


PREFACIO
—Te vas a casar con Oric Vane quieras o no, ¿te queda claro? Siempre has sido un lastre, una inservible que solo habla de delirios de grandeza, hasta hoy te mantengo. ¡O te casas con el Alfa Oric o te echo a la calle!
Las crueles palabras de su madrastra taladran fuerte en su mente, pero Lyra Draven preferiría morirse de hambre en la calle antes de ceder a los caprichos de su madrastra.
—¡Pues prefiero quedarme en la calle! —le grita, demostrándole que no tiene miedo.
Sin embargo esa valentía solo le sirve para ganarse una bofetada de su madrastra.
—¿Crees que puedes librarte tan fácil? —espeta furiosa, echando espuma por la boca de tanta rabia.
Su madrastra Selene no va a permitir perder la jugosa oportunidad de dinero que le darán a cambio de entregar a la pobre loba huérfana en matrimonio.
Lyra se toma el rostro con los ojos a punto de llorar, pero se contiene. No le va a dar el gusto de que la vea llorando.
—Entonces no digas que tengo opciones —escupe.
Selene se ríe con sorna y desdén.
—Es verdad, no las tienes —asegura. En ese momento chasquea los dedos y un par de Betas de la manada de Oric Vane entran por ella.
Sin importar cuanto patalea o lucha, Lyra no puede contra la fuerza de esos dos grandes Betas que la arrastran en contra de su voluntad.
La arrojan a una carrosa y a ella no le queda más que ver por la ventana cómo se la llevan mientras su insufrible madrastra sonríe con las manos llenas de las bolsas con oro que le dieron a cambio.
A Selene nunca le importó y mucho menos le creyó cuando ella le decía que no era una bastarda perdida sino la hija del gran y poderoso Alfa Theron Draven. Pero su vida como la princesa de los licántropos le había sido arrebatada y su nombre, y su credibilidad como la verdadera princesa de los Lycans, borrada.
Pero si de algo está segura Lyra es que no se casará con ese horrible Alfa y mucho menos va a dejar que el linaje de su familia muera en el olvido, porque ella sabe bien quiénes fueron los responsables de su desgracia y lleva años planeando su venganza.
—Quédate ahí y no intentes escapar. El Alfa Oric vendrá por ti enseguida —le espeta uno de los Betas cuando llegan al territorio de la manada “garra plateada”.
Le cierran la puerta y Lyra escucha con claridad las llaves poniéndole seguro, pero si piensan que ella se quedará encerrada, están muy equivocados.
Con desespero, Lyra saca una de las horquillas que le sujetan el cabello negro, lacio y largo hasta más debajo de su espalda; y con una precisión envidiable, logra destrabar la cerradura. La puerta se abre con cuidado y hace un ligero chirrido, pero eso no le importa.
Sin pensárselo dos veces, sale corriendo por el pasillo y salta por una ventana, a pesar de que se encuentra en un tercer piso.
Aterriza con destreza felina sin lastimarse ni un solo músculo, pero los lobos de la manada se dan cuenta de su escape.
—¡Encuéntrenla! ¡Pónganle un tranquilizante de ser necesario, pero no puede irse de aquí! —escucha que gritan los guardianes.
—Sobre mi cadáver me obligarán a casarme —susurra para sus adentros.
El vestido que lleva puesto se rasga al atorarse con unas ramas, pero sigue corriendo sin detenerse, adentrándose en el bosque desconocido para ella, pues ahora se encuentra muy lejos del único lugar que había llamado hogar.
Los gruñidos y las pisadas de los lobos de Oric la siguen por varias horas, pero Lyra no se detiene. Cuando por fin deja de escucharlos es que se atreve a respirar algo de oxígeno para sus pulmones.
Sin embargo, un aroma peculiar llama su atención. Se pone en alerta y pronto se da cuenta de que son más de uno. ¿La encontraron? ¿La tienen rodeada?
De pronto de entre los árboles, tres figuras aparecen ante ella emergiendo de entre las sombras. Altos, imponentes. Diferentes, pero con un lazo innegable entre ellos. Tres pares de ojos rojos la observan como si ya fuera suya.
Tres hombres.
Tres lobos.
Tres demonios… y su sentencia.