capítulo 5

Tantas fueron las veces que había querido estar en el océano, contemplando las estrellas y las olas que golpeaban con suavidad las embarcaciones como dando un saludo suave sobre la superficie oxidada por la sal. Pero jamás me imaginé que mi primer acercamiento al mar terminaría como terminó esa noche, como me cambió la vida después de eso es algo que me marcó para siempre.

El silencio y el miedo se apoderaron de mí mientras flotaba en el agua. Las nubes comenzaron a formarse alrededor de la luna opacando su brillo. La oscuridad y el frío del agua me empezaron a sofocar, una niebla espesa comenzó a formarse alrededor de mis ojos impidiendo que lograra ver más allá de mi nariz.

Ni siquiera el mar parecía vivo, pero de repente, las olas comenzaron a agitarse más rápido de lo que yo creía normal. Un fuerte relámpago palpitó sobre la tierra sacándome de mi ensimismamiento. Ya no había nada que yo pudiera hacer en ese momento, Walter no estaba, y sabía que era en vano buscarlo yo solo. De repente me sentí en un deja vu, sabía lo que iba a pasar, sabía que podía haberlo evitado. Ese no era sino el principio de un ciclón de cosas, de una nueva vida que comenzaba.

Comencé de nuevo a nadar hacia la orilla, las gotas saladas que derramaba mis ojos y entraban por mi boca eran un trago de hiel que se incorporaba en mi pecho aumentado el dolor y la presión y cuando llegué a la orilla me dejé caer exhausto sobre la arena, tenía que buscar ayuda, pero mis pies no respondían. Walter ya no estaba, y me dolía, y ese mismo dolor ayudó a que el cansancio fuera algo superfluo. Me puse de pie y con pasos trémulos corrí por la playa luchando contra el cansancio, un fuerte relámpago seguido de un rayo que vibró en la tierra me hizo sobresaltar. La tormenta arreciaba mar adentro y se acercaba más rápido de lo que yo podía correr alcanzándome antes de entrar a la ciudad.

Las calles se estaban empezando a despejar. Las personas corrían despavoridas huyendo de las gotas de lluvia que sin permiso se desataron a caer, rebotando por todos lados y limpiando mi cuerpo demacrado y tembloroso de la sal y la arena. Divisé la librería a lo lejos, las luces aún estaban encendidas así que suponía que mi abuelo aún no se había ido.

El pequeño trayecto desde la esquina hasta la librería se hizo el más largo que había recorrido en toda mi vida. Las gotas de agua chocaban fuerte contra mi rostro, pero yo no las sentía. La presión en mi pecho aumentaba. Sabía que ya no había nada que hacer, pero ¿y si había otra opción? Sabía que no, pero me aferraba a esa esperanza con la misma fuerza con la que apretaba los puños mientras corría, como si la tuviera en las manos y temiera que se me escapara.

Entré y abrí la puerta de una manera estrepitosa. Mi abuelo, sentado en la cómoda con un libro en las manos se sobresaltó al verme entrar así.

—Riley... — dijo poniéndose en pie y caminando hacia mí —¿Estás bien? — apoyé las manos en mis rodillas ligeramente flexionadas tratando de recuperar el aliento.

—Walter — fue lo único que pude decir antes de que mis rodillas chocaran contra el piso. Mi abuelo corrió, se arrodilló junto a mí y quitó las manos de mi rostro sujetándolas por las muñecas.

—¿Qué pasa, Ray? — Tenía una expresión tan preocupada que me asusté aún más, si eso era posible.

— Walter y yo fuimos — un sollozo se enredó en mi garganta y mezclado con el cansancio me cortó la voz.

—¿Walter?... ¿dónde está? —me preguntó sacudiéndome por los hombros para que reaccionara.

—Murió — al fin logré gritar. Mi abuelo se separó bruscamente de mí, frunció un poco el ceño y se sujetó ligeramente el brazo izquierdo.

—¿Qué pasó? — preguntó, pero su voz sonó como un susurro opacado por la fuerte lluvia que había comenzado a caer formando arroyos por las calles. La luz eléctrica se fue después de un fuerte trueno que sacudió los vidrios y la librería quedó iluminada sólo por los tenues rayos de la luna que aún se colaba por las nubes.

—Las sirenas se lo llevaron — grité por sobre el ruido. El abuelo sujetó su brazo con más fuerza y su rostro adquirió una expresión de dolor. Se dejó caer de costado sobre una estantería. Los libros cayeron a causa de la gravedad que apetecía devorarlos, y sucedió todo en cámara lenta, los libros chocaron contra el suelo cuando un relámpago iluminó el cuerpo de mi abuelo que se desplomaba. Me levanté como un resorte y lo sostuve antes de que cayera al suelo, su cuerpo se movía repetidamente acusa de espasmos, no dejaba de sujetar su brazo apretándolo contra sí. Lo apoyé sobre mis piernas y lo abracé.

—¿Qué te pasa, Abu? — pregunté con un hilo de voz. Quitó su mano del brazo y la levantó hasta mi rostro secando una lágrima que escapó.

—Tienes que ser valiente Riley sé que lo eres, prométeme que cuidarás a tu hermano —casi no lograba escuchar su voz, estaba tan pálido y sudoroso.

—No digas eso —le dije y lo abracé con fuerza .

—prométemelo — me tomó por el mentón y me obligó a mirarlo junto con un sollozo.

—Uno no puede prometer cosas que no pueda cumplir — contestó y sus ojos comenzaron a cerrarse delicadamente, la mano cayó inerte sobre su regazo —Sé valiente—su cabeza giró despacio y su cuerpo se relajó.

Metí rápido mi mano a su bolsillo y saqué su móvil. Tecleé los números de emergencia y lo llevé hasta mi oído, después de un par de segundos, una voz chillona, de una mujer, contestó al otro lado. Le di las indicaciones para que llegara y lancé el teléfono en el suelo sin mucho cuidado. Apreté su cuerpo contra el mío.

—No me dejes Abu... — susurré —No nos dejes.

…………………………             ………..     …………………………….

El caminar desesperado de mi hermano en la sala de espera del hospital me ponía aún más nervioso. Mi cuerpo aún estaba empapado y una toalla reposaba en mi regazo. Tenía la mirada perdida en una planta verde con unas flores extrañas que descansaban junto a un mueble.

Recordé justo el instante en que los labios de la sirena se posaron sobre los de Walter, como suavemente desapareció con él hacia lo profundo. Me dolía imaginar cómo murió... ¿ahogado?, o ¿asesinado por ellas? No lo sabía. No lo podía imaginar. Una lágrima fugaz tintineó por mi mejilla cuando recordé las palabras del abuelo: “Sé valiente”  Y desde ese instante supe que esas palabras me acompañarían para siempre.

En el fondo me sentía culpable. El enfermero en la ambulancia que llegó un par de minutos después de que llamase, me dijo que lo más probable es que fuera un infarto. Si, pensé que era mi culpa, si no le hubiera soltado la muerte de Walter de una manera tan rápida, no se hubiera impresionado tanto.

Yo lo había matado; Recuerdo que eso fue lo que pensé cuando me puse de pie, y luego traté de alejar el pensamiento, no podía permitirme estar así, derrumbarme justo cuando Alexander más me necesitaba. Era su hermano mayor y debía ayudarlo. Era mi deber y ya no debía permitirme llorar. Sabía cómo Alexander se desmoronaba en momentos como esos, sí que lo sabía, no podía permitir que, si algo le llegara a pasar al abuelo, Alex se fuera de nuevo como hace diez años cuando murieron mis padres.

Camine hacia él y lo sujeté por los hombros obligando a que me mirara, sus ojos miel estaban enrojecidos, y por breves instantes recordé aquella noche.

Mis padres nos habían llevado a la casa de los abuelos y habían salido con la abuela Alma y la promesa de regresar el día siguiente, pero nunca volvieron, el auto perdió el control y ninguno sobrevivió.

Fue difícil, pero cuando logramos hacer que mi hermano entendiera se aisló, se alejó de todos, de mí, de mi abuelo, de sus amigos, nunca pensé que alguien tan pequeño pudiera entrar en un estado de depresión tan severo. Necesitó años para que volviera a un estado casi normal, aunque a veces lo veía perderse en sí mismo cuando hablábamos de ellos, y no sabía si el pasar de los años lo habían hecho más fuerte ante una pérdida. Pero debería de estar atento.

—Todo va a estar bien — dije sacudiendo un poco a mi hermano —ya verás —él asintió, tenía una expresión vacía. Una mano cálida tocó mi hombro, me giré despacio y me encontré con el doctor que nos miraba apacible.

—¿Cómo está mi abuelo? — preguntó Alex y el doctor tragó saliva.

—Tienen que ser fuertes chicos — dijo él apretando más fuerte mi hombro. Nunca sentí tanto miedo y dolor, De repente, la gravedad ya no me sostenía, perdí mi norte, me hallé completamente desubicado y las rodillas me temblaron con las siguientes palabras que se deslizaron por los labios del doctor que conocía hacía tantos años — Riley, Alex... hicimos todo lo que pudimos…

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