Capítulo setenta y seis

Giramos bruscamente.

Kael emergió de la oscuridad, con esa misma calma irritante en su rostro. Su cabello era del color de una noche sin estrellas, y sus ojos ardían como un par de soles, y esa sonrisa —oh, esa maldita sonrisa— me ponía la piel de gallina.

—Me preguntaba cuánto tardarías —dijo.

—...

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