Capítulo 2 CAP 2 - VACIO DENTRO DE MI
El vacío se sentía cada vez más pesado en mi pecho, como si me faltara aire incluso en los momentos más simples. Me repetía a diario que debía estar agradecida: tenía un hogar, un esposo que era reconocido por su fe, una vida ordenada y sin sobresaltos. Pero por dentro, algo en mí se desmoronaba lentamente. Era como si mis sonrisas fueran una máscara que cada día costaba más sostener.
Esa mañana, mientras barría el pasillo de casa, escuché los murmullos de las vecinas en la vereda. Reían, hablaban con una soltura que me sorprendía. Una de ellas, con labios pintados de un rojo intenso, me saludó con la mano y me invitó a tomar el té esa tarde.
Guardé silencio por un instante. Algo dentro de mí quería aceptar, pero la voz que siempre me acompañaba — la de mi esposo, la de nuestra doctrina — me gritaba que no debía. Cuando al mediodía se lo comenté a Samuel su mirada me dijo de todo, menos que le gustaba la idea.
—¿Un té con ellas? —repitió, su tono lleno de burla — Esas mujeres solo viven para chismear y exhibir su carne. Quieren arrastrarte a su frivolidad. ¿Eso deseas? ¿Convertirte en un rumor más? —
Sentí cómo su voz me atravesaba como un cuchillo, pero me limité a bajar la cabeza. No respondí. Siempre había sido más fácil callar.
Esa tarde, sin embargo, Samuel tuvo que salir a aconsejar a una pareja de la célula. Me dejó sola en casa, y fue como si un peso se levantara de mis hombros. Entonces, casi sin pensarlo, me arreglé. No era mucho: un vestido sencillo, el cabello trenzado como siempre. Pero al verme en el espejo dudé. ¿Estaba cometiendo un pecado? ¿O era simplemente una mujer que deseaba un poco de compañía?
Con temor caminé hasta la casa de la vecina. Apenas crucé el umbral, me envolvió un ambiente distinto: las luces cálidas, las risas suaves, el aroma dulce de galletas recién horneadas. Ellas estaban allí, cinco mujeres alrededor de una mesa. Vestían con libertad: pantalones ajustados, blusas cortas que dejaban ver su ombligo, los brazos descubiertos, zapatos altos que resonaban contra el piso. Sus cabellos sueltos caían con naturalidad, y sus rostros brillaban con maquillaje que realzaba cada gesto.
—Hola — se acercó una a saludarme, rubia, alta, ojos azules y sonrisa cálida — Me alegra que hayas venido. Soy Valeria — estreche su mano y note el hermoso color de sus uñas
Me senté en silencio, un poco cohibida, sintiendo que no encajaba. Pero no me juzgaron; al contrario, me recibieron con sonrisas sinceras y me sirvieron una taza de té.
Al principio, las conversaciones giraron en torno al hogar, los hijos, las compras del mercado.
Yo hablaba poco, y comentaba cuando me preguntaban algo aun sintiéndome extraña entre ellas, pero poco a poco, las palabras tomaron otro rumbo. Una de ellas contó entre risas cómo había sorprendido a su esposo con una noche romántica, otra habló de los juegos y caricias que disfrutaban en la intimidad.
—¿Y usaste velas? — le pregunté con curiosidad recordando la cena que había hecho la noche anterior
—Claro bella y luego la usamos para la cama, ¿entiendes? — me guiño un ojo h todas rieron menos yo. No entendía lo que decía —Nos gusta la cera caliente en la intimidad — aclaró al ver mi expresión — Nos da más placer — volvieron a reír
Mis mejillas ardían. Nunca había escuchado a mujeres hablar así, sin tapujos, con naturalidad. Cada detalle me escandalizaba, pero al mismo tiempo me hacía sentir un nudo en el estómago. Era como si un mundo desconocido se desplegara frente a mí.
—¿Y tú, Luisa? —preguntó una de ellas con malicia tierna—. ¿Cómo es con Samuel?
Las cinco me miraron expectantes. Tragué saliva. ¿Qué podía decir? ¿Que cada encuentro era frío, que él nunca me acariciaba más allá de lo necesario, que yo cerraba los ojos y rezaba hasta que todo terminaba? ¿Que nunca había sentido placer?
—Es… bueno —respondí con un hilo de voz — Disfrutamos mucho — mentí y tome té de inmediato
Ellas esperaban más, detalles, anécdotas, risas. Pero yo no sabía qué decir. Nunca había sentido nada que pudiera contarse como gozo. Ante mi silencio, murmuré lo único que me parecía seguro:
—Mi deidad no me permite hablar de esas cosas — no era mentira, pero agradecía que eso me haya librado
Hubo un breve silencio. Luego, asintieron con comprensión, como si entendieran. El tema cambió, y respiré aliviada, aunque por dentro mi corazón latía con fuerza.
Al despedirme, mientras me ponía el abrigo, Valeria, una de ellas se acercó. Me tomó suavemente del brazo y, con voz baja, me dijo:
—No te creo, Luisa.
—¿A qué te refieres? — cuestione sin entender
—¿Es bueno? — repitió mi respuesta — Nena, si fuera bueno, no solo doerias eso. Créeme — tomo mis manos — Nadie merece vivir sin conocer lo que es de verdad sentirse mujer. Si algún día lo deseas, puedo darte el número de un servicio… masculino. Ellos saben cómo demostrarte lo que te pierdes —
Sentí que el suelo se abría bajo mis pies.
¿Acaso me decía que me acostara con un hombre que no era Samuel, mi esposo?
—¡No! —susurré, apartando la mirada—. No me lleves a pecar.
Ella sonrió con un gesto que no era burla, sino comprensión.
—Entiendo Luisa. No te preocupes. No lo volveré a mencionar. Lo siento —
Salí apresurada, con el corazón desbocado. El aire de la calle era frío, pero mi rostro ardía. Todo lo que había escuchado retumbaba en mi mente. Y, aunque lo negaba con todas mis fuerzas, una semilla de curiosidad había quedado plantada en mí.
¿De verdad existen servicios así?
Esa noche, mientras me recostaba en la cama al lado de Samuel, volví a preguntarme: ¿esto es un matrimonio? ¿Es esto lo que me espera el resto de mi vida?
Y por primera vez, en silencio, deseé que la respuesta fuera “no”.
Hola
Gracias por leer este capitulo.
No olviden que estoy en redes sociales como Genemua.Libros y en mis historias destacadas encontrarán a los personajes como yo me los imagino.
Espero se puedan pasar por ellas y disfrutar de estos personajes.
Nos leemos despues.



































