Mi amigo tiene que saber

Después de dejar a Vicky, volvimos a Bellingham en completo silencio. Estaba al borde de la desesperación. Podía verlo por el rabillo del ojo, sin hacer nada, ni siquiera una mueca, y eso me trituraba por dentro como un molinillo de café. Su serenidad era completamente inadmisible bajo las condicion...