Dios y el diablo

Mientras estaba allí, congelado por el shock, el Padre Gabriel emergió lentamente de su escondite. Se acercó a mí, con los ojos llenos de compasión, y me tomó del brazo con suavidad.

—Ven, hijo mío —dijo—. Tenemos que sacarte de aquí. No estás seguro.

Asentí, todavía aturdido, y lo dejé llevarme l...

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