Capitulo 2

Resignada, abandonó el cuarto el cual se le designó para arreglarse, cerró la puerta con delicadeza tras ella y enfrentó la dura mirada de su padre, quién prácticamente echaba chispas por los ojos. Sin decir absolutamente nada, enredó su delicado y estilizado brazo en el del hombre, caminando junto a él, a lo que sería la peor locura de su vida. Por que aunque amaba a ese hombre, sabía a la perfección que jamás sería un sentimiento recíproco.

—Deneb, esto es demasiado importante para nosotros... No lo arruines—, la voz severa del hombre lograba erizarle la piel—. Levantar nuestro imperio caído depende de esto...

—No padre...— Respondió bajito en un hilo de voz, sintiéndose de pronto demasiado sola e insegura—. No lo arruinaré, te lo prometo.

¿A quién acudiría si algo pasaba entre su futuro esposo y ella? ¿Qué haría si Harry, se portaba como un imbécil? Estaba completamente sola, su padre solo se interesaba por el dinero de los Jones y en como recuperaría su caído imperio con ayuda de estos. Desde pequeña su madre la educó para este momento, para entregarla al mejor postor, en este caso la entregaron en las manos de su enemigo, a quién por desgracia, amaba con locura. Definitivamente, Harry Jones, tenía el poder de destruirla completamente.

—Si el estúpido de Jones, te pide que lamas las suelas de sus costosos zapatos, tú cómo buena esposa lo harás con la maldita boca cerrada—. El hombre detiene su andar en medio del solitario pasillo deteniendo los pasos de la joven—. Sin importar que se le ocurra a Jones, tú vas a obedecer y complacerlo. ¿Queda claro? Serás su maldita sombra y harás todo lo que él te pida, sin cuestionar absolutamente nada. Serás una esposa sumisa y callada por que para eso te hemos educado—. Presiona la delicada muñeca de la rubia con auténtica saña, retorciéndola un poco.

—Si padre—, solloza bajito por el dolor que provoca el agarre del hombre.

Siempre buscó ganar el respeto y cariño de su padre, durante su adolescencia fue tal cual él deseaba aunque no compartiera la manera de pensar. Solo buscaba cariño, sentirse parte de algún lugar, sentir que era importante para alguien. Azucena, su madre, era una mujer frívola y superficial, que compartía el mismo pensar que su padre. Ella jamás le brindó apoyo, solo se dedicaba a educarla para que fuera una refinada y hermosa muñeca de colección en la repisa del ricachón que la tomara como esposa.

Jamás sus padres se cuestionaron que deseaba ella, cuáles eran sus metas o aspiraciones. Ni siquiera llegaron a pensar en que deseaba ingresar a la universidad. Sueño que en la actualidad estaba por demás sepultado. Ellos tampoco sabían que estaba perdidamente enamorada de Jones y que el hombre la aborrecía más que a nadie en el mundo. Sus padres no la conocían en lo absoluto y jamás mostraron interés alguno por hacerlo.

Cuando su padre retomó el andar ella avanzó con pasos torpes, enredando sus pies con la tela de su ostentoso vestido blanco marfil. El hombre le ayudo a sostener el equilibrio mientras le dedicaba una mirada severa. Deneb esbozó una sonrisa nerviosa y continuó con su elegante andar. Llegando al final del pasillo estaba el cuarto de Harry, por lo que Louise, el padre de la joven novia decidió pasar a avisar que ya era hora de la ceremonia.

El corazón de Deneb cayó a sus propios pies cuando tras la puerta que la separaba de su futuro esposo escuchó claramente gemidos agudos. Rápidamente volteó a ver a su padre, quién la observaba con burla y se esforzaba por contener una rosa burlona. La joven era orgullosa, después de todo fue criada de ese modo, por lo que escondió su dolor en lo más recondito de su pecho y su semblante se tornó frío e indiferente.

—Al parecer, mi futuro esposo está ocupado—, mencionó arrastrando las palabras con rabia contenida. Se sentía tan humillada y su corazón se resquebraja un poco más.

—Eso no me importa Deneb, entraras ahí y sacarás a esa jodida zorra si es preciso y le dirás al bastardo de Jones que la ceremonia está pronta a comenzar—, Louise fijó la mirada en su hija sintiéndose decepcionado de la misma y su falta de valor—. Te esperaré más allá, no tardes.

—Si padre—, musitó bajito al momento que apretaba sus puños.

Dubitativa se recargó en la puerta y posó su delicada mano en el picaporte de la misma, no estaba segura de entrar, sabía que lo que encontraría en el interior de esa habitación terminaría de rasgar su ya mal trecho corazón. Ante la presión que ejercía su padre, no le quedó más remedio que abrir la puerta y adentrarse en la maldita habitación.

Estruendosamente cerró la puerta tras de si y sus ojos se abrieron abruptamente ante la escena frente a ella. Gine Winkler estaba de piernas abiertas sentada sobre el tocador, con su ropa interior de encaje corrida, sus grandes y sonrosado senos colgaban pesadamente fuera de su escotado vestido rosa pálido, su cabello rojizo estaba revuelto en un moño mal hecho mientras se deshacía en sonoros gemidos con cada embestida que Harry daba entre sus piernas.

Una mezcla de insanas sensaciones la invadieron en ese preciso momento, deseaba gritar, llorar, asesinarlos a ambos y decirle a Harry Jones, que ella era mucho mejor que esa mujer, suplicarle una oportunidad para demostrar cuánto lo amaba. Sin embargo, su exterior no logró reflejar lo que pasaba en su interior. Harry alcanzó el clímax y se corrió en el interior de la pelirroja, quién emitía leves sollozos a causa del placer experimentado. Cuando salieron del estupor post sexo se percataron de la desagradable presencia de la rubia.

— ¿Qué mierda haces aquí?— Preguntó Harry mientras salía del interior de su novia para luego limpiarse con unas toallas húmedas y acomodar su ropa.

—La ceremonia va a empezar... —Logró articular con voz extrangulada. Sus ojos comenzaban a cristalizarse a causa de las lágrimas contenidas.

No pudo decir nada más al respecto, le dedicó una última mirada de odio a Gine, giró rápidamente sobre sus talones y abandonó esa maldita habitación, caminó con pasos apresurados al encuentro con su progenitor mientras contenía sus lágrimas estoicamente. Una vez más, Harry Jones, le rompía el corazón sin siquiera percatarse de ello. Era imposible odiarlo, él desconocía totalmente sus sentimient

os por él y el daño que causaba con cada desaire.

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