48

ARIA

Su lugar. Su hogar.

—¿Quieres conducir? —me preguntó, entregándome una llave que ni siquiera parecía una llave.

Negué con la cabeza. —No, gracias. Estoy bien.

—Está bien —rió y nos sentamos en nuestros asientos. Lo observé mientras encendía el motor y las luces del tablero iluminaban el interio...