Capítulo 4. Prometida y futura esposa...

En el restaurante

Donald, confesó a Yves que de no haber sido por el accidente, él se estaría perdiendo de conocer a la mujer más bella, sincera y honesta que había pasado por su vida. Además, le hizo saber lo importante que era para él.

Yves sintió que su corazón se desbocaba. Era lo que menos imaginaba, que él pensara así de ella. Hasta ahora, siempre que se veían hablaban sobre su mamá, el trabajo que hacía para la Fundación, sus travesuras, chistes, pero nada más.

—¿Por qué te quedas tan callada? ¿No te gustó lo que dije? —preguntó él, con su mirada fija en los ojos de ella.

—¡No, no es eso! Es solo que me sorprendiste con tus palabras —manifestó ella un poco emocionada.

—Creo que el sorprendido soy yo ¡Me gustas Yves y mucho! Este tiempo a tu lado, has despertado en mí emociones y sentimientos que nunca antes había experimentado por alguien —confesó él, mirando sus ojos.

Yves, hizo un prolongado silencio por unos minutos, sin saber qué hacer o decir. Esta, observaba su mirada penetrante, la cual le costó mantener y que no había visto en él hasta ahora. A pesar de no ser una experta, podía observar el interés de este, por ella.

Estaba claro, que eran personas totalmente distintas, con mundos diferentes. Ella, realista, práctica, algo que aprendió de su madre y plenamente consciente que apenas su madre fallezca, todo volverá a ser como antes.

Donald, ha sido un ángel enviado por Dios, para que su madre tenga un final feliz, a pesar de los dolores, del cáncer y de todas sus secuelas. Ella, le estaba muy agradecida porque cada día de vida de esta, era gracias a Dios y obviamente a la ayuda de él.

«No debo hacerme ilusiones y mucho menos imaginar que Donald se pueda enamorar de mí», pensó ella, con dolor y tristeza. Reconociendo, por primera vez, que estaba perdidamente enamorada de él.

Después, de estos breves minutos reflexivos de ella, él preguntó…

—¿Nos vamos? —haciendo simultáneamente señas, al mesero para que le trajera la cuenta. De inmediato, este lo hizo; él pagó y le ayudó a levantarse de la silla, tomando a Yves de la mano, llevando a esta, así hasta el estacionamiento.

Los dos caminaron hacia el Ferrari y justo en el momento que él abrió la puerta, la atrajo hacia su cuerpo, le abrazó y se apoderó de sus labios suaves, dulces y virginales. Este, era el primer beso que Yves recibía de un hombre.

Ella, sintió un estremecimiento general en todo su cuerpo, cuando percibió los labios de él, sobre los suyos. Esto aumentó, cuando al ceder ante su presión, abrió la boca para dejar que la lengua inquieta e invasiva de él, recorriera toda su cavidad bucal. Esto, despertó emociones placenteras en Yves.

Donald, tomó los brazos de ella, los llevó hasta su cuello, para que lo abrazara. Esta, se apoyó en él, sintiendo a este íntegramente. Entretanto, él absorbía con todos sus sentidos la fragancia, que emanaba de su cuerpo, estaba seguro, era virgen. Este, al separarse, le interrogó…

—¿Podrás, disculparme? Si te hice enojar, no era lo que buscaba —cuestionó él— Pero, eso sí, por lo que no te voy a pedir disculpas, es por el beso.

»Tengo días, anhelando saborear tus labios, besar, sentirte y no me arrepiento. Sí, por mí fuera aún te estaría besando —afirmó él, abriendo la puerta del coche para que ella entrara.

Yves, prefirió callar, no quería suponer ni imaginar nada. Deseaba que Donald hablara, pidiera e hiciera algo, para no equivocarse. Para ella, él estaba muy alto, pertenecía a una élite social exclusiva, por eso no se expondrá a ser humillada y abandonada.

El, sentado a su lado en el auto, le tomó sutilmente el rostro; con su mano, la volteó para obligar a que esta que lo mirara y expresara lo que sentía. No iba a permitir, que callará sus emociones, así sean sentimientos contrarios a los de él.

—¡Por favor, Yves! ¿Podrías insultarme? ¿Gritarme? ¿Pelearme? Pero no me ignores —suplico él, sin darse cuenta de que lo hacía.

Donald se quedó observando a Yves, quien le respondió de inmediato, para aclarar su silencio.

—No te estoy ignorando. Todo esto es nuevo para mí y no sé qué hacer ni que decir ¡Te lo juro! Esto ha sido muy sorpresivo. Prefiero no imaginar, ni creer nada —respondió ella, sintiendo un fuerte nudo en su garganta y sus ojos listos para desbordarse en lágrimas.

—¡No, por favor no llores, Yves! Es lo que menos deseo, ser el causante de tu llanto. Vamos a dejar que todo fluya libremente y ver hasta dónde nos lleva esto que siento por ti. No te voy a presionar. Pero hay algo que deseo saber:

—¿Qué quieres saber? —Interrogó ella, con una sonrisa, mientras reflexionaba.

«Ahora la ansiosa soy yo», analizó esta, tapándose el rostro con su mano izquierda y sintiendo mucha vergüenza.

—¿No te gusto como hombre, ni aunque sea un poquito? ¿Ni siquiera, así? —Cuestionó, mostrando sus dedos índice y pulgar, casi juntos, con muy poca separación entre ellos.

Yves, ante este gesto, se limitó inicialmente a sonreír, sin mantener la mirada en él. Ella, sentía que podía leer en sus ojos la verdad, verdadera de lo que estaba sintiendo y prefería mantener esto en secreto, por ahora, no quería ser juguete de nadie.

—¡Ya! Con ese silencio deduzco tu respuesta. Para que no me afecte, prefieres callar, ¿siempre eres así? ¿Sacrificas tus sentimientos o intereses por el otro? Te digo algo: eso no es bueno —agregó él.

»A la larga, terminarás igualmente frustrada —aseguró con un tono de voz extremadamente grave.

—¡No, eso no es cierto! —Respondió ella por fin, arriesgándose— ¿Qué mujer no se va a sentir atraída por ti? —Se preguntó a sí misma, en voz alta.

»Eres bueno, noble, hermoso, sin dejar por fuera todos los atributos económicos que te rodean. Y eso, no es nuevo para ti, me imagino que la inmensa cantidad de mujeres que se te acercan, te lo dicen a diario. Tú eres consciente de ello —afirmó Yves.

—Sí, pero nadie me lo había dicho con esa sinceridad y honestidad que veo en tus ojos —agregó él.

—¡Bueno! Se tenía que decir y se dijo —manifestó ella, sonriendo.

No obstante, al ver Yves que él tenía el control del portón que da entrada al estacionamiento del Edificio, levantando una sola de sus cejas, le preguntó:

—¿Este apartamento es tuyo? ¿Me mentiste? —Inquirió ella, inquieta.

—Sí y no. El apartamento es mío, pero está asignado a la Fundación, para casos especiales, cuando lo requieren —haciendo está aclaratoria, para que ella no se sintiera mal por estar ahí.

—¡Vale! Gracias por tu sinceridad —agregó ella.

—Igual te digo, gracias por tu honestidad —acercándose nuevamente a ella para besar sus labios muy ligeramente y despidiéndose de esta.

(*)**

En los siguientes días, Donald visitó a Yves todas las noches. Algunas veces, pedía comida para cenar ahí en el apartamento, otras la llevó a cenar a lugares conocidos y de su preferencia, donde incluso la presentó como su novia.

—¿Tu novia? —Cuestionó ella en ese momento, al oído de él, quien solo sonrió y le besó los labios delante de todos los presentes.

Un mes después…

Justo la noche anterior al próximo Consejo Directivo, Donald invitó a Yves a cenar. Asimismo, le hizo llegar al apartamento el vestido que deseaba luciera esa noche junto a las sandalias de tacón alto y la bolsa que usará en juego con su ropa, todo de un mismo color dorado.

Esa noche, para ella fue como el cuento de cenicienta. Una vez en el restaurante, Donald solicitó una botella de champaña, la cual descorchó y vació en dos copas sacando un estuche pequeño de uno de sus bolsillos.

—¿Mi amor, te quieres casar conmigo? —Peguntó, con una voz muy varonil, tierna y seductora.

—¿Donald, eesss… en-en serio? —preguntó ella, incrédula, con una voz trémula, temblorosa.

—¡Sí, Yves! Es en serio ¿Por qué lo dudas? —preguntó él, con su voz ronca y grave.

—Es, que entre tú y yo hay demasiada diferencia, sobre todo social —respondió ella, aún anonadada.

—Y ¿vas a dejar que eso nos separe? —Inquirió, con una mirada amorosa y fija en ella.

—¡Obvio, que no! Pero, me sorprendiste —manifestó Yves, mirando el anillo que él mostraba.

—¡Entonces! ¿Qué me respondes? —volvió a consultar él.

—¡Ssssí, si, si quiero casarme contigo! —se arriesgó a decir ella, aunque con muchas dudas.

Donald se levantó de la silla, emocionado, feliz. Así que arrodillándose ante ella, le colocó el anillo en el dedo anular de su mano izquierda. Luego, se apoderó de sus labios como de su boca, con un beso apasionado, que la dejó sin aliento.

Después, él se sentó y le entregó la copa de champaña para que brindaran. Ella, le aclaró que no le gustaba el licor, que solo lo probaría, como la primera vez que cenaron juntos.

—¿Podrías hacer esto, solo por mí? —Rogó él— Brindemos por nuestro amor —anunció, chocando su copa con la de ella, quien lo complació.

Yves, solo pensaba y recordaba, que este era el sueño de su madre. Desde que conoció a Donald, deseaba que se enamorara de su hija, como en efecto ha ocurrido. Por lo tanto, será la persona más feliz con este compromiso, obviamente después de ella misma.

«¿Será que estoy soñando?», supuso Yves, aun sin poder creer que esto fuera cierto.

(*)**

Después de la cena, Donald la llevó a bailar, disfrutando mucho de su compañía. Él, antes de dejar a Yves en el apartamento, le pidió que lo acompañara al día siguiente a la sesión del Consejo Directivo de la Compañía, para hacer la presentación de ella como su prometida y futura esposa.

Esta noticia le dejó muda y más asombrada. La ropa que tenía presentable era esta que cargaba puesta y la que usó la primera vez que salió con él. Con cualquiera de las dos, no podía utilizar brassier, así que la llevará igual, sin ropa interior en la parte superior.

A la mañana siguiente, Donald desayunó con ella y le explicó su rol, en esta reunión. Además, le advirtió que todos deseaban saber ¿de dónde viene? ¿Quiénes son sus ascendientes? ¿Qué hace? Y en fin, todo lo relacionado con ella.

—¿Crees que pueda tener algún problema por mis orígenes? —cuestionó ella, intranquila.

—¡Tranquila, mi amor! —Solicitó él— ¡Pudiera ser! Pero, no es seguro. Solo que todos, incluyendo mis hermanas, viven del estatus y de las clases sociales, algo que no es nada relevante para mí y eso ya lo sabes —aclaró él, besando suavemente sus labios.

—Sí, lo sé —respondió ella con un fuerte susto en su estómago, sobre todo del lado izquierdo, a pesar del beso y del abrazo que él le dio…

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