Capítulo 7 Indecencias
~Renata~
No entendía qué pretendía Colton al irrumpir de esa manera en mi habitación, pero resultaba peligroso.
Cuando salí de mi ensimismamiento y noté que estaba hipnotizado contemplándome prácticamente desnuda —porque bajo la bata no llevaba ropa interior—, me cubrí de inmediato, sintiendo la vergüenza quemarme la piel, preguntándome si aquella visión le había agradado o, por el contrario, le pareció insulsa.
—¿Qué haces en mi cuarto? —lo increpé, tratando de ocultar el temblor de mi voz—. ¿Eres consciente de lo que estás haciendo, Colton?
—Llamé varias veces, pero no me abrió.
Mentira. No estaba tan distraída como para no escucharlo.
—¿Necesitas algo de mí? —me crucé de brazos, buscando mantener la compostura.
—Sí... decirle que... —sus pasos avanzaron y yo retrocedí instintivamente—, Emma se desmayó.
—¿Qué?
—Está bien —mi espalda chocó contra la pared y me vi acorralada de nuevo bajo la sombra de su cuerpo—. Creo que se agitó demasiado. Sus amigas están cuidándola, la fiesta continúa.
—Deberías estar con ella si se siente mal.
—Sabe cuidarse sola.
—Es tu bebé el que podría estar en riesgo.
—Mi bebé —repitió con burla—. Esa cosa apenas debe ser un embrión todavía. ¿Qué podría pasarle?
Fruncí el ceño por la forma cruel con la que hablaba de su propio bebé. Su tono era despreciativo, vacío de todo instinto paternal.
Aun así, decidí no entrar en esa discusión.
—Bueno, si eso era lo único que querías decirme, ya puedes irte —aparté la mirada, buscando alejarlo con mi indiferencia—. Regresa con Emma y tus amigos. Yo necesito mi espacio, y tú claramente no deberías estar aquí.
—¿Por qué?
—¿Cómo que por qué? Esta es la habitación de mi esposo y mía, y tú eres mi yerno, el novio de mi hija embarazada. ¿No te parece suficiente? —lo enfrenté, tratando de provocarle alguna reacción—. Sal de inmediato de...
Colton me tomó por sorpresa cuando enredó su mano en mi cuello. No apretaba con fuerza, pero sí lo suficiente para que mi pulso latiera contra su palma. Me obligó a mirarlo, y en sus ojos azules, oscuros e intensos, encontré un desafío.
—¿Aquí se acuesta con su marido, suegra? —soltó con crudeza.
—¿Qué clase de pregunta tan insolente es esa?
De pronto, deslizó su rodilla entre mis muslos y los separó con firmeza, arrancándome un jadeo. Me tenía completamente sometida.
—Me pregunto si él la satisface —murmuró a escasos centímetros de mi boca—. ¿Qué dice, suegra? ¿Lo hace?
—Te estás extralimitando, Colton. No voy a permitir esta falta de...
Mis palabras se quebraron cuando su rodilla ascendió hasta mi centro. Un gemido ahogado escapó de mí al sentir el roce directo contra mi intimidad desnuda.
—No parece disgustarle lo que hago —susurró con malicia—. ¿Va a detenerme si continúo?
—Mi esposo está por llegar —logré articular con dificultad—. Vete ya, Colton.
Lo último que deseaba era que nos descubrieran. Tenerlo encima en mi propia habitación era una locura peligrosa. Marcos podía aparecer en cualquier momento.
—Renata —pronunció mi nombre en mi oído mientras apretaba un poco más mi garganta y su lengua recorría el lóbulo—. Renata...
Su rodilla se movía con maestría allí abajo, frotándome con un ritmo apenas perceptible, pero lo suficientemente intenso para arrancarme oleadas de placer. Tanto, que quise cabalgarla, aunque logré contenerme.
¿Cuándo empezó todo esto? ¿Desde cuándo le atraía? ¿Fue en la cena de hace unos días? Aquellas miradas insinuantes que me lanzó esa noche no fueron accidentales. No me observó como a una suegra, sino como a una mujer.
—Colton... —apoyé mis manos en su pecho, intentando apartarlo—. Detente, por favor...
—No —me mordió la oreja, encendiendo aún más mi excitación—. ¿Por qué habría de hacerlo, si te gusta, Renata?
Ya no me hablaba con formalidad; ahora me trataba de tú, apropiándose con descaro de la confianza que no le había dado.
—Marcos puede...
—No lo nombres —me interrumpió con rabia—. Pronuncias el nombre de tu marido mientras estás a punto de correrte con mi rodilla... eso sí que es indecente.
No usaba sus manos, ni siquiera me besaba, y aun así yo me deshacía en sus brazos. Mi mente estaba en blanco, rogando por más. No podía creer que disfrutara con otro hombre que no era mi esposo... y sin embargo, se sentía deliciosamente bien, aunque fuera un pecado.
El orgasmo estaba a un suspiro, a punto de arrastrarme, pero justo cuando lo buscaba con desesperación, Colton se apartó, dándome el espacio que antes había suplicado, pero que ahora detestaba. Un gruñido frustrado escapó de mí.
—Eres un...
—Sueñe conmigo, suegra. Buenas noches —se despidió con una sonrisa lobuna antes de salir de la habitación.
Me quedé inmóvil, como una tonta, con las piernas temblorosas, el centro latiendo de deseo y la respiración acelerada.
No pude resistirme. Corrí al baño, cerré la puerta con llave y me entregué a mis propios dedos, hundiéndolos en lo más profundo de mí hasta arrancarme un orgasmo demoledor. Gemí en voz baja, evocando la mirada de ese hombre, su boca, sus manos fuertes recorriéndome como había deseado que lo hiciera.
No entendía qué me había provocado Colton, qué demonios despertó en mí en ese instante, pero la culpa me aplastó apenas los ecos del clímax se disiparon.
Ese chico estaba jugando conmigo. Me tomó por tonta y yo caí como una idiota. Sin embargo... fue imposible resistirme.
¿Dónde quedaba Emma para él en todo esto? ¿Por qué se expresaba con tanto desprecio de su propio "hijo"? ¿Y qué significaban esos ojos fijos, llenos de obsesión y hasta de celos? Porque lo noté, Colton ardía cada vez que yo nombraba a Marcos.
Tantas preguntas y ninguna respuesta. Estaba demasiado frustrada.
No me importó nada más, ni la fiesta ni si Emma estaba bien o no. Me metí en la cama después de lavarme otra vez.
Pero no logré dormir, tampoco probé el sándwich frío con el jugo que tenía sobre la mesita. Pasaba de la medianoche cuando el silencio reinaba y sentí a Marcos llegar.
Era extraño que apareciera a esa hora; ninguna empresa funcionaba de madrugada, así que trabajando no estaba.
Pensó que dormía porque me hice la dormida. Olía a alcohol, y cuando se inclinó a besarme la frente —como siempre hacía—, un perfume de mujer logré percibir. No era el aroma de Emma, no. Era fuerte, sofisticado, como a rosas.
«Marcos tiene a otra además de Emma», pensé.
Entró al baño y se dio una ducha. Luego apagó las luces y se acostó a mi lado como si nada.
Lo curioso fue que presentir o sospechar que tenía otra amante no me dolió tanto como esperaba. Sentí un malestar en el pecho, una amargura sorda por los años desperdiciados, pero ya no me quedaban lágrimas para alguien que no valía la pena.
Esa noche, en lugar de él, mi mente se perdió en Colton. No podía dejar de pensar en su mirada, en lo que me hizo sentir. Si en apenas unos días de conocerlo lo deseaba con tal intensidad, significaba que el amor que supuestamente sentía por mi marido no era tan fuerte como había creído.
Sí, quería vengarme de Emma arrebatándole a su novio, pero este juego de seducción, tan arriesgado y prohibido, me estaba gustando demasiado. La adrenalina, el peligro, lo prohibido... todo era irresistible.
