


04. Reencuentro
| Neylan |
No puedo creer estar frente a las personas que, después de distanciarme de ellas hace siete años, fueron mis mejores amigas en nuestra adolescencia y ahora soy una total desconocida para ambas. Ahora solo tengo una puerta de madera que me separa de ellas.
— Por favor, abre la puerta, Ney — dice An.
Ese sobrenombre, "Ney", hacía mucho tiempo que nadie me llamaba así.
— Por favor, abre la puerta y déjanos explicarte por qué estamos aquí — dice Miel. Apoyo mi cabeza contra la puerta.
— ¡Están arruinando el plan que me costó años de planeación y duro trabajo realizar! — casi grito, pero me contengo. Odio cuando las cosas no salen como las planeo.
— Sabes que no haríamos nada que te perjudicara... por los viejos tiempos, Ney — me recuerda Miel — Abre la puerta, por favor — suplica.
Escucho un trueno que me hace dar un brinco en mi lugar, luego escucho cómo empieza a llover y recuerdo por qué elegí este pueblo. Siempre me ha encantado el frío, la humedad, la lluvia y todo lo relacionado. En este pueblo, o mejor dicho, en este estado, llueve casi todo el año.
Abro la puerta, Miel me abraza y ambas entran, ya que está comenzando lo que parece un diluvio. Miro por unos segundos la lluvia para relajarme y respiro profundo antes de hablar con ellas. Cierro la puerta y me giro para ver a mis ex-mejores amigas de la adolescencia.
— Expliquen qué demonios hacen las dos aquí — exijo.
An solo rueda los ojos con fastidio por mi actitud y Miel sonríe nerviosamente.
— Nosotras también nos cansamos del ejército — dice Miel. Ahora yo soy la que rueda los ojos.
— No seas mentirosa, ustedes aman el ejército. Solo se fueron porque les llegó la hora de casarse — me burlo.
An hace una mueca de asco y Miel deja de mirarme, ya que es muy mala para mentir.
— Tú también te fuiste por eso, no nos juzgues — dice An.
— ¡Claro que no! — exclamo enojada — A diferencia de ustedes, idiotas, llevo planeando esto por casi tres años. Me esforcé para que todo saliera perfecto — me acerco a ellas — ¡Ustedes están a punto de arruinarlo todo, par de imbéciles! — les recuerdo algo que ellas ya saben.
An se enoja tanto que su cara se pone roja y Miel mira hacia otro lado.
— ¡Nosotras no hemos arruinado nada! — dice An — Cubrimos todas nuestras huellas y no dejamos pistas — se queda callada un momento — Solo vinimos con la que alguna vez fue nuestra amiga casi hermana, ya que sabemos que eres la única que sabe lo que es estar haciendo todo lo que tus padres quieren. Y porque sabemos que tú nunca nos vas a traicionar — veo que tiene ganas de llorar — Además, aunque nuestros padres no sean tan malos como los tuyos, también quieren casarnos en contra de nuestra voluntad — lo último lo dice en un pequeño susurro, pero logro escucharlo ya que estoy cerca de ella. Bufo y la miro.
— Solo déjenos quedarnos un año. Saben que las tres hablamos alemán — pide Miel.
— Seis meses para que ahorren dinero y ya — negocio, ya que ellas no van a irse.
— Ocho meses y no nos verás más en tu vida — propone An.
— Trato hecho — acepto a regañadientes — Si no lo cumplen, las saco a patadas de la casa — amenazo. Miel sonríe y me abraza. Me tenso ya que hace mucho tiempo que alguien no me abraza — Pero habrá reglas — informo. An rueda los ojos y Miel asiente — No pueden traer chicos, la hora de llegada es a las 8 pm como máximo, no fiestas en la casa y traten de mantener un perfil bajo.
— ¿Eso es todo? — pregunta An.
Asiento y veo que ambas solo traen una pequeña maleta cada una.
— Solo hay dos cuartos, tendrán que dormir juntas — digo.
Ellas asienten y Miel es la primera en irse a recorrer toda la casa. Espero no arrepentirme de esta decisión después. Ellas se van y yo me siento en la gran mesa de madera que ya estaba aquí cuando llegué. Acaricio la superficie, parece caoba, pero no estoy segura.
Escucho cómo bajan las escaleras y ellas están en frente de mí. An está jugando con sus manos, sonrío. A pesar de los años, sigue teniendo esa costumbre. Siempre lo hace cuando quiere pedir algo.
— ¿Hay algún problema? — le pregunto.
— No hay cama — susurra An.
— No tenemos dinero, lo gastamos todo en nuestra huida... ¿Puedes prestarnos un poco? — pide Miel.
Solo respiro profundamente. Tengo ganas de tirarlas a la calle, me sobran. Sin embargo, me levanto, voy hacia mi habitación, cierro la puerta, agarro dinero, lo meto en mi cartera, me miro en el espejo y arreglo un poco mi cabello. Luego regreso a la sala y ellas todavía están sentadas.
— Tengo que comprar ropa y algunas cosas para la casa. Vamos a aprovechar y comprar una cama para que ambas duerman, ya que el cuarto es pequeño — Miel sonríe y se levanta. Vuelve y me abraza.
— Gracias — me susurra Miel. Esperamos a que pare la lluvia y luego salimos.
Llegamos a un pequeño centro comercial, y al parecer, es el único que hay en el pueblo. Ellas están buscando camas y, por suerte, ambas tienen teléfonos nuevos, ya que votaron los viejos en Estados Unidos antes de venir. Ellas están por su lado, solas, y yo por otro. A la hora de pagar, ellas me llaman.
Entro a una tienda y empiezo a buscar ropa, ya que estoy harta de ponerme lo mismo todos los días. Agarro lo que más me gusta y algunas cosas para hacer ejercicio, ya que pienso salir a correr por las mañanas para no perder la forma. Cuando termino de pagar, recibo un mensaje.
Miel:
Estamos en una pizzería, ven.
Yo:
Ok, ya voy.
¿De dónde sacaron dinero estas mujeres para meterse en una pizzería? Además, yo no pienso pagar nada de eso. Solo dije ropa y cama, nunca dije comida. Camino recorriendo todo el lugar hasta que encuentro la maldita pizzería. Estoy cansada, tengo cuatro bolsas de ropa. Entro y el olor a pizza hace rugir a mi estómago. Las busco con la mirada y encuentro a las chicas sentadas en una mesa en la esquina, pero están con otras personas hablando como si se conocieran de toda la vida. Miel es la primera en darse cuenta de que estoy aquí y me hace una señal para que me acerque. Apenas llego, identifico a los tres chicos junto con la hermana de ellos que estaban tratando de entablar una conversación conmigo.
— Ney, déjame ayudarte — dice Miel.
Ella me quita dos bolsas y las pone debajo de la mesa. Yo hago lo mismo y me siento. Miro a todos y veo al chico que se cruzó en la puerta del supermercado. ¿Cómo olvidarlo? Fue él quien llamó más mi atención. No creo que aún recuerde cómo seducir a un hombre. Creo que estoy oxidada en ese aspecto.
— ¿Se puede saber por qué estamos aquí? — pregunto.
— Él — dice Miel, apuntando al chico del supermercado — estaba buscando un regalo para la chica que le gusta. Al parecer, ella es extranjera, igual que nosotras, y nos pidió ayuda. Como agradecimiento, nos invitaron una pizza — me informa.
Siento una punzada en el pecho al escuchar que ya le gusta otra chica. Pero lo ignoro. Ni siquiera lo conozco. No debo sentir eso. Pero es algo que no puedo controlar en este momento. Como si realmente me doliera lo que ella acaba de decir.
— Sigues siendo tan ingenua para confiar en desconocidos — la regaño. Ella rueda los ojos. — Me voy. Toma — le entrego dinero en efectivo — Compra todo lo que necesites y, si te falta, llámame.
Me levanto y, por alguna razón, tengo ganas de llorar. Me agarran de la mano y veo que es el chico llamado Kurt. Provoca sentimientos en mí que me confunden y abruman.
— Mi hermano quiere que te quedes — dice Eli.
— ¿Por qué no lo dice él? — pregunto confundida.
— Él tiene un problema en la garganta y el médico le recomendó no hablar — me responde.
Simplemente me suelto para agarrar mis bolsas y me voy. Las ganas de llorar se vuelven más fuertes.
«La chica que le gusta.»
Las palabras se repiten en mi mente. No entiendo por qué me afecta tanto. No lo conozco. No debo sentir nada por un extraño. Pero el pecho me duele y siento cómo una lágrima cae y yo la limpio. De repente, choco contra algo.
— Perdón — mi voz sale llorosa y quebrada. Pero no puedo evitarlo.
| Kurt |
No pensé que las chicas a las que les pedimos ayuda conocieran a mi gatita. Solo mi hermana les pidió ayuda porque parecen americanas y pensamos que sería una buena idea. Sin embargo, cuando ella apareció y su amiga me dijo que le gustaba una chica, puedo oler su tristeza. Aunque ella sea humana, puede sentir lo mismo que yo. Tal vez no con la misma intensidad, pero lo siente. Y eso puede ser muy confuso para ella. Sentir que tu compañero ama a otra persona es devastador. Ella no sabe que esa chica es ella.
Cuando logro estar frente a ella, la abrazo. Odio no poder hablar. No poder decirle que ella es la chica que amo. La que me tiene loco. Me hubiera quedado con ella si no hubiera olvidado una reunión con el Alfa de los lobos ese día. Además, tenía que hacerme cargo de algunas cosas. Ella alza su cabecita. Cuando me mira, rápidamente me empuja. Pero ni siquiera me mueve un centímetro.
— ¡Suéltame! — exige. Pero yo la abrazo más fuerte y se remueve buscando que la libere. — Ve con tu hermana y que las chicas te sigan ayudando con el regalo para tu chica — su tono de voz suena algo ahogado.
Está celosa, aunque tal vez no se dé cuenta. No me gusta provocar que se sienta así. Busco en mi bolsillo y saco la pequeña cajita. Planeaba dárselo cuando fuera a su casa, pero a situaciones desesperadas, medidas desesperadas. Abro la cajita y le coloco el collar. Es algo sencillo pero lindo.
— ¿Qué haces? — pregunta confundida. Le entrego la pequeña carta que escribí hace poco.
— Sé que sonará loco, pero tú, pequeña extranjera, has logrado cautivar a este hombre. Quiero una oportunidad para conocerte, gatita. Aún cuando apenas sabemos nuestros nombres — ella lee en voz alta y luego me mira.
— ¿Yo soy la chica que te gusta? — pregunta. Asiento y le doy un pequeño beso en la frente.
«Eres mi gatita, mi mujer, mi hembra. Mía desde que te vi por primera vez.»
Quisiera decirlo, pero no puedo. Odio ser un maldito fenómeno y solo espero que cuando ella se dé cuenta, no me deje por mi discapacidad. Sigo abrazándola y la olfateo. Me encanta su olor afrodisíaco a coco y miel que me pone ansioso y descontrola a mi puma. La abrazo por la espalda baja y siento su mirada.
— No puedes hablar ni siquiera un poquito — murmura, y yo niego. — ¿Tienes auto? — pregunta. Asiento. — Oye, quiero ir a casa. ¿Me puedes dar un aventón? — pregunta nerviosa.
Vuelvo a asentir. Parece que soy idiota, solo respondiendo sí y no con la cabeza a todo lo que me pregunta. Por ahora, es lo único que puedo hacer.