Capítulo 5 ASI QUE ERES TU

No podía dejar de pensar en lo que había pasado aquella noche. Cada imagen, cada sensación, cada roce del hombre del servicio recorría mi mente como un fuego que me quemaba desde dentro. Era algo distinto a todo lo que había vivido con Samuel. Con él… nunca sentí placer. Nunca sentí calor, ni deseo, ni esa emoción que me recorría ahora. Solo vacío, obligación y frialdad.

Y, sin embargo, mientras revivía cada instante, un sentimiento de culpa me envolvía. Me reprendía por haberlo hecho, por haberme dejado llevar, por haber cruzado un límite que mi religión me había enseñado a respetar. Me decía que era pecado, que mi deidad me juzgaría, que debía arrepentirme. Pero al mismo tiempo, un cosquilleo de libertad me recorría el cuerpo. Por primera vez, sabía lo que era sentir placer de verdad.

Mi odio hacia Samuel crecía con cada pensamiento. Cómo podía entregarse a otra mujer, tocarla, besarla, hacerle lo que a mí me había prohibido, llamándolo pecado si yo intentaba algo parecido. Me hervía la sangre solo de imaginarlo. El hombre que yo había amado y respetado, que predicaba sobre pureza y devoción, en secreto se desbordaba en lo que me había negado

Decidí salir de casa y reunirme con las vecinas. Valeria ya me esperaba con su sonrisa tranquila, esa que siempre parecía entenderme sin palabras. Al entrar, sentí que un peso en mi pecho se aligeraba un poco.

—Hola, Luisa —dijo Valeria, abrazándome suavemente—. ¿Cómo te sientes? —

—Confundida… y un poco… culpable —susurré

Nos sentamos y empezamos a hablar de la casa, de recetas, de anécdotas triviales. Pero pronto, como siempre, la conversación viró hacia lo íntimo.

—¿Y con Samuel? —preguntó una de ellas, curiosa—. ¿Cómo van las cosas?

Respiré hondo y sonreí, jugando el papel que todos esperaban.

—Bien… normal. Algunas noches son… diferentes —dije con un guiño, sin entrar en detalles.

Valeria me miró y nuestras miradas se cruzaron. Una chispa de complicidad silenciosa pasó entre nosotras. Sabía que ambas compartíamos la verdad: lo que yo había vivido no tenía nada que ver con Samuel. La sonrisa de Valeria me reconfortó y me hizo sentir menos culpable, más fuerte.

Al día siguiente, acompañé a Samuel y a la célula a servir a unos marinos en el puerto. Todo parecía rutinario, pero yo caminaba con los sentidos alerta, con la mente todavía girando en lo vivido y en lo que había aprendido.

Y entonces lo vi.

Entre la multitud, frente a mí, estaba él: el hombre del servicio masculino. Su mirada me encontró y ambos nos quedamos paralizados por un instante. Mi corazón saltó en el pecho. No había esperado encontrármelo allí, en este lugar lleno de rituales y formalidad.

Sus ojos brillaban con la misma sorpresa que sentí, pero también con algo más: reconocimiento, complicidad. Esa chispa me recordó toda la noche que había vivido y todo lo que aún estaba por descubrir.

Mi respiración se aceleró, y por un instante el mundo desapareció a nuestro alrededor. Todo lo que conocía, todo lo que había vivido con Samuel, parecía desvanecerse frente a la posibilidad de lo que estaba por venir.

Supe entonces que nada volvería a ser igual. Nada podría borrarlo de mi mente ni de mi corazón. Y mientras lo veía desde la distancia, una certeza me invadió: esta vez, yo elegiría lo que quería sentir, lo que merecía, lo que me haría verdadera y completamente feliz.

Finalmente, se acercó. Su andar seguro y su sonrisa de complicidad me hicieron temblar por dentro.

—Hola, sexy —dijo, como aquella noche, con un tono que me hizo sonrojar y estremecer al mismo tiempo.

—Hola —respondí, devolviéndole la sonrisa—. Y yo… ¿cómo te llamo? —

—Me llamo Dante —dijo, guiñándome un ojo. Su nombre le daba fuerza, y tenía algo en él, un magnetismo que no había sentido nunca antes. —Encantado de verte de nuevo —

— ¿Así que eres marine? — dije mirándolo de abajo hacia arriba

—Si, este es mi trabajo principal, el otro solo es algo pasajero — asentí sonriendo

Antes de que pudiera decir algo más, Samuel apareció a mi lado. Sus ojos se estrecharon al vernos sonreír juntos.

—Ella es mi esposa —dijo, con un tono que mezclaba orgullo y celos—. Luisa, mi esposa —

Dante asintió con calma, manteniendo la compostura, pero yo noté el pequeño brillo en sus ojos al percibir el control que Samuel intentaba ejercer.

—Encantado, Samuel —respondió, firme y sereno— Solo estoy aquí para servir y ayudar, a quienes lo necesiten nada más — su mirada cayó en mi

Samuel frunció el ceño y me miró. Me obligó a sonreír hacia él, pero mis pensamientos estaban aún con Dante. Cuando fuimos a la tarima como líderes para hablar del servicio y agradecer a los marinos, no podía dejar de sentir la atención de Dante sobre mí. Cada mirada suya me hacía sentir viva, deseada, diferente.

Durante toda la ceremonia, mientras Samuel hablaba de deberes, liderazgo y devoción, yo no podía concentrarme. Solo pensaba en Dante: cómo se acercaba a mí con respeto y a la vez con una intensidad que me recorría todo el cuerpo. Cada gesto suyo me recordaba aquella noche, cada detalle me recordaba lo que había sentido y lo que estaba por venir.

Al salir y despedirnos de todos los de la célula, sentí la mirada de Dante, cuando lo mire en efecto estaba fijo en mi, me guiño un ojo y me lanzó un beso, a lo que sonreí.

Samuel me tomó del brazo para salir, susurró:

—No me esperes despierta.

Sonreí por dentro y no dije nada. Ahora sabía exactamente a dónde iba. Mi corazón estaba listo, y esta vez, no habría culpa que pudiera detenerme.

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