenta.

Al decir aquellas palabras, fue imposible no romper en llanto. Eran tantas emociones que estaba viviendo, un laberinto sin salida, un revuelo de sensaciones que iban desde la tristeza hasta la decepción. Estaba sumida en un abismo, era como si estuviera en medio de un huracán y la lluvia me golpeara con fuerza, llevándose la poca vida que me había quedado después de tanto dolor que me había tocado sufrir en poco tiempo.

—¿No puedes entender que tú no eres la única que está mal? —sollocé—. ¿Sabes? Yo también lo estoy. Estoy tan mal como tú, ah no, espera, estoy peor, soy yo la que está embarazada y ¿tú solo sabes hablar de James?

—Pero es el padre...

—Pero estoy sola —fueron las últimas palabras que pronuncié antes de girarme, para salir corriendo por el estacionamiento del odioso local hospitalario, bajo la lluvia que había empezado a caer.

Mi cabello se tornó de seco a mojado en cuestión de segundos y rápidamente el frio se apoderó de mi cuerpo. Los pensamientos aparecían en mi cabeza como un remolino, todo estaba tan confuso, tan difícil de vivir; pero, aunque no sabía cómo ni qué iba a hacer, estaba segura y determinada de que, por primera vez en mi vida, debía enfrentar mi destino y, sobre todo, ser una mujer valiente, demostrar que podía ser fuerte, aunque estuviera sola, aunque el mundo entero me hubiese abandonado.

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