Capítulo 6 Intruso

~Renata~

Los amigos de mi hija ya comenzaban a llegar a la supuesta fiesta de esta noche. Los detestaba, la música estridente me provocaba jaqueca y el olor a licor me resultaba insoportable. Nunca fui resistente a esas cosas, pero quería observar hasta dónde llegaba todo aquello.

Regresé a mi dormitorio, no para arreglarme —no tenía intención de bajar a compartir con esos muchachos y sus charlas insulsas—, sino para vigilar a Marcos, que curiosamente sí estaba vistiéndose con esmero.

—¿A dónde vas? —pregunté, apoyada en el marco de la puerta—. ¿Piensas unirte a ellos?

—¿Qué? —soltó una carcajada—. Claro que no. Tengo que pasar por la oficina, surgió un imprevisto.

—¿A esta hora? ¿Y tan elegante?

—Ah, es una reunión de emergencia. Ya sabes cómo son esas cosas, cariño.

No le creía una sola palabra. Desde que descubrí que me estaba viendo la cara de imbécil, todo lo que salía de su boca me sabía a podredumbre.

—¿A qué hora piensas regresar?

—No estoy seguro, depende de cuánto se alargue la junta —dijo, ajustándose con precisión la corbata—. Por cierto, ¿por qué le diste permiso a Emma para organizar esta fiesta? Mañana esto será un caos con esos chicos.

—Porque quiero verla contenta. Sabes que siempre cedo a sus caprichos, además, preferí que estuviera aquí y no en la calle a esas horas.

Marcos sonrió, complacido con la idea de que todo seguía bajo control, creyendo que yo no sospechaba nada y que había vuelto a ser la de antes. Me regocijaba que siguiera convencido; así, el golpe sería más brutal.

—Bien, me voy —terminó de arreglarse y luego se acercó a darme un beso en los labios que tardé en esquivar—. Vigila que Emma no beba alcohol, ¿de acuerdo? Y que no haga ninguna tontería.

Asentí con docilidad y lo observé marcharse. Desde abajo escuché cómo los jóvenes lo saludaban con entusiasmo por encima de la música retumbante.

Algo que me estaba llamando la atención era que Marcos no mostraba celos hacia Emma. No le hacía escenas por su relación con Colton, ni siquiera por permitirle organizar una fiesta llena de chicos que seguramente intentarían propasarse. Él no reaccionaba en absoluto, o al menos yo nunca lo había percibido.

¿Será que en realidad no le importaba? ¿Y que solo usaba su cuerpo joven para saciarse en la cama? No encontraba otra explicación para esa calma tan irritante, siempre estando de acuerdo en todo con respecto a ella.

Con esas ideas rondando en mi cabeza decidí bajar un momento a buscar algo de comer, para luego volver, darme una ducha y acostarme. Aún no sabía qué tramaba Colton, si la fiesta era solo un pretexto para provocarme o si escondía otra intención.

—Usted es la madre de Emma, ¿verdad? —me abordaron dos muchachos en cuanto puse un pie abajo, casi llegando a la cocina.

—Sí, soy yo —respondí con una sonrisa cordial—. ¿La están pasando bien?

—¡De maravilla! —exclamó uno de ellos, agitando un vaso rojo que claramente no contenía jugo—. Oiga, no sabía que era tan guapa. ¿Cuántos años tiene?

Qué manera tan torpe y vulgar de intentar coquetear. Eran universitarios que me observaban con ojos hambrientos, incluso dejaron que sus miradas se pasearan descaradamente por mis pechos.

¿Y esos eran los “amigos de confianza” de los que hablaba Colton? Sí, cómo no.

—Tengo… —estaba por responder, solo por cortesía, cuando un brazo firme se posó sobre mi hombro.

—Mi suegra está casada, por si no lo sabían, imbéciles —soltó Colton con molestia, bebiendo de un vaso que también llevaba—. ¿Y ustedes no tienen novia?

—Tranquilo, hombre, solo queríamos saludar a la señora —carraspeó el rubio—. Su casa es preciosa, por cierto. Y la fiesta está genial.

—Me alegra que lo estén disfrutando —respondí con cortesía, aunque incómoda por la cercanía de Colton.

—¡Oigan, chicos! —al escuchar los pasos de Emma acercarse, Colton se apartó de mí—. ¿Qué hacen? Espero que no estén fastidiando a mamá.

—Solo la saludábamos —dijo uno de ellos—. Tu mamá es muy amable y simpática.

—Y guapa —remató el otro.

Emma frunció el ceño.

—Becky y Yera los están buscando —gruñó—. No molesten a mi mamá y vayan con ellas.

Los dos se alejaron riendo para mezclarse con el resto. Ya había más de veinte invitados, incluidas varias chicas atractivas que bailaban con desenfreno.

—Mamá, la fiesta está increíble —chilló Emma, tomándome las manos y dando saltitos emocionados—. Hubieras visto la cara de envidia de mis amigas al llegar.

—Me alegra que la disfrutes, cielo. Pero prométeme que no vas a beber alcohol, ¿de acuerdo?

—No, claro que no. Pero sí puedo bailar, ¿verdad?

—Supongo que sí. Solo no te excedas.

—Perfecto —dijo, aferrándose del brazo de su novio. Colton llevaba rato mirándome con una expresión agria—. Vamos a bailar, la fiesta apenas empieza.

Me encaminé directamente a la cocina; no quería mezclarme con ellos ni mucho menos presenciar cómo Emma se restregaba contra el hombre que, en teoría, debía conquistar.

¿De verdad sentía algo por ella? A veces me hacía dudar, aunque otras no: si no le gustara, no seguiría con ella, no la habría embarazado ni vendría a visitarla. Me hervía la sangre pensar que, al final, ella estaba atrapada en la atención de dos hombres al mismo tiempo.

De la nevera saqué un par de sándwiches que había guardado en la mañana y los calenté en el microondas. Al terminar, abrí la hielera para sacar una jarra de jugo, pero justo cuando me giré para ponerla sobre el mesón y servirme, choqué con alguien. El líquido se derramó, empapándome la blusa con naranja.

—¿Qué te pasa...? —empecé a reclamar, convencida de que era algún chico borracho, pero al ver que era Colton me quedé en silencio.

—Perdón, venía por más hielo —se excusó, tomando la jarra de mis manos para dejarla sobre la encimera—. ¿Está bien? De verdad lo siento.

—Fue un accidente, no pasa nada —me despegué la tela húmeda y pegajosa del pecho—. Solo es jugo, nada...

—Déjeme ayudarla —dijo, y de pronto empezó a secarme con unas servilletas.

El roce torpe de sus manos hizo que mis pezones se endurecieran al instante. No sabía si era por el frío o porque, en la práctica, estaba acariciándome los senos aunque su intención fuera únicamente limpiarme.

—Yo me encargo, gracias —lo detuve enseguida, temiendo que en cualquier momento alguien pudiera entrar y descubrirnos—. Igual pensaba darme una ducha, no te preocupes. Puedes llevarte el hielo.

Me hice a un lado, nerviosa. Se suponía que debía tener el valor para insinuarme, pero la verdad era que me desarmaba cuando lo tenía tan cerca.

—Póngase esto encima —dijo, y antes de que pudiera reaccionar ya me había cubierto con su chaqueta—. Su blusa... es demasiado transparente, y los chicos pueden ser atrevidos.

Con el rostro ardiendo me miré: la tela dejaba ver con claridad la silueta del brasier rojo que llevaba puesto, marcando hasta la curva generosa de mis senos.

—No lo había notado —me cubrí con su chaqueta, más avergonzada que nunca—. Por los chicos no te preocupes, sé cómo controlarlo. No puedo hacerles un desplante.

—Claro que puede —me corrigió, acercándose tanto que quedé acorralada entre la encimera y su cuerpo. Sus ojos brillaban con una chispa de enojo—. Borrachos podrían llegar a tocarla, y entonces me vería obligado a hacer un desastre.

—¿Por qué? —susurré, bajando la mirada hacia sus labios.

Quiero besarlos.

Colton inclinó su rostro hasta mi oído; su respiración ardiente rozaba mi piel, y esa sensación era tan íntima que parecía estar acariciándome.

—Porque soy muy territorial —murmuró—. No comparto.

Después se apartó y se marchó. Ni siquiera tomó el hielo que supuestamente había venido a buscar.

Me quedé inmóvil, apretando contra mi pecho su chaqueta impregnada de su colonia. Junté los muslos, porque de pronto me recorría una palpitación olvidada hacía mucho tiempo.

Agarré mis sándwiches y el jugo, y subí casi corriendo a mi habitación, encendida de vergüenza.

No probé bocado, no podía hacerlo. En lugar de eso me desnudé por completo y me hundí en la tina con agua helada, intentando enfriar la fiebre que me consumía. Mi corazón golpeaba tan rápido que parecía querer salirse.

No sé cuánto tiempo estuve ahí, media hora quizá. Cuando salí, apenas cubierta con una bata que ni siquiera me até, dejándola suelta, me encontré con Colton cerrando la puerta de mi habitación. Sus ojos me repasaron de pies a cabeza sin ningún disimulo.

Capítulo anterior
Siguiente capítulo