


1
—¡Eva, baja ahora, por favor!— El grito de Lucas me saca de mis pensamientos mientras echo un último vistazo a mi casa. Mi padre es sheriff y lo han transferido a Telluride, un pueblo en Colorado. Un pueblo del que no sé nada y donde no conozco a nadie. Me siento tan mal, siento que voy a extrañar a mis amigos, a mis compañeros de clase. Toda mi vida viviendo aquí y ahora me voy. Espero regresar algún día. Tomé mis maletas y bajé las escaleras, no tengo idea de qué pasará con esta casa, no sé si la venderán o qué, pero realmente la extrañaré.
Salí de la casa, papá y Lucas estaban esperando dentro del coche. Lucas se lo tomó con calma, demasiado bien, me gustaría ser como él y que las cosas apenas me afectaran. O bueno, fingir que no lo hacen. Puse las maletas en el maletero y me subí a los asientos traseros. Soy la más joven de la familia, tengo dieciséis años. Lucas tiene diecisiete, es mi hermano mayor. Papá se divorció de mamá hace muchos años y mi mamá se casó con otro hombre. Viven un poco lejos.
—¿Estás bien, Eva?— me pregunta papá mientras arranca el coche.
—Sí, bien— mentí para no preocuparlo. Papá sabe lo que significa vivir aquí, sabe que es mi lugar favorito, sabe que mis amigos están aquí, mis abuelos, todo. Pero tenía que acostumbrarme a la idea de que no estaré aquí por un tiempo. —¿Crees que tu traslado será por muchos años?— quería saber.
—Realmente no lo sé, cariño, además, últimamente están pasando cosas extrañas en Telluride. Tengo que averiguar qué tipo de persona o animal hace ese tipo de cosas.
—¿Qué cosas?— pregunté.
—Ha habido desapariciones en el bosque. Por eso no puedes separarte de tu hermano cuando vayas a clase, salen juntos y regresan juntos, ¿de acuerdo?
—No creo que la señorita quiera andar con su hermano mayor. Le da vergüenza— me molesta Lucas.
—Él es el que se avergüenza, papá, no le gusta que lo vea besándose con sus novias.
—¿Novias? Me haces parecer que tengo muchas.
—¿Y no es así?— papá me apoya.
—Para nada. Soy un hombre de una sola mujer— dijo Lucas con orgullo.
Puse los ojos en blanco y busqué mis auriculares, será un viaje muy largo y necesito distraerme con algo para no sentirme mareada.
•
Mis ojos estaban cerrados, casi me estaba quedando dormida cuando escuché un golpe y luego una parada repentina. Abrí los ojos de golpe y me quité los auriculares. Nos habíamos detenido.
—¿Qué pasa?— volví a la realidad. No sé cuánto tiempo había pasado, pero sentía que había sido mucho.
—Creo que explotó la llanta— me explicó papá —Lucas, vamos a cambiarla. Ya estamos llegando—. Se bajó. Lucas se quitó el cinturón de seguridad y también salió del coche. Dejé los auriculares a un lado y me bajé. Tan pronto como mi cuerpo salió, sentí un viento frío atravesar mi cuerpo, me abracé a mí misma y miré a mi alrededor: no había nada más que un bosque, algo de niebla, un silencio horrible y más adelante un cartel que decía Bienvenidos a Telluride. Sí, estábamos llegando.
Papá comenzó a quitar la llanta y junto con Lucas empezaron a cambiarla. No me sentí sola en ese momento, aparte de Lucas y mi padre, sentí que había alguien más allí. Me dio escalofríos, me dio un poco de miedo. A lo lejos, entre las ramas de los árboles, pude ver la luna llena asomándose. Era amarilla, grande y hermosa. Me quedé atónita ante tal espectáculo.
—Mira la luna— señalé. —Qué hermosa.
—Fotografíala— me dice papá. Busqué la cámara en mi bolso y tomé varias fotos del paisaje. Qué hermoso se ve. —Está oscureciendo y no es bueno estar aquí afuera— murmuró.
—¿Por qué?— pregunta Lucas. Estaba distraída revisando las fotos que había tomado, hasta que noté algo en una: había una sombra entre los árboles, justo allí frente a mí. Miré de la cámara al bosque, en ese mismo lugar. Solo vi algo oscuro y grande. Como una silueta. Volví a mirar la cámara y cambiando la iluminación encontré esa cosa.
Parecía un animal, un lobo quizás. Aunque no estaba muy segura.
—Listo.
La llanta ya había sido cambiada.
—Vamos—. Lucas tomó mi brazo y me llevó al coche.
—¿Qué pasa?— quería saber, totalmente sorprendida. Lucas casi nunca se preocupaba por mí.
—No te dejaré sola ahí afuera.
Puse los ojos en blanco y lo abracé. Después de todo, es mi hermano.
El coche arrancó y comenzamos a entrar al pueblo. No estaba mal, tenía montañas, un pueblo rodeado de árboles, bosques y niebla. Ni siquiera sabía dónde viviríamos. Papá siguió conduciendo más y más hasta llegar a un punto donde casi no había casas, solo unas pocas a varios kilómetros de distancia. Aparcó frente a una casa blanca con un jardín más o menos grande.
—Chicos, este será nuestro hogar por unos años— dijo papá. Cuando dijo años, me entristeció y me dio nostalgia al mismo tiempo porque no quería pasar años aquí. Realmente no. Junto a nosotros había otra casa casi igual a la nuestra. Las luces estaban encendidas y parecía que iban a tener una fiesta muy pronto porque había música fuerte y movimiento dentro.
Genial, vecinos ruidosos.
Salimos del coche para recoger nuestras cosas. Tomé mis maletas.
—No dejes que el ruido te moleste— murmuró papá mientras era el primero en dirigirse a la entrada.
—Vaya, vaya—. Lucas miraba fijamente la casa —¿Crees que me echarán si voy a esa fiesta?— me pregunta.
—¿Por qué lo harían?— lo miré. La verdad es que no me interesaba esa fiesta ni quién vivía allí.
—Porque mucha gente tiende a ser celosa con los nuevos— dice Lucas —Y algo me dice que la gente de este pueblo es muy problemática— dicho esto, Lucas también se dirigió a la casa. —¡Entra, Eva!
Justo cuando iba a dar un paso, un coche llegó frente a esa casa, a unos metros de mí. Su luz me cegó.
—Qué grosería— murmuré para mí misma. Pero nadie salió del coche y no apagaron esa luz. Cerré el maletero del coche de papá y quise cargar las dos maletas, pero no sé cuándo se habían vuelto tan pesadas que cuando quise caminar tropecé, casi cayendo de cara al suelo. Y para mi vergüenza, el chico o chica del coche estaba allí viendo mi desgracia.
Miré hacia el coche.
—¿Podrías apagar la luz?— le pedí a quien estuviera allí. —Es un poco incómodo—. Volví a mis maletas. Lucas ni siquiera viene a ayudarme. Las luces del coche se apagaron en ese momento. —Gracias— murmuré sarcásticamente, pero fue más para mí misma.
—De nada.
Salté del susto en el mismo lugar y me puse una mano en el pecho porque había alguien parado justo frente a mí. Me quedé quieta mirando a ese chico alto, de cabello negro, mirándome con curiosidad. ¿En qué momento salió del coche y vino hacia mí? ¡Ni siquiera lo sentí! Qué raro.
—Me asustaste—. Puse los ojos en blanco. No tenía intención de charlar con el chico. Tomé mis maletas e intenté avanzar.
—¿Necesitas ayuda, chica?— me preguntó el hombre. Su voz era tan masculina y autoritaria. Al menos así lo sentí. Me imagino que será uno de esos chicos que se creen la gran cosa.
—No, puedo sola— respondí.
—Hablo en serio.
Me quedé quieta en mi lugar porque solo había bajado la mirada por un microsegundo y este chico ya estaba frente a mí, bloqueando el camino. Miré detrás de mí y luego a él.
—¿Cómo...?— Quería preguntar cómo llegó tan rápido, pero estoy segura de que estoy en la luna. —Olvídalo. ¿Quién eres? Te dije que no necesito tu ayuda, joven.
Sonrió de lado y solo ahora me doy cuenta de lo guapo que es. Algo golpeó mi pecho en ese momento, algo que no pude ocultar. Quizás él también notó lo mismo porque de inmediato se puso serio, apretando la mandíbula.
—Tienes razón. Puedes sola— dicho eso, se dio la vuelta y se dirigió a esa casa vecina.
No entendí qué demonios había pasado ni quién era ese chico, pero que era raro, lo era. Tomé mis maletas con manos temblorosas y decidí acercarme a mi casa, sin embargo, justo en ese momento se escuchó un aullido de lobo demasiado cerca.