[68] ¡No me castigues con tu desprecio!

Bryer cumplió la orden de Ripley. Con el rostro manchado de rímel y lágrimas, y temblando por el miedo más primitivo que había sentido, subió a la habitación. No hubo cena formal ni ostentación; el glamour se había desvanecido, el vestido arrugado, el cabello desordenado y el corazón adolorido. El v...

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