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El Amo se volvió para mirarme. Mis ojos le suplicaban. Miró el reloj, quedaban menos de cuatro minutos.

—No creo que sea eso —respondió el Amo—. Creo que mi esclava acaba de cambiar de opinión sobre algo.

Asentí frenéticamente con la cabeza. Se levantó y me quitó la mordaza. —Amo —jadeé—, serviré ...