Capítulo 7 DECIDIENDO POR MI

Hoy salíamos de una reunión de damas. Yo ya estaba harta de escuchar los consejos de que debemos agradar a nuestros esposo, cumplir nuestro deber como mujeres y serles fiel hasta la muerte sin cuestionar nada.

—Luisa — me gire y encontré a la miembro más nueva del grupo, su boda había sido hace picas semanas —¿Puedo hablar con usted? — me miraba con temor — Necesito un consejo — asentí de inmediato y nos apartamos del grupo

—¿Qué sucede Clara? — nos sentamos en unas sillas

—Vera... David y yo nos casamos hace poco, pero siento que en la cama y, no nos entendemos. Es como si... — se quedó callada pensando que decir

—¿Cómo si tu fueras un robot? — su mirada me hizo saber que había acertado

—¿Cómo lo sabe? — sonreí — Yo me preguntaba si no podríamos hacer más, para entendernos en esa área. A David también le molesta y yo no sabia con quien más hablar — asentí entendiendo

— Clara, la intimidad en una pareja es eso, su intimidad. Lo que te puedo decir es que intenten darse besos antes de todo — su expresión me demostró que así hubiera actuado si fuera yo hace unas semanas

—Pero esta prohibido besarnos — me recordó mirando alrededor con temor

—Si, pero son esposo ya una pareja y es su intimidad — la tome de las manos — Empiezen con besos y caricias y van diciendo lo que les gusta y que les parece eso les puede ayudar — Clara asintió y sonrió

—Muchas gracias Luisa. Con razón tu y Samuel se los ve tan unidos. Ustedes son perfectos juntos — finjo una sonrisa mientras me despedía de Clara.

Si ella supiera como averigüe ese consejo, me mataría.

Al caminar al parqueadero sentí una mirada en mi, no había nadie en el lugar así que mire alrededor y casi me da un infarto al ver a Dante en una esquina.

Dante me miraba con descaro, como si con los ojos me desvistiera otra vez. Y yo… yo no podía evitar sostenerle la mirada. Había fuego entre nosotros, fuego que fingí apagar al sonreír educadamente mientras miraba alrededor con temor a que alguien me vea hablando con un hombre que no fuera Samuel.

Él se acercó con paso firme, ese uniforme sexy qué tenia. Mi respiración se cortó cuando lo tuve frente a mí. Su voz fue baja, casi un susurro que solo yo escuché:

—Hola Luisa, esto es para ti — mire abajo y vi una bolsa color roja

—¿Qué haces aquí Dante? Alguien nos puede ver — inspeccione una vez más

—Tranquila, esperé hasta que la última perdón se vaya — también miro alrededor

—¿Y esto qué es? — indague

—Un regalo y mi número de teléfono personal, para que si deseas ha lar o simplemente agendar alguna... Cita — sonreimos — Puedas hacerlo — asentí

— Gracias — el me recorrió con la mirada

—Te veo luego Luisa — asentí y se fue

Entre al auto emocionada y abrí la bolsa. Adentro había una rosa roja que por instinto olí y ese perfume del hombre que veía a escondidas invadió mis fosas nasales, luego una blusa de color verde claro, con detalles de encaje y botones como perlas. Era hermosa y me encantaba y como prometió también estaba su número y con una nota.

"Cuando vi la blusa pensé en ti. Delicada y hermosa como eres tu. Espero tu mensaje.

Con cariño Dante"

Sonreí y fui a casa a esconder las cosas antes de que Samuel llegara.

Al día siguiente, busqué a Valeria. Le conté lo sucedido, cómo había vuelto a encontrarme con él y su regalo. Ella abrió los ojos sorprendida, casi sin poder creerlo.

—Luisa, esto es un peligro… —me dijo—. Pero también entiendo que no puedas sacártelo de la cabeza.

Yo suspiré. Ya no había vuelta atrás.

Esa noche, cuando Samuel dijo que iba a salir otra vez y que no lo esperara despierta, sentí que el destino me estaba dando permiso. Tomé el celular, marqué su número.

—Hola sexy — sonreí

—¿Podemos vernos hoy? — pregunté

—Para ti siempre estaré Luisa — acordamos la hora y colgué

Dante me abrió la puerta y no dijo nada al principio. Sus ojos recorrieron mi cuerpo vestido de negro, el maquillaje que Valeria había aplicado con tanto cuidado, y esa sonrisa ladeada apareció de nuevo en su rostro.

—Te ves hermosa, sexy —murmuró, acercándose.

—Gracias por la blusa, es hermosa — solo sonrió

Cuando Dante me tocó la mejilla, temblé. No de miedo, sino de anticipación. Su mano era firme pero suave, como si supiera exactamente la medida de fuerza que yo necesitaba.

— Quiero hacerte tantas cosas, y créeme que muchas serán nuevas para ti. Te aviso para tener tu permiso. No tienes que quedarte si no quieres —susurró, buscando mis ojos.

Me sorprendió esa libertad. Samuel jamás me había dado elección. Siempre había sido “cuando él quería y como él quería”. Yo solo debía obedecer. Pero Dante me estaba dando poder. Me estaba preguntando.

—Quiero quedarme —respondí sin pensarlo.

Y con esas palabras, crucé un umbral invisible.

Él me besó, y sentí que todo mi cuerpo despertaba. Mis labios ardían, mi piel vibraba, y de pronto entendí lo que nunca había entendido: que la intimidad no era un deber, era un lenguaje, una danza, un fuego compartido.

Me guió con paciencia, con pasión, con respeto. Cada gesto suyo era diferente a todo lo que había conocido: donde Samuel imponía, Dante invitaba; donde Samuel usaba, Dante entregaba.

Cuando todo terminó, me encontré recostada en su pecho, con el corazón aún desbocado y las lágrimas cayendo sin control.

—¿Estás bien? —preguntó él, acariciándome el cabello.

Asentí, aunque apenas podía hablar.

—Es que contigo todo es diferente, contigo siento libertad y siento que puedo elegir. Algo que yo jamás había logrado. Yo … nunca había… —me callé, incapaz de decirlo en voz alta.

Él entendió.

—Nunca habías vivido —susurró.

Y tenía razón. Esa noche no fue pecado. Fue mi renacimiento.

Al salir, la adrenalina me recorrió como veneno dulce. Sabía que estaba mintiendo, traicionando, rompiendo reglas que me habían inculcado desde niña. Pero al mismo tiempo, por primera vez en mi vida, sentí que estaba eligiendo.

Y no me arrepentí.

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