Capítulo 4 EL DESPERTAR

No aguanté más. Tenía que hablar con alguien, sacar todo lo que me estaba consumiendo por dentro. Al día siguiente caminé hasta la casa de mi vecina, la misma que me había dado el número, aunque apenas la conocía, había algo en su forma de mirarme que me daba confianza.

Cuando abrió la puerta y me vio, no necesitó palabras. Debí parecer un fantasma, con los ojos hinchados y la voz quebrada.

—Luisa… ¿qué pasó? —preguntó con suavidad, tomándome de las manos.

Y entonces todo se rompió. Lloré como nunca antes, con sollozos que me sacudían el cuerpo. Me senté en su sala y, entre lágrimas, le conté la verdad que había guardado por años: el vacío de mi matrimonio, la frialdad de Samuel, la humillación de cada noche, y finalmente… lo que había visto.

—Él… —me costaba pronunciarlo— Él estaba con otra. No aconsejaba a nadie. Estaba con otra mujer, tocándola, besándola como nunca lo hizo conmigo —

Valeria me abrazó fuerte, sin interrumpirme, sin sermones ni reproches. Su pecho cálido y su silencio comprensivo eran el refugio que jamás había encontrado en mi hogar ni en mi religión.

—No sabes cuánto lo siento, Luisa —susurró, acariciando mi cabello—. Pero quiero que sepas algo: tú no eres culpable. No lo eres. Él eligió traicionar, él eligió mentir. Tú mereces amor, ternura, respeto… mereces sentirte viva —

Lloré más fuerte en sus brazos. Nadie nunca me había dicho esas palabras.

—Esta noche… —me atreví a confesar, entrecortada— Esta noche tengo un encuentro —

Valeria me apartó un poco para mirarme a los ojos. No había juicio en su mirada, solo apoyo.

—¿Estás segura? —

Asentí con un hilo de voz.

—Sí. Quiero hacerlo. Quiero saber qué se siente ser… yo —

Una sonrisa tierna curvó sus labios.

—Entonces no vas a ir como cualquiera, Luisa. Vas a ir como la mujer hermosa que eres.

Me llevó a su habitación y abrió su armario. Escogió un vestido rojo de tela suave, ajustado en la cintura, con un escote que jamás me habría atrevido a mostrar.

—Pruébatelo — dijo animada.

Temblando, me lo puse. Al mirarme en el espejo, no me reconocí. Mi piel morena brillaba bajo la tela, mis curvas, siempre escondidas bajo faldas largas y blusas cerradas, parecían cobrar vida.

—Estás preciosa —dijo Valeria con firmeza.

Me prestó unos tacones negros que apenas sabía caminar, pero que me alargaban las piernas de una forma que nunca había visto. Luego, se sentó frente a mí con un neceser y comenzó a maquillarme. Sombra en los ojos, rubor en mis mejillas, un labial rojo intenso.

Cuando terminó, me giró hacia el espejo.

Me quedé sin aire. La mujer frente a mí no era la esposa apagada de Samuel. No era la devota que repetía oraciones en silencio. Era otra: fuerte, sensual, viva.

Se me llenaron los ojos de lágrimas, pero esta vez no de tristeza.

—Valeria… gracias —

Ella sonrió y me apretó la mano

Cuando llegó la hora, Valeria insistió en llevarme. El auto se detuvo frente a un edificio discreto, elegante, iluminado tenuemente.

Me tomó de la mano antes de que bajara.

—Escúchame bien: no estás sola. Hazlo solo si lo sientes, y si en cualquier momento quieres irte, yo estaré esperando tu llamada para recogerte —

La abracé fuerte. Nunca nadie en mi vida me había dado un apoyo así.

—Lo haré —susurré, con el corazón a punto de explotar.

Ella me guiñó un ojo, acarició mi mejilla y me dejó frente a la puerta.

Respiré hondo, ajusté el vestido sobre mi cuerpo, y avancé. Por primera vez, no como esposa, ni como sierva, ni como sombra.

Esa noche entré como Luisa.

El corazón me latía con fuerza mientras caminaba hacia el salón donde me esperaban. Cada paso en los tacones hacía resonar mi inseguridad, pero también algo nuevo: una emoción que nunca había sentido. Cada fibra de mi cuerpo estaba alerta, como si el aire mismo me recordara que estaba a punto de cruzar un límite que jamás había imaginado.

La puerta se abrió y él me recibió alto, sin camisa, un cuerpo muy bien trabajado, tenía un tatuaje desde el pecho asta las costillas, piel morena, cabello en rizos caían por su frente. Su mirada era cálida, reconfortante, y por un instante sentí que podía bajar las defensas que llevaba años levantando.

—Hola —dijo— No hay nada que temer aquí. Solo deseo que disfrutes.

Mi garganta se secó. Nunca nadie me había dicho algo así. Ni Samuel, ni la deidad que había llenado mi vida de reglas. Solo yo misma, perdida en mi miedo, temblando en silencio.

—Yo… —susurré— Nunca… nunca he sentido… nada en esto — confesé

Él asintió, sin prisa.

—Está bien —dijo—Solo déjate sentir, cualquier cosa que no te guste o desees parar me avisas — lo mire y asentí

Me hizo sentar y lentamente comenzó a hablarme, preguntándome de mis gustos, mis límites, mis deseos. Cada palabra, cada gesto, era como una caricia que nadie me había dado. Su voz era cálida, paciente, respetuosa. Y poco a poco, sentí cómo el miedo se mezclaba con la curiosidad y el deseo.

Se acercó suavemente y me beso, fue un beso tierno que escaló rápido. Besaba bien y eso hizo que en mi el desea creciera aun más. Sorprendiéndome lo tome de la nuca y me subí sobre él, sus manos se aferraron a mi cintura y recordé como descubierto a Samuel, en la misma posición. La ira creció en mi y le pedí al sujeto que siguiera por favor.

Me levantó, sentí como las tiras finas del vestido eran bajadas por mis hombros, luego el cierre hizo lo mismo, ayude a que mi ropa saliera y la timidez se hizo presente ya que nada más me cubría solo la ropa interior. El hombre me dejo acostada en la capa y quedo de pie frente a mi.

—Sexy — susurró y se quito el pantalón, Samuel no era para nada así — Ahora besaré cada centímetro de tu piel y luego si lo deseas te follare una y otra vez — suspiré

¿Cómo unas simples palabras podían hacerme sentir así?

Y cumplió lo que dijo.

Sus labios, sus manos me hicieron sentir cosas que jamás había sentido, mi piel se estremecia, mis manos se aferraba a él y yo solo sentía la necesidad de más.

Luego se quitó la prenda que faltaba y yo no pude sorprenderme más, definitivamente este hombre no era Samuel, se colocó un preservativo y subió sobre mi.

— ¿Deseas que continúe? — me preguntó mirándome a los ojos

—Si — susurre nerviosa — Pero despacio, no creo que eso entre en mi — mis palabras lo hicieron sonreír y me volvió a besar

Correspondí con ímpetu, deseo y cuando lo sentí en mi entrada, respire.

Un solo empujón me hizo gemir, el maldijo y yo sonreí, le pedí que siguiera y así lo hizo, sus movimientos era firmes, ritmicos y hacían que cada parte de mi ser deseara más, y así lo pedí. El cumplió y una vez que sentí que iba a explotar, su mano llegó a mi intimidad y empezó a rozar un punto que jamás había sentido. No era solo él también su mano me daba placer, yo hacía sonidos que me sorprendian, peor no podía parar, no cuando sentía que dentro de mi algo se extendía y crecía y de repente explotó.

Fue algo sin palabras, me sentía muy bien, y me restregaba al hombre que me había hecho sentir así. Sus labios se unieron a los míos en un beso suave y delicado.

Y en ese momento entendí lo que me había faltado durante años: no era culpa mía, no era pecado desear placer, no era un error sentir, disfrutar, dejar que alguien me conociera de verdad.

Se colocó a mi lado y me abrazó, dejé que su calor me envolviera, y por primera vez en años, lloré de placer y alivio. No eran lágrimas de tristeza, sino de descubrimiento. Cada sollozo era un pedazo de mí que renacía, que rompía las cadenas de la obediencia ciega y del vacío que había soportado por tanto tiempo.

—Gracias —susurré, todavía temblando.

Él sonrió, acarició mi cabello, y dijo:

—Gracias a ti sexy —

Al salir de allí, el mundo parecía distinto. Mi piel, mi cuerpo, mis pensamientos… todo había cambiado. Por primera vez, comprendí que no había pecado en descubrirme, en vivir mi deseo, en buscar mi placer.

Y mientras caminaba hacia el auto donde Valeria me esperaba, supe que nada volvería a ser igual. Esta noche no solo había descubierto la intimidad verdadera; había descubierto mi propia fuerza.

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