Capítulo 5 Posible fiesta

~Renata~

Tal como lo sospechaba, los dos traidores en la mesa quedaron desubicados al verme entrar resplandeciente, salvo Colton, que cada vez que me miraba parecía tener enfrente un suculento trozo de carne.

Me acomodé junto a Marcos con total naturalidad.

—Mamá, últimamente te vistes demasiado llamativa —observó Emma mientras empezábamos a comer.

—¿Eso piensas? —respondí sin inmutarme—. Estoy siguiendo el consejo de una amiga: arreglarme un poco más para mi esposo. ¿Y si un día se cansa de mí? Hay momentos en que me siento poco atractiva.

Aunque Marcos estaba molesto, apenas solté esas palabras vi cómo se encendía en sus ojos un destello de vanidad inflada. Realmente creía que todo lo hacía por él.

—Con todo respeto, señora —Carraspeó Colton, desviando mi atención hacia él—, no creo que su marido se canse de usted. Es una mujer guapísima. Suegro, usted es muy dichoso.

—Gracias, muchacho —Marcos apretó con suavidad mi mano sobre la mesa—. Tienes razón, soy afortunado de tener una esposa tan hermosa. Mi Renata no debería preocuparse por su aspecto; hasta con ropa vieja se ve preciosa.

«Y aun así me traicionas con mi hija», pensé con el alma rota, aunque le sonreí como si fuera la mujer más dichosa del planeta.

Clavé la vista en Emma, ella sostenía el tenedor con rigidez, mirándome con fastidio. Detestaba no ser el centro de atención.

—Emma, mi amor, ¿te ocurre algo? —pregunté con fingida preocupación—. Ay, no me digas que tienes náuseas o algún malestar, ya sabes que es típico en el embarazo.

—No, no es…

—Deberías cuidar un poco más tu apariencia. Con la gestación puedes subir bastante de peso e incluso podría brotarte acné —comenté con un dejo de angustia, y vi cómo se le borraba el color del rostro.

—¿C-cómo dices?

—Cierto, nunca te hablé de estas cosas, pero ya te iré orientando —le sonreí con dulzura—. No te agobies, todo es parte del proceso. Tu cuerpo cambiará bastante, pero… seguirás siendo bonita.

Emma llevó la mano a su vientre, y tuve que contener la risa al ver su expresión aterrada. Lo que dije no era del todo invento: tenía una amiga que parecía modelo, pero al quedar embarazada su figura se transformó drásticamente, y después del parto aumentó aún más de peso. Así se quedó hasta hoy.

Esa pequeña zorra también sabrá lo que es llevar un bebé en su vientre. Nada de fiestas, nada de alcohol, nada de adrenalina; tendrá que vivir y desgastarse por su hijo. Conociendo su actitud, dudo mucho que lo llegue a querer cuando nazca. Emma adora su figura, le gusta cómo se ve; cree que siempre será una joven hermosa.

—No la asustes con esas cosas, cielo —me reprendió Marcos con diversión—. Déjala que disfrute el embarazo; ya la ayudarás tú para que se cuide.

—Claro que lo haré —contesté—. Además, tendrá a Colton. Él la quiere mucho, ¿verdad?

La vista de mi hija se posó en su novio con ojos brillantes. Él no apartaba la mirada de mí.

—Sí, la quiero —respondió, con toda la atención puesta en mí—. Aceptaré todas sus facetas. Y amaré a todos los hijos que tengamos.

Apreté los muslos bajo la mesa, me tensé y de pronto sentí un calor intenso. No tuve la sensación de que esa declaración fuera dirigida a Emma, que lucía una sonrisa enorme, llena de alegría, tan ingenua como siempre.

«Cálmate, no imagines tonterías», me dije. Colton la quería de verdad; yo solo pensaba en arrebatárselo.

El desayuno transcurrió en calma, en un ambiente que pretendía ser familiar pero que me sabía a veneno. Por dentro me moría poco a poco; por fuera me mostraba fuerte, una madre feliz por la relación de su hija y su “futuro nieto”.

—Voy a llevar los platos al fregadero. Sigan charlando —dije, me puse de pie con algunos trastes y sonreí.

Ellos siguieron conversando animadamente. Entré en la cocina, dejé los platos sobre el mesón y me apoyé en el lavaplatos, soltando un suspiro largo y tembloroso.

Cerré los ojos y los volví a abrir. Aquello no podía ser real; era una pesadilla.

Miré el brillante diamante en mi dedo anular y sentí rabia. Me lo quité y lo observé en la palma. Tantos años juntos, creyendo que me amaba… yo había sido la tonta de la historia.

—Eres un maldito —murmuré con despecho.

—¿Quién es el maldito?

Casi solté un grito al escuchar esa voz grave detrás de mí. El anillo resbaló de mis manos y se perdió por el desagüe del lavaplatos.

—¿Qué haces aquí? —me giré sobresaltada y vi a Colton.

Él dejó unos vasos y una jarra junto a los demás platos.

—Me ofrecí a traerlos —dijo, intentando mirar detrás de mí—. Alcancé a ver que se le cayó un anillo por ahí...

—Ah, sí, no te preocupes. Ya veré cómo lo saco. Me asustaste.

Me había dado un susto de muerte. Ni siquiera noté cuándo entró.

—Si quiere, yo le ayudo a sacarlo —se ofreció con amabilidad—. Al fin y al cabo, fui yo quien la sobresalté. ¿Es su anillo de bodas?

—Sí.

—Bueno, entonces…

—No, por favor, yo lo hago —me di la vuelta con nerviosismo, metiendo el dedo en el desagüe para intentar alcanzarlo—. Verás, no es la primera vez que se me cae algo ahí...

—Pero escuché que se fue bastante hondo —habló Colton justo detrás de mí, peligrosamente cerca. Me quedé inmóvil—. Déjeme ayudarla, mis dedos son más largos que los suyos.

Eso sonó demasiado sugestivo.

Intenté apartarme para dejarle espacio, pero no, Colton se colocó justo a mi espalda y estiró la mano dentro del orificio, concentrado en sacarlo. No podía creer que esa cercanía estuviera ocurriendo. Olía delicioso, a un perfume amaderado, y esas venas marcadas en sus manos, en sus brazos… ¿acaso entrenaba?

No resistí girar un poco la cabeza para observarlo. Sus pestañas eran largas, los labios carnosos y rosados, la nariz perfectamente recta y la piel impecable.

Contuve la respiración. Su cuerpo me tenía atrapada, sin poder moverme. El miedo me carcomía, Marcos o Emma podían entrar en cualquier momento y todo acabaría en un desastre por una escena malinterpretada. No se suponía que nos descubrieran, menos aún cuando entre nosotros no había ocurrido nada todavía.

—Colton… —susurré, sin tener idea de qué más decir.

—¿Sí, señora? —cuando giró el rostro hacia mí, estuvimos a un suspiro de rozarnos los labios por accidente. Se detuvo a escasos centímetros, y pude sentir su aliento tibio rozándome la boca.

Sus ojos azules, intensos y profundos, me atravesaban hasta lo más hondo. En ese instante ni siquiera recordaba cómo me llamaba.

—El anillo —me sacó de mis pensamientos al tenderme la mano—. Conseguí atraparlo.

Bajé la vista hacia su palma: ahí estaba la sortija que no quería seguir cargando, pero que aún me tocaba llevar.

—Gracias —la tomé, y él dio un paso atrás.

Por fin pude respirar; juraría que estuve a punto de sufrir un infarto. Las piernas me temblaban y su aroma seguía impregnado en mi nariz.

—¿Qué hacen ustedes dos? —Emma irrumpió justo en ese momento, alternando la mirada entre nosotros. Por suerte, Colton ya estaba a cierta distancia de mí.

—Estaba ayudando a tu madre…

—Estábamos hablando de ti, cielo —interrumpí a Colton, acercándome a Emma con la ternura de la madre ejemplar que siempre fui—. Me di cuenta de que anoche fui demasiado dura, Marcos me hizo entrar en razón, y entonces me estaba disculpando mientras conversábamos sobre mi nieto.

—¿En serio? Ay, mamá, sabía que cambiarías de parecer —mi hipócrita hija se mostró radiante, sin sospechar nada—. Quiero que te lleves bien con Colton, ¿sí? Él vendrá seguido, ahora será parte de nuestra familia.

—Lo que tú digas, Emma. Solo quiero que seas feliz.

Ella me abrazó con entusiasmo y, mientras lo hacía, crucé la mirada con Colton. Sus ojos estaban ensombrecidos. Lo vi acomodarse algo en el pantalón con disimulo, mientras la tensión de su mandíbula parecía a punto de estallar.

¿Eso era una erección? No… imposible.

—Mamá, quería avisarte que mañana en la noche iré a una fiesta con Colton —anunció Emma al apartarse—. Bueno… en realidad, será en su casa.

—¿En su casa? —arqueé una ceja mirando a Colton—. Perdóname, Emma, pero estás embarazada y ese tipo de ambientes no son para ti. Habrá alcohol, y podrías sufrir un mal golpe, Dios no lo permita.

—Podemos hacerla aquí, entonces, señora —propuso Colton con descaro—. Así Emma no tendría que salir ni exponerse. Solo serán unos cuantos amigos de la universidad, gente de confianza. Si usted lo aprueba, claro…

—¡Sí, mamá, excelente idea! —chilló Emma—. Mis amigas siempre han querido que organice algo aquí en casa. ¿Qué dices? ¡Por fis!

La mirada de mi “yerno” me gritaba que aceptara, como si tuviera planeado algo para esa noche. Y aun así cedí, muy dócil, dispuesta a arriesgarlo todo con tal de llevar a cabo mi venganza.

Terminé de convencerme de que este hombre me deseaba, y de una forma nada inocente. Esas miradas insinuantes ya eran demasiado evidentes. Pero si él quería jugar con fuego… yo iba a seguirle el juego.

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