4. ¿Nos conocemos?

Presente.

Definitivamente éste hombre no era como me lo había imaginado. Aunque decidimos no revelar nuestras identidades, no hacía falta. Él lograba hacerme sentir cómoda y agusto a su lado. En primer lugar me dió un pequeño recorrido en su camioneta por las calles. Me dejó apreciar la belleza de Grecia durante la tarde, mientras el sol caía poco a poco, iluminando todo de un tono naranja.

Era un poco gracioso como la persona se nos quedaban viendo, supongo que era curioso mirar a una pareja andar con máscaras en la cara mientras hacía tanto calor en el lugar, pero de igual manera, decidimos seguir manteniendo el anonimato, de cierra manera era un poco sensual el asunto. La imaginación se echaba a andar para terminar de dibujar su rostro mentalmente.

Yo estaba segura de que estaba guapísimo, no me hacía falta mirarle el rostro completo para poder decir esto. Tenía un aura de autoridad innegable, me daba escalofríos cuando su mano me tocaba la mía o cuando sus ojos conectaban con los míos... Eso era todo lo que quería sentir, no me interesaba en lo absoluto lo demás, sino disfrutar el presente y su compañía.

He de decir que era un muy buen guía turístico, supo exactamente por donde llevarme, qué probar, qué comprar. Era un sujeto agradable y resultaba refrescante luego de mis últimos viaje, casi que tuve que huir de las garras del musulmán que pensaba tomarme como su quién sabe qué número de esposa. ¡Musulmanes! Si iba a casarme, mínimo sería la primera esposa. ¿La cuarta, quinta? Ni hablar.

Con las sugerencias de Alex, probé algunos platillos típicos de puestos ambulantes, e incluso compré algunos recuerditos de conchas y manualidades. Casi sentía tristeza porque me iría pronto, no volvería a verlo quizás nunca más. Y ese pensamiento era aplastante para mí, era complicado entender lo que me pasaba, pero solo podía saber que él me gustaba mucho.

—¿Y no te gusta ser contadora?

«Oh, oh. Tema delicado. Grado de peligrosidad: cinco de diez». A veces me sinceraba demasiado (o eso decían los demás chicos con que salía), y terminaba siendo una larga e interminable lista de quejas, lágrimas, reclamos y toda clase de cosas incómodas que puedan imaginarse, lo que ahuyentaba a los tipos.

Pero ya me estaba acostumbrando a la idea, veinticinco años eran suficientes para intentar superarlo. ¿No? Y más vale, porque dentro de poco tendría que enfrentarme nuevamente a mi familia, volver a la monotonía de ser una muñequita de aparador y trabajar de contadora. Algunas veces, tenía pesadillas con esto. Soñaba que volvía a casa, me encerraban en una jaula enorme de fierro para pájaros y mi escritorio de trabajo dentro era lo único que me hacía compañía.

Froté mis antebrazos, sintiendo que el viento se volvía más y más frío conforme caía la noche.

Suspiré, acariciando la arena debajo de mi con los pies descalzos. Estábamos en un local en la playa, bebiendo margaritas con sombrillitas de colores a petición mía.

El clima sofocante de calor pero el viento a la sombra eran una combinación extraña, pero no me iba a quejar por esto. De hecho, le venía bien a la situación, si saben a lo que me refiero. El sudor me hacía un poco húmeda en lugares que no creí que pudiera sentir nunca. Como las plantas de los pies. Me daba un poco de miedo que el calor derritiera mi maquillaje, el cual cubría mis tatuajes.

¿Qué pensaría de mi si los viera? Más de una vez me hicieron caras feas por ello, bien me lo había dicho mi madre.

«Espero que sea un tatuaje temporal, sabes lo que piensan en nuestro círculo social de ello. ¡Potenciales delincuentes los traen! Y en una señorita como tú, se ve muy mal. Quítatelo».

Claro que no era temporal, pero le mentí y todavía lo tengo en el hombro, un dragón. Mis tatuajes tenían un bonito significado, pero quizás las personas no lo verían como yo.

Me cambie en el hotel la ropa por un vestido de playa que tenía en la maleta. Realmente era gracioso como en casi cada país intercambie mi ropa. Dejaba ropa del anterior lugar que había visitado, y tomaba nueva que se asemeje al nuevo destino. Y porque además no tenía morralla para andar compre y compre ropa, además de espacio en mi pequeña y confiable maletita viajera.

—No, realmente no. Quisiera odiar a mis padres por todo, pero no descifro cómo es que no puedo —confesé.

Su mirada grisácea era tan intensa, tan difícil de no mirar.

—Eso es porque los amas. A veces, es mejor alejarnos de la familia tóxica. Aunque quizás es lo más difícil, porque una parte de ti los quiere, ¿no es así?

Asentí, de acuerdo con sus palabras.

—No dejes que sigan controlando tus pasos. Demuestra que vales más que por un apellido, cualquiera que sea.

Sonreí.

—Eres muy bueno con las palabras, Alex. ¿No nos conoceremos de algún lado? —pregunté, sintiendo de pronto familiaridad en él.

Pero negó con la cabeza, y siguió bebiendo de su margarita. La camisa azul estaba arremangada, podía notar sus firmes antebrazos, el músculo de su brazo. Definitivamente quería descubrir que había debajo de toda esa ropa. Espero no sea producto del alcohol, porque soy malísima para la bebida. Caigo rápido...

—¿Tienes algo que hacer esta noche?

Su pregunta me saco de mis pensamientos, y al mismo tiempo me sorprendió. Con la vista en el cielo, me dí cuenta de que ya estaba oscureciendo. Una masa oscura iba llenando el cielo naranja. La tarde iba cayendo de poco en poco, y el sol se ocultaba en el horizonte.

—No, sabes que no —contesté, sintiendo nervios en mi abdomen bajo. Unas pequeñas mariposas flotaron alrededor de mi estómago, sintiendo que esto ya estaba tomando otro rumbo

Su mano acarició mi rodilla, por lo que me congelé en mi sitio. Sentía su palma caliente contra mi carne desnuda.

«Más arriba...»

Como si supiera exactamente lo que estaba pensando, él frotó mi rodilla de arriba hacia abajo, subiendo por el dobladillo de mi vestido hasta mis muslos. Nadie estaba mirando, de hecho, estábamos en la parte trasera del local, ocultos por unas palmeras. La mirada de sus ojos recorrió mis labios entreabiertos, justo en el inferior. El aire no era suficiente para mí cerebro, porque me estaba sintiendo mareada. Su aroma llenaba mis sentidos, deseando más, más...

—Quiero besarte.

El susurro de sus labios contra mi oreja, causo un estremecimiento por todo mi columna. En el cuello, su aliento me daba cosquillas. Quería que me bese. Lo deseaba más que nada.

—Pero aquí no —Cuando escuché esto, casi suelto un gemido de frustración. Ya me había aguantado varias horas, quería sentirlo ahora mismo.

Con una valentía de no sé dónde (quizás de la calentura), o por el alcohol... Lo tome por las solapas de su camisa, y le estampé un jodido beso húmedo como había visto en las películas.

Aunque al principio se resistió —y eso me enfado—, cedió rápidamente. Profirió un quejido, antes de tomarme por la cintura y casi que apretujarme entre sus brazos, besándome con fiereza.

Algo entre nosotros dos se había despertado, y Diosito sabrá cómo arreglarlo, porque yo no. Mordí su labio inferior, mirándole a los ojos, retándolo. Él por supuesto que fue a recuperar el control, porque metió su lengua en mi boca, tratando de dominar la mía.

Sus manos recorrieron mis muslos, fuertes, calientes. Cuando sentí que apartaba mi tanga y metía uno de sus dedos en mi interior, casi suelto un gemido demasiado alto. Claro que me callo a besos, introduciendo una y otra vez esos deliciosos y largos dedos en mi interior, que rogaban YA, fuera otra cosa la que estuviera dentro. Me apretó el muslo contra su erección, deseaba sentirlo más cerca, sentirlo por completo. Mi respiración era irregular, estaba nerviosa y con el pulso loco. Incluso mis manos temblaban al tocarlo.

¿Podía grabar este momento con fuego en mi memoria?

Cuando me besó el cuello, mis ojitos revolotearon y me recorrió un látigo de corriente; ni hablar de la humedad que tenía entre mis piernas, prácticamente había una fuente ahí. Estaba empapada, lo que ayudaba a sus dedos a entrar con facilidad cada vez más rápido en mi interior.

—Joder. Quiero cogerte. Ahora —Dijo entre dientes.

—Por favor, no puedo más. Llévame a donde sea pero tómame ya —respondí, sintiendo que mis paredes apretaban sus dedos sin descanso.

Antes de darme cuenta, sus brazos me alzaron en vilo. Corrió al auto, y nos metió en la parte trasera. No en los asientos. En la maldita cajuela de carga.

¡Al demonio! Estaba oscuro, no había nadie en el estacionamiento de la playa... Y activo el capo de la parte trasera. ¿Qué buen diseño, no?

Gotas de sudor caían por mi frente, y mi cuello. Siguió sin darle tregua a mi interior, que clamaba por su liberación inmediata.

—Ah, carajo. Carajo....

Me revolvía completamente, no podía estar quieta, mi cuerpo pedía algo que desconocía y lo pedía rápido. ¿Por qué nunca había experimentado algo tan intenso como esto? ¿Cómo es que él parecía saber en dónde tocar, en dónde buscar?

Las ropas desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos. Todo era una locura. Sus anchos hombros morenos, sus pectorales duros y el abdomen más jodidamente erótico que había visto. Tampoco es que haya visto mucho, ¿verdad? Pero así era. Él estaba candente, un bombón de fuego, como diría mi abuela.

Devoraba mis pechos, tanto que ya estaban entumecidos y húmedos por su lengua. Algo dentro de mi se estaba construyendo, algo que me volvía loca. Mis caderas iban de arriba hacia abajo al compás de sus dedos...

—Por favor, ya, ya...

—Sh, agápi mú. Te daré lo que quieres, yo también te deseo —susurró entrecortadamente.

Yo no sabía qué estaba pidiendo en realidad, pero mi cuerpo sí que sabía, como si fuera un sentimiento en automático. Quizás así es como venimos programados, es nuestra naturaleza.

Y cuando lo sentí penetrarme, moverse contra la fuente de mi deseo, se sintió malditamente bien. Abrí la boca de puro gozo, lo sentí llenarme por completo. Empujó más profundo, y eso logro hacerme arquear la espalda hacia él. Un gruñido potente salió de su garganta, cosa que me volvió loca.

Nos movimos rítmicamente, como una canción que subía y bajaba de decibeles, intercalando las cotas de placer; primero era suave, lento... Después se volvía rápido y fogozo. Mis piernas tenían vida propia, rodeándolo e instándolo con las plantas de los pies a incrementar el ritmo.

Mis reclamos fueron atendidos, y él me hizo suya en la oscuridad y privacidad de la noche. Le dió a mi cuerpo la liberación que buscaba, una liberación que estallo en cientos de fuegos artificiales a mi alrededor. Todo dejo de importar, esos segundos en que me sostuvo contra él fueron eternos.

Convulsione en torno a su miembro, mientras lo sentía tener su propia liberación. Un ronco gruñido salió de su garganta, profundamente enterrado en mi interior. Nuestras respiraciones eran irregulares, no podían controlarse porque lo que acababa de pasar era pura adrenalina y pasión, una que nunca creí ser capaz de sentir por nadie, hasta hoy.

Me entregué a un perfecto desconocido, y ninguno de los dos parecía tener intenciones de terminar ahora...

¿Así se sentía la primera vez? ¡Porque estaba de mil maravillas! No dolió como había leído que algunas chicas decían, quizás era de ese pequeño grupo de afortunadas que simplemente no tenían ese problema. O quizás cuando montaba caballos, bicicleta o practicaba algún deporte se rompió el himen, tan delgado que no lo sentí o confundí con la menstruación.

Estuvo tan bueno, que me daban ganas de repetir. No tuve vergüenza alguna en hacérselo saber al hombre:

—Otra vez —pedí entre jadeos.

Claro que cumplió mi petición sin rechistar.

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