Mercancías sucias

Mis ojos se abren como platos. —T-tú puedes oler...

—¡Puedo oler su semilla! ¡Sí! —me interrumpe con un gruñido.

—Oh —digo tristemente, abrazándome a mí misma y sacudiendo la cabeza. Si le cuento lo que pasó, ¿me creerá siquiera?

—¿Oh? —se ríe, echando la cabeza hacia atrás con un resoplido—. ¿Eso...