Sellado

Daniel, hijo mío, recuerdo esa noche como si fuera ayer. Estábamos huyendo de la entidad de la que Belcebú me había advertido: Azrael, el Ángel de la Muerte.

Cuando apareció, cubrí tus ojos, suplicándote que no miraras, mientras él exigía que te entregara. Deli, nuestra antigua niñera, intentó ayud...

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