Capítulo 2: Enemigo en la sala de juntas.
—¡Mira lo que hiciste! —soltó Dorian, levantándose del suelo y sacudiéndose el pantalón con indignación—. Este traje es de lana italiana. Tendrás que pagar la tintorería.
—Lo siento, ¿está bien? De verdad no te vi venir. Iba con prisa y… —intentó explicarse Sabrina mientras seguía sentada en el suelo, con café goteándole desde la manga. No tenía tiempo para esto.
—Pues tendrás que ver mejor la próxima vez —interrumpió él, sin mirarla siquiera—. Si esperas que un “lo siento” resuelva esto, estás muy equivocada.
Sabrina apretó los labios. No entendía qué le pasaba; tal vez no lo conociera bien, pero podía notar que estaba actuando más irritado de lo habitual.
—¿Podrías al menos ayudarme a levantarme?
Dorian estiró una mano… por exactamente un segundo.
—Ah, cierto —sonrió con cinismo—. No dijiste “por favor”.
Y sin más, pasó de largo, dejándola sola en medio del pasillo.
—Increíble… —murmuró mientras se incorporaba apenas lo perdió de vista, sobándose el trasero adolorido—. Auch. Seguro me saldrá un moretón.
Miró el reloj y su corazón se aceleró. ¡La reunión!
El café le chorreaba por toda la ropa. No podía presentarse así. Corrió hacia su escritorio, sacó unas toallitas húmedas y trató desesperadamente de limpiarse. Frotó con fuerza, pero solo logró dejar una mancha café más borrosa y húmeda. Suspiró resignada y se abotonó el chaleco, que era la parte más afectada de su conjunto. No pudo hacer más con tan poco tiempo.
Frente a la sala de juntas, la secretaria de su jefa, Kimberly —una joven que parecía tener un radar para detectar el más mínimo error ajeno— la esperaba con los brazos cruzados.
—Llegas tarde —dijo, revisando el reloj como si fuera jueza en una competencia olímpica—. Y pareces salida de una guerra con una cafetera.
—Gracias por el recibimiento… como siempre —masculló Sabrina entre dientes, forzando una sonrisa.
Entró justo cuando la directora saludaba a todos. Se deslizó al fondo de la sala intentando pasar desapercibida. No le gustaba llegar tarde; sentía un nudo en la garganta, pero no podía dejar que los demás lo notaran. Tenía que ser profesional.
Apretó los puños, intento actuar como siempre, y se sentó en el único asiento vacío de la habitación.
Fue entonces cuando vio mejor a la directora, Clara. Lucía radiante. Su embarazo estaba bastante avanzado, y esa barriga prominente, que no ocultaba ni con su vestido de lino entallado, era un recordatorio palpable de la felicidad que vivía. Sabrina no pudo evitar sonreír con ternura. Sabía cuánto había anhelado Clara ser madre, cuánto lo había intentado. Durante meses, la había visto entrar a la oficina con una luz distinta en la mirada, más cálida, más ilusionada.
Pensó que, con jefas como ella, el mundo corporativo podía respirar humanidad sin perder estructura. Y eso era motivo suficiente para admirarla… y también para querer estar a la altura.
—Vaya entrada triunfal, ¿todo bien? —le susurró Erick, su compañero y uno de sus más grandes aliados en los peores días.
Ella solo lo miró, señalando discretamente la mancha en su camisa, como si eso fuera todo lo que hiciera falta para explicar su retraso.
Sin pensarlo, Erick se quitó el saco y se lo extendió con una sonrisa sincera.
—Toma. Cúbrete. Puede que no sea el último grito de la moda, pero combina con el café.
Sabrina lo aceptó con alivio.
—Eres un ángel, de verdad —susurró. No pudo evitar pensar que Dorian debería aprender los modales de Erick, quien era todo un caballero.
Erick tenía esa habilidad rara de ofrecer justo lo que se necesitaba, sin dramatismos.
Mientras se acomodaba el saco, echó un vistazo al otro extremo de la habitación… justo en el momento en que se abrieron las puertas y entró el hermano menor de la directora.
Su mirada era altiva, su aire de superioridad intacto. Ni rastro de la irritabilidad anterior, y mucho menos una disculpa por haberla ignorado. Su traje se veía impecable.
¿En qué momento se cambió de ropa? ¿Acaso tenía una muda en la oficina? No, eso no tendría sentido. Para empezar, él ni siquiera trabajaba allí.
¿Qué hacía él aquí?
Era cierto que, al ser familiar de Clara, a veces aparecía por la oficina. Pero esta era la primera vez que lo veía tan temprano. Algo no cuadraba…
Clara termino de saludar al equipo con calidez, recorriendo con la mirada cada rostro presente. Luego, fue uno por uno preguntando por los proyectos actuales. Todos eran organizadores de eventos, en su mayoría bodas, y había entusiasmo en sus respuestas.
Sabrina intentó concentrarse en lo que decían sus compañeros, pero la humedad de su pantalón seguía ahí como un recordatorio incómodo. Mantuvo la mirada al frente, la espalda recta, el rostro sereno.
Hasta que fue su turno.
Se aclaró la garganta, lista para comenzar desde su asiento… pero entonces:
—Desde tan atrás, apenas se le escucha —interrumpió Dorian, con fingida preocupación—. Quizá sería mejor si se pone de pie para presentar. Así todos podrán verla y oírla… suficientemente bien.
Sabrina tragó saliva. El tono había sido suave, pero el veneno estaba justo debajo. Clara asintió con una sonrisa amable, sin notar la intención oculta.
—Buena sugerencia, Dorian. Sabrina, ¿podrías ponerte de pie, por favor?
“Claro”, pensó. Porque lo único que necesitaba hoy era exhibir la mancha café en su pantalón frente a toda la sala. Se levantó con la cabeza en alto, sintiendo cada mirada como un flash fotográfico sobre su ropa. El saco de Erick apenas le cubría hasta la cintura.
Y sí, la de Dorian era una de esas miradas. Pero la suya brillaba con burla.
Aun así, comenzó a hablar. Con claridad. Con control. Enumeró los avances en la boda temática que estaba organizando, habló de la reunión con los proveedores, del cliente exigente que por fin aprobó el diseño floral y de cómo había conseguido un nuevo acuerdo con una pastelería especializada en decoraciones vintage.
Cuando terminó, el silencio duró apenas un segundo antes de que Clara aplaudiera con una sonrisa sincera.
—Excelente trabajo, Sabrina. Sabía que estabas manejando ese proyecto con esmero y lo has confirmado. Gracias.
Sabrina asintió con gratitud, y justo cuando se iba a sentar, Clara se volvió de nuevo hacia todos.
—Antes de continuar, tengo un anuncio importante que hacer.
De inmediato, Dorian se puso de pie, posicionándose junto a su hermana como si lo hubiese ensayado. Sabrina notó el gesto y, sin poder evitarlo, sintió cómo se le aceleraba el pulso.
Clara respiró profundo, tocándose el vientre con una mezcla de emoción y solemnidad.
—Como saben, mi embarazo ha llegado a una etapa avanzada, y aunque me cuesta dejar este equipo maravilloso, es momento de tomar un descanso para concentrarme en lo que viene.
Así que, durante mi ausencia… el liderazgo quedará en manos de alguien de toda mi confianza.
Sabrina sostuvo el aire.
—Mi hermano, Dorian, se encargará de dirigir la agencia durante los próximos meses.
Y ahí estaba, de pie junto a ella, con esa misma sonrisa pulida que había usado para humillarla minutos antes. Como si no hubiera derramado café sobre ella ni ignorado su caída. Como si no se hubiera divertido con su incomodidad.
Dorian estaba a punto de ser su nuevo jefe.


































