Capítulo 1 Cumpleaños trágico.

Olivia sonrió feliz de ver las múltiples preparaciones que hacía su madre para celebrar su cumpleaños. Al fin habían llegado los anhelados dieciocho, le daba la bienvenida a la mayoría de edad, más entusiasmada y alegre que nunca.

—¡Pero qué preciosa está mi nena! —le dijo su padre abrazándola—. Supongo que son los dieciocho, estás radiante hoy.

—Estoy igual que todos los días —dijo riendo.

—Papá dice la verdad, Olivia —dijo Lucero, su pequeña hermana—. Estás muy bonita hoy.

—Gracias, Lucero —le sonrió feliz. Su hermana era su adoración: solo tenía nueve años y ya prometía la belleza que sería. Tenía grandes ojos oscuros, una abundante melena oscura, un rostro perfecto, y sus facciones eran muy bonitas. Obviamente, ella sería la belleza de la familia, y eso la hacía muy feliz.

—Estoy feliz —rió—. Esta noche vendrán mis amigos y estoy segura de que la pasaremos genial; este será el mejor cumpleaños de toda mi vida.

—Es un cumpleaños humilde —dijo su madre—. Es una pena que no puedas tener todo lo que quieres —añadió con los ojos llenos de tristeza.

—Tengo más de lo que deseaba —dijo feliz—. Y valoro todo el esfuerzo que han hecho. No crean que no he notado cómo han hecho ajustes en muchas cosas, solo para poder darme la fiesta de cumpleaños.

—No siempre se alcanza la mayoría de edad —su madre le besó la mejilla con ternura—. Estamos orgullosos del esfuerzo que has hecho, y de que lograste graduarte con honores. Aun cuando sabemos lo difícil que ha sido, no tienes las mismas posibilidades ni los mismos recursos que otros jovencitos, pero te esforzaste día y noche —sonrió— y lo lograste. No podríamos estar más orgullosos de ti.

—Tengo todo lo que necesito. Ustedes son mi fuerza y ya lo verán: tengo grandes cosas planeadas. Seré una excelente profesional y muy pronto tendremos una mejor vida. Podremos vivir mejor, comer mejor, y padre podrá tomar unas vacaciones y descansar un poco —sonrió—. Juntos podemos lograrlo.

—Claro que sí, mi amor. Podremos hacerlo.

—Roberto —la mujer le habló a su esposo—. Necesito que me lleves al pueblo; tengo que comprar algunas cosas para decorar el pastel y algunos pasabocas que hacen falta.

—Claro que sí, mi amor. Vamos.

—Yo iré con ustedes —dijo Lucero.

—Deberías quedarte con tu hermana. Olivia necesitará de tu ayuda para prepararse.

—Pero, yo quiero ir al pueblo. Sabes que me encanta hacer las compras, madre.

—No es necesario que Lucero se quede —dijo Olivia—. Puedo apañármelas sola mientras ustedes vuelven. Ahora iré a tomar un baño y comenzaré a alistarme. En cuanto lleguen, Lucero podrá ayudarme.

—Gracias, Olivia —sonrió.

Olivia fue a su habitación y se preparó para una larga ducha. Quería estar radiante; era la primera vez que tenía una fiesta de cumpleaños. Sus padres se estaban esforzando mucho por darle ese momento de alegría, y ella lo valoraba enormemente, porque sabía cuán ajustado vivían con cada centavo que entraba al hogar.

Después de su larga ducha, se envolvió en toallas y fue a su habitación. Se secó muy bien, al igual que a su abundante cabello. Sobre la cama, estaba el sencillo vestido que su madre había cortado y diseñado para ella; era un vestido sencillo pero precioso. Se lo colocó, junto con sus zapatillas nuevas que tenían un pequeño tacón. Luego, comenzó a peinar su cabello con un poco de crema, con la intención de que, cuando secara, estuviese brillante. Se colocó un poco de maquillaje: rubor en sus mejillas, un lindo, pero discreto, labial, y algo de pestañina, que había sido un obsequio de su amiga Margaret.

Cuando decidió que estaba lista, se contempló en el espejo. Tenía una bonita figura: abdomen plano, pero con curvas en los lugares indicados, largas y bonitas piernas. Sus pechos, de mediano tamaño, eran redondos y bonitos. Tenía una boca de labios gruesos y en forma de corazón, y una nariz pequeña y perfilada. Olivia no sabía cómo sentirse con ella; a pesar de ser bonita, no le gustaba del todo. Sus ojos eran el rasgo que más le gustaba: eran marrones muy claros, casi color miel, con pequeñas motas verdes que le daban un toque muy bonito. Estaban rodeados de largas y espesas pestañas oscuras, que le daban profundidad a su mirada. Sus cejas eran abundantes y oscuras.

Era bonita, sí. Lo sabía. Por lo general, solía llamar la atención de chicos a donde llegaba, a pesar de su aspecto humilde, y era envidiada por muchas chicas.

Decidió ir a seguir preparando todo lo necesario para su fiesta, aunque realmente todo estaba muy bien organizado por las maravillosas manos de su familia, sobre todo de su madre.

Un llamado a la puerta la sobresaltó. Aún era temprano para que comenzaran a llegar los invitados; seguramente sus padres habían olvidado las llaves. Se apresuró para no hacerlos esperar. En cuanto abrió la puerta, se quedó de piedra.

—Hola, Olivia.

—Santiago —lo miró sorprendida—. No me he portado tan mal como para recibir a la policía en mi casa —dijo con una tierna sonrisa, pero el joven no sonrió—. ¿Qué sucede?

—Siento mucho ser yo quien te dé esta noticia, Olivia, pero recibimos un llamado para atender un accidente en la vía... el auto de tu padre.

—¿Qué? —lo miró con ojos enormes.

—Otro conductor lo golpeó por el lateral.

—Eso no puede ser cierto —gimió horrorizada, con sus ojos llenos de lágrimas.

—Lo lamento Olivia. Este tipo de noticias me rompen el corazón —Santiago, un hombre alto, fornido, rubio y de ojos verdes, la miraba con pesar.

—Por favor, llévame al hospital, necesito verlos, necesito ver a mi hermana... —gimió desconsolada.

—Olivia... ellos están muertos. —Ella se alejó de él como si la hubiese golpeado, lo miró fijamente mientras sus ojos se llenaban de amargas lágrimas.

—Eso es men... mentira...

—No lo es. Quisiera decirte que no lo es. Tu padre recibió el fuerte impacto, ya que el golpe fue de su lado... Lucero, ella... tu madre... Los tres están muertos, Olivia.

Ella se llevó una mano al pecho y sintió como si hubiese dejado de respirar. Ojalá hubiese impedido ese viaje. Ojalá hubiese rogado para que Lucero se quedara. El día más feliz de su vida acababa de transformarse en el peor de todos. No tenía familia, no tenía padre, ni madre, no tenía a su pequeña hermana... La oscuridad comenzó a engullirla y se desmayó.

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