Capítulo 2 Cita clandestina.
—Dante, mi ropa no es de vieja —acotó Belinda—, solo no muestra piernas y trasero como lo hacen tus amantes casadas…
—Que celosa eres, debes aprender a compartir monjita, amaos los unos a los otros.
—Mejor cállate, te crees muy gracioso, pero a mí no me lo parece.
—Yo preferiría no parecerte gracioso —susurró Dante seductor—; me gustaría más si…
— ¡Ariadna! —gritó Belinda al ver a la pequeña que lloraba desconsolada sentada en el suelo.
Al parecer perseguía a una mariposa que no le tuvo paciencia y se había caído y lastimado la rodilla, Belinda se sentía bastante culpable, porque emocionada con Dante había descuidado la pequeña Ariadna y ni vio cuando se cayó la criatura.
—Ya pequeña, no pasó nada —la consoló Belinda.
Dantela sorprendió tomando a la niña en sus brazos.
— ¿Qué pasó chiquita te aporreaste?, me parece que lo mejor es que te busquemos un trozo de torta y un vaso de leche.
—Tete —dijo la niña.
—El tetero, claro que sí, con suerte te duermes y me dejas a la bella Belinda para mí.
Belinda mordió sus labios para no reír y evitó la mirada de Dante, la niña fue con Belinda, ella le pidió a Dante que la esperara mientras llevaba a la pequeña Ariadna con la hermana Teresa para que le diera el tetero y la acostara, Belinda pronto regresó corriendo desde la casa donde él la esperaba.
— ¿Te sientes en una cita clandestina? —Le preguntó él con picardía.
—Claro que no, vamos a buscar la cámara fotográfica.
—Monjita, ¿no podías dejarme soñar?
Ambos sonrieron y caminaron al estacionamiento.
Había varios autos, pero ninguno era la camioneta enorme de Dante, él fue hasta un auto pequeño y que fue nuevo hace muchos años.
— ¿Y dónde está tu camioneta?
—La vendí —Belinda lo miró y notó resignación en su mirada, pero ahí mismo disimuló —. Era una monstruosidad.
— ¿Tuviste que venderla?
—Tenía deudas, y no quería gastar lo obtenido de mi sociedad con Pablo, quiero invertir en mi hacienda, lo práctico era vender el Hummer, pagué y me quedó para comprar este auto, es pequeño, pero me lleva y me trae.
Dante buscó un estuche negro y sacó una camara profesional y tomó varías fotografías sin enfocar hacia la cara de Belinda.
—Son de prueba. —se excusó Dante.
Dante tomó muchas fotografías, Belinda no le habló en esos instantes. Dante parecía transportado a otro mundo de luz y felicidad, no había forma de observar sus fotografías sin sonreír, Belinda admiraba su trabajo, él aunque decía que la fotografía era un hobby, era un artista.
Belinda lo miró en el momento que la enfocaba y tomaba una foto.
—Me descubriste —dijo Dante juguetón.
—Sentí la necesidad de verte, dicen que eso pasa porque un sexto sentido te dice que te observan.
— ¿Crees en eso del sexto sentido? —Preguntó Dante negando.
—Sí, sexto sentido es una forma de llamarlo, pero yo no lo llamaría así ya que nuestro cerebro no lo registra como a los otros sentidos, pero hay presentimientos, incluso premoniciones que solo le damos valor una vez que se hacen reales, también hay otra cosa, algo como certeza de determinados hechos que aparentan ser diferentes o no existir.
— ¿Cómo la fe?
—Exactamente, yo puedo sentir a Dios y afirmar su existencia aunque no lo haya visto.
—Bueno, eso te enseñaron a creer —después de una pausa reflexiva Dante tomó otra fotografía y dijo— yo fui monaguillo y la verdad nunca sentí a Dios en la iglesia, era para mí un fastidio, algo que mi padre me obligaba, mis padres se sentaban en las butacas de adelante, orgullosos y arrogantes con mi hermana en las piernas de mi papá —Dante sonrió—, antes de que mi papá me ordenara que me hiciera monaguillo iba regularmente a una colina de la hacienda y le hablaba a las nubes, en su blancura veía el manto de la virgen y sentía que los pájaros me contestaban, que Dios me acariciaba con la brisa, luego dejé de ir .No sé… Supongo que crecí. Sé de memoria las oraciones y el rito de la misa, pero no recuerdo la última vez que entré a una iglesia o que pensé en Dios, más allá de nombrarlo en una frase oportuna.
—Es decir, tomar el nombre de Dios en vano.
—No me sermonees, Monjita, por favor.
—Él te está esperando a que tú lo busques, a que vuelvas anhelar su compañía como lo hacías de niño.
—De los niños es el reino de los cielos.
—Así es.
—Ya terminé —dijo Dante después de un momento sintiéndose incómodo, como siempre le pasaba con Belinda terminaban hablando de cosas serias y profundas y no le gustaba, prefería el sarcasmo y las conversaciones superficiales.
—Gracias por todo, ¿me las harás llegar por correo electrónico?
—Está bien, y no me lo agradezcas, lo hice a cambio de que no me delataras con Robert y su madre.
—Igual no iba hacerlo, no creo que seas culpable de que Sergio secuestrara a Elena, nunca lo hice.
—Sexto sentido —respondió él burlándose.
—Tengo la certeza de que eres inocente.
Dante sonrió.
—No lo hagas monjita, no tengas fe en mí… que tal si me das un besito de despedida.
—Podemos despedirnos perfectamente sin que te dé un beso.
—No seas mala, quizás nunca nos volvamos a ver.
—Que dramático eres, seguro algún día nos volveremos a ver.
—Estaré muy ocupado en la hacienda, quizás quieras seguir teniendo citas clandestinas conmigo.
Belinda lo ignoró.
—Espero que te vaya bien, y que puedas lograr que tu hacienda prospere.
—Gracias…
Belinda bajó la cara y dio media vuelta para irse.
—Angelito ¿y mi beso? —Inquirió Dante sonriendo viéndola caminar.
—No hay —dijo ella sin volverse.
—Sabes que sería mejor si me complaces, ahora no lo olvidaré y tendré que acosarte cada vez que te vea.
—Que quizás no vuelva a suceder —Contestó Belinda que no paró, pero iba a paso lento.
—No, ahora tendré que ingeniar excusas para verte.
Belinda paró y se volvió un poco.
—Quizás eso quiero.
Belinda sonrió y siguió caminando, Dante quedó con las manos en los bolsillos riendo también.
Belinda era para él una novedad, como una joven de otra época, las mujeres que lo habían rodeado desde su juventud se mostraban experimentadas y si no lo eran lo simulaban. Hoy en día la mayoría de sus conquistas eran mujeres casadas sin complicaciones para él, tal como era el caso de Dinorah, una mujer fogosa de moral disoluta que no lo estremecía ni la mitad de lo que lo hacía vibrar Belinda con sus ropas de vieja y profundidad espiritual.
Belinda estaba muy ligada a la familia de Pablo Larsson, e igual no era para él, ella si no se hacía monja, debía casarse con algún hombre de moral impecable y dedicado a la iglesia y su obra benefactora con el orfanato.
Aunque a él no le molestaba el orfanato.
No por primera vez pensó que si Donna se hubiera criado en un lugar como ese orfanato, quizás ahora no tendría que estar en París, lejos de los problemas en los que se había metido por caprichosa e inmadura.




























































