Capítulo 4 Plan seducción
~Renata~
La cena terminó y fui la primera en subir, incapaz de soportar por más tiempo las miradas de Colton. Me incomodaban, él no era diferente de las de esos dos descarados: con su novia embarazada y, aun así, mirándome de un modo tan impropio.
Aunque, en cierto modo, podía servirme. Estaba decidida a aprovecharlo, pero no sabía si estaba interpretando bien sus intenciones. ¿Y si, al intentar algo, terminaba cruzando la línea y quedaba en ridículo? Le llevaba cinco años; no creía que alguien como él pudiera interesarse en mí de verdad, teniendo a Emma a su lado, joven, bonita y llena de vida.
Marcos entró en la habitación con mala cara.
—Primero te comportas fatal con el novio de Emma y luego le dices que puede venir cuando quiera a visitarla. ¿Qué estás tramando? —reclamó.
—¿Debería estar tramando algo? —repliqué con calma—. Y en ningún momento me porté mal.
—Si estás enojada por algo, dilo, Renata.
Suspiré antes de darme la vuelta para enfrentarlo.
—Me alegra que Emma esté enamorada, Marcos, pero que se embarace tan de repente no me parece lo mejor. Y si le dije a ese muchacho que podía venir, fue por ella también, para que después no digan que soy una bruja que se opone a su relación.
Él me sostuvo la mirada unos segundos y luego sonrió.
—Sé que te preocupas por ella —se acercó, y yo contuve el asco que me producía su proximidad—. Pero no la agobies, ambos son jóvenes.
No podía comprender cómo el hombre al que tanto amé durante años se había convertido en alguien capaz de mentir sin pestañear, de actuar sin un mínimo de remordimiento, de tener una aventura con una mujer mucho más joven que él. Marcos tenía cuarenta años, y Emma apenas veintidós. Podría ser su hija.
Pero lo que más me enfermaba era que él permitiera que Emma tuviera novio y la compartiera entre los dos.
—Yo veré cómo trato con mi hija, Marcos.
—Nuestra —corrigió con firmeza—. Para mí también es como una hija, y por eso intercedo.
«“Hija” con la que te acuestas, enfermo».
Tuve que luchar contra el impulso de no escupírselo en la cara.
—No quiero hablar más del tema. Colton puede venir, estar con ella y hacerse cargo del bebé. ¿Contento?
Lo aparté y me senté frente a la cómoda, comenzando a quitarme los aretes y el maquillaje con una esponja suave.
—Por cierto… —se me acercó por detrás y posó sus asquerosas manos sobre mis hombros—. Esta noche te veías muy hermosa.
Depositó un beso en mi piel que me provocó arcadas.
—No vuelvas a ponerte este tipo de ropa.
—¿Qué? —me giré hacia él de inmediato.
—Eso, cariño. Sé que Colton es un buen muchacho y el novio de Emma, pero sigue siendo un hombre.
—No puedo creer lo que estoy escuchando —mascullé rabiosa—. Soy una mujer adulta y yo decido qué ponerme.
Marcos me miró ceñudo. Debió resultarle extraño mi reacción, pues antes yo me habría sonrojado, tomando su comentario como una tierna muestra de celos. Pero eso ya no funciona conmigo.
—¿Qué te pasa, Renata? ¿De verdad no tienes nada?
—No —me giré de nuevo hacia el espejo, negándome a seguir mirándolo—. Solo me molestó tu insinuación. Colton es el novio de Emma, y me parece una falta de respeto que pienses así de él. ¿Qué crees que pensaría ella si te oyera?
Por el reflejo del espejo lo vi tensarse. Claro, no quería que Emma sospechara ni llegara a pensar que él me hacía escenas de celos.
—Perdóname, es que te veías muy guapa —carraspeó—. No quise ofenderte.
—Está bien —murmuré.
Marcos no se dio por vencido y volvió a acercarse para masajearme los hombros. Conocía ya esa señal: quería sexo conmigo. Eso no lo iba a permitir.
—Estoy agotada —me levanté con esfuerzo y me dirigí al baño—. Recién me llegó el periodo, lo siento.
Sin dejarlo protestar, me encerré y apoyé la espalda contra la puerta. Me faltaba el aire; el dolor seguía ahí, punzante e insoportable.
Escuché los pasos de Marcos al salir y supe con seguridad que trataría de saciarse con Emma. ¿Se levantaba a media noche todos los días para beber agua o para meterse en su cama? No había duda de ello, malditos enfermos.
Me di una ducha larga y quedé casi media hora bajo el chorro tibio, mirando la baldosa del piso, perdida en mis pensamientos. Mi mundo se había hecho pedazos, pero mi deseo de venganza era intacto. No podía permitir que esos dos fueran felices a costa de mi dolor.
«Me lo van a pagar», pensé, y las lágrimas que no pude contener me rodaron por las mejillas.
Salí envuelta en una bata blanca, me puse ropa cómoda para dormir y me metí en la cama. Marcos todavía no había regresado, estar con Emma seguramente lo tenía ocupado.
A pesar del dolor, intenté no darle más vueltas, cerré los ojos y dormí pensando en cómo acercarme a Colton a partir de ese momento. Necesitaba una estrategia.
Para mi sorpresa, cuando me levanté tarde al día siguiente, solo con mi pijama —un corto vestido rojo—, me encontré con la mesa del comedor ocupada con Emma, radiante; mi esposo; y Colton.
Los tres se quedaron mirándome, sorprendidos; yo les devolví la mirada con los ojos abiertos por mi aspecto desaliñado.
—Renata, justo te iba a llamar para que bajaras a desayunar con nosotros... —murmuró Marcos, con el ceño fruncido.
—Buenos días, señora —saludó Colton con su sonrisa encantadora de siempre, aunque no dejaba de devorarme con la mirada.
—Buenos días —contesté—. Deberían haberme avisado; no sabía que teníamos visita hoy también.
—Oh, es mi culpa. No avisé con antelación, lo siento —se disculpó el muchacho—. Espero no incomodar.
—Siéntete como en casa. Voy a cambiarme.
No pasé por alto la mirada llena de rabia de Emma. Ella podía ser muy bella, pero yo también lo era, y Colton era hombre; debía sentirse amenazada por mi presencia provocativa.
Subí rápidamente y rebusqué en mi armario el mejor atuendo. Por suerte, siempre me había vestido bien, elegante sin importar la ocasión. Aquella mañana escogí deliberadamente algo que acentuara mis curvas y resaltara mis atributos.
Tenía treinta años y sabía que no me faltaba belleza. Que Marcos se hubiera aburrido y me hubiera reemplazado por carne más joven no significaba que otro hombre no pudiera desear lo que él había abandonado.
Era contradictorio: Colton era joven y debería fijarse en mujeres de su edad como Emma, pero cada vez que estaba frente a él, sus ojos no se apartaban de mí.
Me miré en el espejo con satisfacción. Mi objetivo era seducir a mi yerno, quitarle al hombre que pertenecía a Emma como ella me había arrebatado a mí, y verla derramar lágrimas de sufrimiento. Que llevara un bebé en el vientre no iba a ablandarme.
En esta vida todo se paga.
