5. Adiós, virginidad
Desperté sola, con una nota y un desayuno. Al parecer, el susodicho tenía que ir a trabajar temprano en la mañana. No me sentí mal, después de todo, solamente habíamos compartido sexo. No era ninguna declaración de amor ni nada. Pero fue divertido, y extraño. Me imaginaba la primera vez... Algo distinto. No me dolió para nada, es más; ni cuenta me di cuenta ya había entrado en mí, fue placentero y la mejor experiencia del mundo. Me hizo preguntarme si aquellos mitos sobre la primera vez era diferente para todas, o realmente no había mucho diferencia entre serlo o no serlo.
De todas formas, me vestí con rapidez, y salí del vehículo. Dicho de paso, tuve que entrar en la ventanilla de los asientos traseros porque el capo estaba puesto. Abrí el seguro de la puerta, y me traje mi maleta conmigo. Todo estaba en orden: maleta, ropa, celular, cartera... Y aún era buena hora para llegar al aeropuerto. Por suerte había elegido un horario que sabía no me causaría tanto problema. No era apenas salía el sol, sino hasta las doce, y eran las diez y media.
Bostecé, y miré a mi alrededor en busca de un taxi o autobús. Cuando conseguí subirme en uno, en dirección al aeropuerto, me permití rememorar la noche anterior.
Una vez no nos había bastado, ni una segunda. Solo fue hasta la tercera que termine completamente satisfecha, y cai rendida en su pecho. Eso sí, el hecho de hacerlo con las máscaras puestas fue demasiado extraño y al mismo tiempo excitante.
¿Qué podía decir? Los griegos tenían algo. Cuando sonó mi teléfono, me sorprendió ver el nombre de mi madre en el identificador de llamadas. Fruncí el ceño, no tenía muchas ganas de amargarme mi mañana antes de llegar a México. Que los problemas fueran llegando, no ahora. Pero ya conocía a mi madre, se enfadaría todavía más si no contestaba aquella llamada.
Respire hondo.
—Dime.
—Al menos ten la decencia de saludar a tu madre —Fue lo primero que dijo.
Rodé los ojos, y apreté los labios para no decir algún improperio.
—Hola, madre. ¿Cómo estás? Yo muy bien, gracias.
—Como sea, algo ha sucedido aquí, necesitamos que vengas lo más rápido posible...
—No le digas todavía.
Esa era la voz de mi padre, se me hizo extraño que a esa hora estuviera en casa cuando todos los días se iba desde que amanecía al trabajo y volvía muy tarde, no almorzaba en casa y nunca faltaba, rara vez lo veía en casa. Así que algo debía de estar sucediendo, algo importante o no siquiera hubiera pensado en llamarme mi madre. En la familia teníamos prohibido cualquier tipo de escándalo, era una de las reglas de oro que teníamos: no llamar tanto la atención con estupideces, a menos que sean cosas que valgan la pena y nos dejen bien parados. Una colaboración con alguna marca importante o conseguir la firma de alguna empresa importante con la nuestra. Repasé mentalmente si había hecho alguna tontería en las últimas veinticuatro horas.
¿Acostarme con un desconocido entraba en ese categoría? No, creo que no, era un tema irrelevante, dudaba mucho que a mis padres les importase mi sexualidad o con quien me metía, quizás no tenía que ver conmigo sino con...
—¿Qué hizo Lucas? —la pregunta salió más brusca de lo que me esperaba, pero él siempre en el filo de lo que estaba bien o mal, no sé, díganme loca pero él me ponía nerviosa cuando estábamos en algún evento, como si algo fuera a suceder a su alrededor. Tenía cierta fama de mujeriego, altanero y poco paciente. Siempre se metía en problemas en la secundaria, no dudaba que ésta vez sea el motivo de preocupación de mis padres. Y cuando dejaron de discutir al otro lado de la línea, creando un silencio aterrador, comprendí que no estaba equivocada.
—Tu hermano ha hecho algo imperdonable, algo estúpido y lo más desastroso para toda la familia, Melina. Tienes que venir acá y ayudarnos con lo que sucedió... No, no sabemos qué sucederá con la empresa —respondió mi madre, casi la sentía con la voz rasposa, como si hubiera estado llorando.
—Dime qué hizo.
Silencio. Oí que mi padre seguía diciéndole cosas, no entendía bien porque parecían estar discutiendo acaloradamente. Los nervios me carcomían el estómago, un sudor bajaba lento por si nuca. ¿Tan malo? Perder la empresa era como perder nuestro estatus, nuestro apellido bien cuidado y trabajado durante años, quizás hasta décadas. Lo que sea que haya hecho Lucas, debía ser del tipo legal, del tipo que siempre imaginé que sucedería.
Es decir, de pequeños una vez agarró una bicicleta ajena porque el dueño (nuestro vecinito), fue a almorzar. Y en su propio patio entro mi hermano, se llevó la bici y la mantuvo escondida en el sótano. Claro que esas eran pequeñas "travesuras" como justificaron mis padres después, pero era el inicio. En la secundaria tomó el trabajo de unos compañeros y lo hizo pasar como suyo; yo supe que mentía porque el día anterior lo escuché hablando por teléfono con su amigo Pietro sobre que le valía un carajo la tarea y seguro al día siguiente algo se le ocurriría.
Él salió bien de eso, claro. Nuevamente, no se dudó de su palabra en la casa. Yo era la entrometida por querer mancharlo. Yo estaba en su contra porque un día él estaría a cargo de nuestra empresa de seguridad y seguros. Se&Se Sandoval. Yo quedaría relegada a la contaduría mientras mi mentiroso hermano sería quien diera las órdenes, quien lo controlaría todo. Así es como las cosas debían de ser, y hasta mis veinticuatro años nunca lo dude, haga lo que haga, Lucas siempre obtenía el beneficio de mis padres.
Y yo tenía que mantenerme alejada viajando porque no soportaba esto más. Dos años me habían servido para estar lejos de toda esa basura que tanto me afectó de pequeña. Quizás era una especie de egoísta sentimiento, pero una parte de mi estaba regodeándose porque Lucas este metido en problemas.
No me duró mucho el gusto, cuando mis padres por fin dejaron de discutir y acordaron decírmelo, la sonrisa de víbora de borró de mi cara en segundos.
—Se atrevió a robarle a un millonario —confesó mamá.
«Valió madres». Fue mi primer pensamiento. Si algo sabíamos en el negocio, era que la reputación de nuestra familia estaba por encima de cualquier tipo de ambición. De cualquier cosa de valor incalculable. Jamás debía pasar por nuestra mente robar a ningún cliente, especialmente a los poderosos. A los peligrosos.
—¿Qué... tan malo es? —pregunté, dudosa. Quizás podríamos compensar al cliente con efectivo, o ...
—Millones —susurró mi madre. Casi la podía ver llevándose la mano al pecho, ella sufría del corazón. Por ello todos esos años me aguante toda esta mierda, tan feo como fuera el asunto entre nosotros, no planeaba hacerle daño sabiendo que quizás le diera el patatús o algo peor. Aún así, ganas no me faltaron en mi época rebelde de la preparatoria.
—¿Dónde está Lucas? —No sé porqué hice esa pregunta, pero quería saber. Ya me imaginaba un poco el panorama, y no era muy agradable que digamos.
Stella Guardiola suspiró sonoramente por el auricular.
—Huyó del país, como podrás imaginar. Apenas salió la bomba, fuimos a buscarlo a sus casas, su despacho, hasta llamamos a sus novias más recientes pero ninguna supo dar razón de su paradero. Estolas investigó y supo que él había comprado un billete para algún lugar en Australia, pero canceló las tarjetas que tenía luego de eso, no estamos seguros de si fue para despistar y realmente está en otro lugar, pero así es.
Cuando llegue al aeropuerto, y me bajé, todavía no sabía qué decirle a mi mamá.
Miré a todas las personas corriendo de un lado a otro, platicando, riendo. Pero mi mundo estaba derrumbándose poco a poco. Ya decía yo que vivir una increíble experiencia con semejante hombre tendría un costo astral o algo parecido, porque era demasiado bueno para poder vivir el resto de mis días feliz con aquello en mi memoria.
Lucas era un estúpido, egoísta y ratero hombre de veintisiete años que seguía teniendo actitud de un niñito berrinchudo y ambicioso de doce. Tan poco comprometido con la familia, con el negocio familiar que le valió madres hundirnos en la miseria. Tenía tantas ganas de tomar su cara entre los manos y soltarle puñetazos. Pero el chulito estaba en alguna parte del mundo disfrutando de quién sabe que cosa millonaria y con alguna de sus conquistas, otra chica que seguro había manipulado para ayudarlo con sus pendejadas.
—¿A quién le robó?
Mamá estaba llorando, decía cosas que no lograba entender porque incluso hipaba. Ella nunca lloraba, es más; no recordaba alguna vez haberla visto soltando ni una lágrima de risa.
—No podemos decirte por teléfono, tendrás que venir hasta acá para ver todo el desmadre que se hizo —esa era la voz de papá, más firme y autoritario. Bueno, al menos alguno de los tres todavía estaba manteniendo el sentido común.
Respire hondo unas cuantas veces para calmarme, todavía no asimilaba el hecho de que estábamos metidos en asuntos legales, que mi vida iba a cambiar para siempre, que tuve sexo sensacional con un desconocido buenísimo y que mi viaje por el mundo se había terminado.
Era momento de volver a ser Melina Sandoval, y quizás ahora, sería yo quien sacara a mi familia de la miseria.
—Estaré ahí en la noche. Dile a Stella que se calme de una puta vez, así no es como actúa un Sandoval —Dicho esto, colgué la llamada. Caminé a paso seguro entre todo el gentío, esperé un rato hasta que logré abordar el avión directo a mi ciudad.
Ya veríamos cómo aplacar al hombre, y luego, encontraría a mi fastidioso hermano para darle la arrastrada de su vida por joderme mi viaje, por joder el negocio familiar y por crearle éste problema a nuestros padres que muy bien lo trataron durante toda su vida, a costa de que yo fuera miserable.


















