Capítulo 9

Sé valiente, Riley.

Desperté con la frase en la mente, me senté en la cama y sequé las lágrimas fugaces.

—No lágrimas — me repetí. Me incorporé despacio. Había dormido varias horas y me encontraba somnoliento, me estiré desalojando todo rastro de pereza de mi cuerpo y miré por la ventana, la misma ventana que observaba el día en que murieron mis padres. Bajé las escaleras y reprimí una sonrisa al ver el candelabro clavado aún en la mesa.

La noche había caído con fuerza y una estela oscura cubría todo el cielo excepto la mancha plateada de la luna menguante que parecía una sonrisa maliciosa vigilando mis pasos. Apreté la mochila contra mi hombro, solo contenía el libro, pero sentía que el peso me hundía y que cada paso era más y más pesado, hasta que sin darme cuenta estaba de pie frente al hueco de la alambrada por donde se llegaba a la playa. Recordé con tristeza la última vez que lo crucé, y un nudo se formó en mi estómago. Crucé por el hueco casi por inercia, como instintivamente, y mis pasos me llevaron por entre el monte hasta que los pies se me hundieron en la arena.

Dejé caer la mochila al suelo y caí arrodillado, apreté la arena con tanta fuerza que sentí como cada pequeño cristal se me clavaba en la palma de la mano. Me sentía tan vacío y tan culpable, solo con el pasar de los años me di cuenta que no fue mi culpa, ni la muerte de Walter ni la de mi abuelo, pero en ese momento, ahí en la playa pensé que, si no era yo el culpable, sabía quién era.

Tomé un puñado de arena y corrí hasta donde las olas acariciaban la playa, y lo lancé con fuerza hacia la espumosa agua, y luego otro puñado más y luego otro y otro hasta que las lágrimas ya no me dejaban ver.

—¿Por qué? —grité —¿por qué a él? —caí de rodillas mientras observaba el pacífico y silencioso mar que creaba espuma con olas pequeñas que se desvanecían casi en mis rodillas, y más cerca de lo que me hubiera imaginado logré distinguir una silueta que flotaba observándome.

Me puse de pie tan rápido que mis pies se hundieron en la arena, unos metros más allá había una sirena de cabello negro que me observaba.

—¡Qué quieres? —le grité lleno de rabia y ella comenzó a retroceder lentamente, pero yo tenía una ira ciega que pensó por mí, así que corrí por el muelle hasta llegar a la mitad donde el agua quedaba a unos dos metros, si no me asomaba mucho no me alcanzarían. La sirena estaba apenas a un par de metros —¿por qué? —pregunté de nuevo y ella me miró con sus ojos oscuros, luego comenzó a hundirse lentamente —¡No! —grité de nuevo —quedate —la sirena se detuvo como si una fuerza invisible la obligara — Ven aquí —comenzó a nadar lentamente hacia mi como si siguiera mis ordenes, y cuando estaba justo debajo del muelle asomé la cabeza con precaución, y ahí estaba, tan hermosa y tan peligrosa, con el cabello negro húmedo flotando en el agua y las mejillas rojas, se me hizo extrañamente conocida.

Miraba hacia arriba con curiosidad. —¿Por qué se lo llevaron? —pregunté en un hilo de voz y ella frunció el ceño, como si no me entendiera, lo más probable es que no lo hiciera —¿Puedes traerlo de vuelta? —le supliqué estirando la mano hacia ella y la sirena miró la palma de una manera tentadora, con los labios entreabiertos y las mejillas rojas, levantó su mano y la estiró hacia arriba lo más que pudo, hasta que nuestros dedos se rozaron, recuerdo que eran suaves y estaban sorprendentemente cálidos —¿Puedes traerlo? —le pregunté y la voz se me rompió, y ella negó despacio con la cabeza antes de desaparecer dentro del oscuro mar.

No supe cuánto tiempo me quedé allí boca arriba mirando las estrellas y la luna menguante, hasta que me di cuenta de lo que había hecho y corrí tan rápido como pude hacia la alambrada, y no me sentí a salvo hasta que me alejé lo más que pude del lugar.

Caminé distraído pensando en nada, hasta que tuve que decir adiós a la piedra que venía pateando cuando la casa de Jefferson se alzó ante mí.

Me paré en frente de la puerta, la cabeza de un toro colgaba de una gran argolla. La tomé entre mis manos y golpeé la madera caoba, el sonido retumbó. Pasé mi mirada y me golpeé mentalmente cuando vi el timbre en una de las esquinas.

—Que grande eres Riley — susurré para mí. Estaba a punto de tocarlo cuando la puerta se abrió de un solo golpe dejando ver un Jefferson que me miró expectante.

—Dañaras la madera — espetó.

—Perdón — suspiré —Hola.

—¿Qué haces aquí, es muy tarde? —preguntó sin abrir la puerta del todo, ya que la cadena de seguridad se lo impedía.

—Te traje esto — anuncié sacando el libro y tendiéndoselo. Lo observó con el ceño fruncido y lo tomó con desconfianza.

—¿Para qué? — preguntó mirando la portada detenidamente, como queriendo grabar a fuego las letras que allí decían en su mente.

—Es un regalo de mi parte, nada más — suspiré —¿no me invitas a pasar? — añadí parándome en la punta de mis pies para mirar por encima de su hombro el cuarto oscuro.

—no — contestó como si fuera la cosa más obvia del mundo.

—¿Por qué? — arqueó una ceja. —te traje el libro como regalo pensé…

—No tengo ropa — anunció poniendo el libro contra mi pecho —espera — cerró la puerta sin importarle que mi nariz quedara a dos centímetros de esta después de que se hubiera azotado.

—¿Qué rayos? — Me aparté de la puerta y me senté en la pequeña escalera que precedía a la acera, puse el libro en mi regazo y comencé a ojear las hojas sin leer. Había tocado a una sirena, pensé que era la cosa más loca que había hecho en toda mi vida. Pasé la yema de los dedos por las líneas azabaches de una línea "Las apariencias pueden engañar, estoy cualquier cosa menos bien” —estoy cualquier cosa menos bien — le susurré a la luna plateada que me devolvió su pícara sonrisa.

Escuché que la puerta se abrió y el peso de alguien cayó en el marco de esta, no me giré, pero escuché el pesado suspiro de Jefferson. Puse el libro recostándolo contra la maceta, se formó un silencio incómodo que él mismo rompió.

—¿Me vas a decir qué quieres de verdad? — preguntó y yo me encogí de hombros.

—Nada — me puse de pie y lo miré —pensé que no era el único que necesitaba un nuevo amigo —sonreí tratando de parecer dulce y él se encogió de hombros.

—Riley, son las dos de la mañana —llevaba un pantalón corto y camisa sin mangas. Solo me encogí de hombros —el café con leche es mi especialidad — anunció haciéndose de lado en la puerta para que pasara.

—Soy intolerante a la lactosa — bromeé tomando el libro y caminando a dentro.

—¿Qué tal unas cervezas? — ensanchó su sonrisa y yo negué.

—Mejor té.

—Está bien — se descruzó e hizo ademán hacia la puerta abierta —chocolate será.

Me senté en la mullida cama y observé su habitación, la casa de Jefferson había sido una sorpresa enorme, era tan grande que una familia entera podía vivir en ella con todas las comodidades, además que lujosa.

—Bien, dime — dijo dando un sorbo a su taza humeante.

—¿Me vas a contar la relación entre Walter y tú? —le recordé y él suspiró.

—Al fin de cuentas no es una historia muy larga — se sentó a mi lado en la cama.

—Qué bueno porque no tenemos mucho tiempo —lo empujé por el hombro y él me miró raro —vamos dime —se tomó un tiempo en pensar las palabras y después de darle un largo sorbo a la taza de chocolate lo soltó:

—Walter y yo somos hermanos — me ahogué con el chocolate y Jefferson golpeó mi espalda con una cómica sonrisa.

—Tranquilo — me dijo después de recuperar el aliento —es simple — continuó — su padre le fue infiel a su madre con la mía, ya está, ellos me odian porque dicen que mi madre fue quien se le ofreció a ese señor y.… por eso sus padres querían que Walter se alejara de mí.

—¿Por qué nunca me lo dijo? —pregunté sintiéndome ofendido, se suponía que era su amigo. Jefferson se encogió de hombros.

—Supongo que, por no involucrarte, sus padres son…ya los conoces, si se hubieran enterado de que sabías y lo apoyabas en quedarse para estar aquí conmigo pues se irían en tu contra.

— Comprendo — dije —Por eso no quería irse, porque aquí tenía a su hermano —él asintió con la cabeza.

—¿Sabías que estaba enfermo? —preguntó y asentí —incluso quería hacerse el tratamiento aquí, para no alejarse de nosotros, pero lo convencí de lo contrario.

— ¿Y tu madre? ¿dónde está? — pregunté atrevidamente. Se tensó al momento.

—Murió hace unos años, ahora estoy solo.

—Lo siento —bebimos en silencio hasta que las tasas estuvieron vacías.

—¿Ahora si quieres decirme qué haces aquí? — me tragué todas las demás preguntas y sonreí nervioso.

—Necesito que me acompañes... a un lugar — alzó ambas cejas mirándome a los ojos —la nueva librería — solté.

—¿Quieres comprar un libro? — sonrió visiblemente relajado soltando un suspiro.

—No. Quiero escabullirme dentro de su bodega sin que se den cuenta y averiguar si el dueño causó el incendio que consumió la librería del abuelo.

—¡Qué? — negó repetidamente con la cabeza y su dedo índice —¿estás loco?

—Lo haré, aunque no me acompañes, también quiero entrar a su bodega.

—¿Por qué a la bodega? — se puso de pie dejando la tasa sobre el ropero y cruzándose de brazos.

—En la librería del abuelo hay un libro llamado Sirenas. No tiene autor, solo una editorial con el mismo nombre de esa librería "luna escarlata" tampoco estaba en la lista de compras ni en el inventario, solo apareció ahí.

—¿Y qué con eso? — preguntó como si fuera cualquier cosa y yo meneé las manos en el aire mostrando lo evidente.

—Quiero ver si tienen relación alguna.

—¿Por qué te interesa tanto? Es solo un libro — dijo.

—Lo sé. Pero son historias de marineros arrastrados por sirenas, suenan como si hubieran sido historias reales —Jefferson se rascó la barbilla, tardé semanas en darme cuenta que ese gesto significaba que ya lo había convencido.

—No arriesgaré mi pescuezo por tu curiosidad — dijo saliendo de la habitación. Apuré el último trago y lo seguí por el pasillo hasta la cocina.

—Tal vez podamos averiguar si alguien allí sabe sobre las sirenas, y saber qué pasó con Walter.

—Walter murió —dijo secamente y yo asentí.

—Aunque sea recuperar su cuerpo, o no lo sé, no sabemos nada de las sirenas, tal vez esté vivo —me miró apretando los labios y luego me dio la espalda — mi padrino me dijo que el gobierno planea algo en contra de las sirenas — dije poniendo la taza junto a la suya en el fregadero y abriendo el grifo.

—¿Y qué pueden hacer? — preguntó rebuscando algo en el refrigerador. Me encogí de hombros, aunque sabía que él no me podía ver.

—No lo sé. Por eso quiero ir a esa librería, quiero saber más acerca de ellas, conocer el autor de ese libro. eso le ayudaría a la policía.

—¿Serías capaz de contribuir para que les hagan daño? — su pregunta me dejó frío. Me volteé y lo encontré mirándome, sus ojos inquietos ahora estaban clavados en los míos, me intimidó su mirada, pero haciendo de tripas corazón conteste con la voz algo entrecortada.

—Ellas se llevaron a Walter, si en mí está ayudar a que no le pase a nadie más lo haré, con el costo que sea — bajó la mirada por un momento para luego subirla con una expresión severa y hablar.

—No iremos, y es mi última palabra.

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