La paciencia y el consuelo de Damien

—¡Déjame en paz!

Pero volvió a golpear. —¡Vete!— grité, más fuerte de lo que pretendía. Mi voz se quebró en algún punto, mi garganta ardía como si hubiera tragado fuego. —Por favor, solo... solo vete. ¡No quiero hablar!

Me apoyé con ambas manos en el lavabo, mis dedos temblaban, agarrando el borde...

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