Demasiado tarde
—¡Eres igual, igual que todas las mujeres! —alzó su voz Nicolai, y Annie tembló de confusión y dolor—. Pero Alejandra Harris es todo lo que necesito —dijo aquellas palabras forzadas, que para Annie fueron un golpe más en su pecho—. Tu plan falló, y las mujeres como tú merecen esto y mucho más —se apartó de ella, la tenía lo suficientemente cerca como para darle un beso. Sentía su sangre hervir, y lo llorosos que se tornaron sus ojos era testimonio de que algo más pasaba en el corazón de Nicolai—. No puedes renunciar, a menos que yo quiera echarte. Espero que hagas bien tu trabajo en las Bahamas, ya que es lo único que sabes hacer —se apartó, dándole la espalda.
—¡Jamás te voy a perdonar esto que me estás haciendo! —gritó Annie, con la voz entrecortada—. ¡Te has burlado de mi amor! ¡Yo me entregué a ti en cuerpo y alma! ¡Te entregué mi pureza! ¡Jamás te haría daño porque te amo...!
—Pues te has enamorado sola, porque no te amo —dijo Nicolai, con una voz fría y distante—. Lo nuestro solo ha sido un buen sexo, así que no te creas... especial —soltó un largo suspiro y luego se marchó, dejándola allí sola y derrotada.
Annie se sintió débil y cayó sobre el pasto encharcado de rodillas, llorando desconsoladamente mientras posaba sus manos en su vientre. Quería sorprender al hombre que amaba con la noticia, pero la sorprendida había sido ella.
El dolor era palpable en el corazón de Annie, quien, bajo la lluvia llena de impotencia, se colocó de pie y un leve mareo se hizo presente, por lo que casi cae, pero afortunadamente unos fuertes brazos la tomaron impidiendo la caída. Al alzar su mirada y ver quién era, cerró sus ojos. —Te llevaré a casa— la cargó como a una princesa y la llevó a su auto, dejando atrás ese amago de amor y humillación que había pasado tan solo unos minutos atrás.
Annie mira por la ventana del auto una vez más la mansión de los McCarthy y se le salen las lágrimas. —Te pido por favor— susurró con su voz ahogada —no me digas nada al respecto— agregó y cerró sus ojos, por lo que el hombre prefirió guardar silencio y disponerse a manejar en gran silencio, sintiendo pena ajena por lo que vivió Annie.
Al llegar a casa de Annie, por fin volteó a mirarlo. —¿Por qué haces esto por mí? —Tú no lo entenderías. Si necesitas mi ayuda, ya sabes dónde buscarme. Espero que puedas descansar y dejar de llorar por algo que no vale la pena. —Si tú sabes algo más que yo, no por favor, dímelo. —Nada de lo que te diga hará cambiar de parecer la situación en la que estás. Por favor, baja del auto, debo irme— Noah la miró con seriedad y ella pasó saliva. —Gracias…— bajó del auto y cerró la puerta sin muchos ánimos. La lluvia aún estaba haciendo estragos. Observó cómo Noah se marchaba en su auto y desaparecía.
—¿Annie, eres tú, hija?— preguntó su madre, la señora Olivia Beckett, asomándose a la ventana cuando escuchó llegar un auto y luego abrió la puerta para asegurarse de si era su hija o no. —Mamá…— ella no lo pudo soportar. En los brazos de su madre recibió el refugio que necesitaba para desahogar el dolor inmenso de su corazón.
—¿Qué pasa, mi niña? ¿Por qué lloras?— la mujer se preocupó. —¿Por qué estás toda mojada?— la apartó cuidadosamente y Annie tembló. —Ven, cariño, mamá te cuidará— la ingresó a la casa y le buscó una toalla para ayudarla a secar. —Te voy a preparar un té, hija— se dio la vuelta para irse a la cocina, mientras que la chica se quedó sola en la sala de estar y ese beso… el beso de Nicolai con su prometida era algo que recordaba y la debilitaba, la destrozaba por dentro.
—¿Cómo pudiste…?— su sollozo era algo que no podía controlar. —Aquí está el té, hija. Tómalo y por favor dime lo que está pasando, cariño. —Es complicado— respondió sin ánimos, agarrando la taza de té.
—¿Quién te hizo daño? ¿Quién, hija? Tú siempre sonríes, estás radiante, pero en este momento estás irreconocible. Por favor, soy tu madre, dime lo que te pasa— le acomodó el cabello que estaba mojado quien está. —Nicolai McCarthy— lo mencionó y se le salieron las lágrimas.
—¿Qué sucede con tu jefe?— la incertidumbre aumentó cada vez más en Olivia. —Se va a casar, madre— fijó su decaída mirada sobre la taza de té. —Se casará… ¿pero en qué te afecta, hija?— Olivia jamás se enteró del romance de su hija con su jefe, fue algo bien oculto por todos estos años.
—Lo amo, mamá, y se casará con otra. Me engañó, se burló de mí— sintió que no podía sostener más la taza de té y la colocó sobre la mesa, aún con su mano temblorosa.
—¿Te has enamorado de tu jefe, hija? ¿¡Pero cómo es posible!?— se exaltó.
—¿Qué hice mal, madre? Fui fiel, honesta e impecable en mi trabajo.
—¡Jamás puede haber una relación entre jefe y secretaria! Eso siempre sale mal, hija, y más si un romance proviene de esa familia. Te dije que no trabajaras para ellos. Todos son de sangre fría.
—Demasiado tarde, lo hecho, hecho está, madre— se colocó de pie.
—¿A dónde vas, Annie?— la señora Olivia estaba consternada por la confesión de su hija.
—Lastimosamente sigo siendo su secretaria y tengo que obedecer.
—¡No, hija! No tolero que te lastimen. Ese joven me va a oír.
—No vale la pena, madre— se acercó y la abrazó fuertemente. —Gracias por escucharme— se apartó y le sonrió con debilidad, para luego marcharse. Ni siquiera se tomó el té.
—¡Maldita familia McCarthy! Son unas escorias y nunca van a cambiar. Con mi hija no debían meterse— vociferó. —Debo contarle la verdad a Annie. Dios, dame fuerzas para hacerlo.
Mansión McCarthy
—¿Aquí estás, Nicolai?— su prometida, Alejandra, lo estaba buscando, hasta que lo encontró en su habitación. Como estaba mojado, necesitaba cambiarse de ropa, y para ella fue sumamente tentador verlo sin camisa.
—¿Qué haces aquí?— preguntó con indiferencia y se dispuso a colocarse la camisa elegante.
—Quería saber dónde está mi futuro esposo. ¿Hay algún problema?— se acercó a él de modo seductor y lo ayudó a acomodarse las mangas de la camisa.
—Alejandra, por favor— tomó distancia.
—Deberíamos aprovechar que estamos solos y hacer cositas deliciosas— lo fue a besar con pasión, pero él hizo su cabeza hacia atrás. —¿Pero qué es lo que te pasa, bebé?
—No es el momento— se acercó a su tocador.
—Discúlpame, cariño, pero no estamos a la antigua. Fuimos novios por años, nuestro amor de manita sudada, pero quiero más de ti. No esperemos hasta la boda— se acercó nuevamente y le tocó su intimidad para provocarlo, pero él cerró los ojos para contener su molestia. En su mente solo estaba Annie, su secretaria.

























