Capítulo 6

El policía puso de nuevo las manos en la mesa fría de metal que estaba enfrente mío.

—Y... ¿Se lo llevaron así, sin más? — volvió a preguntar. Observé la habitación de interrogatorios, típica: gris, una mesa en la mitad, dos sillas, y el espejo que me devolvía una imagen horrorosa de mí mismo: mis ojos estaban hinchados, la tenue luz del bombillo acentuaba aún más la palidez de mi rostro, y las ojeras, más que cansancio, denotaban dolor, miedo y frustración.

—Ya te dije que si — conteste secante —sólo se lo llevo y ya, no pude hacer más — Jack levantó la mirada y sus ojos se clavaron en los míos.

—Ray... te conozco desde que eras un bebé, sé que eres muy detallista y observador, y también sé que es un día duro para ti, pero tienes que contarme cada detalle — hablaba despacio y con calma, como si creyera que saldría corriendo si levantaba el tono.

—ya lo hice — contesté —todo fue tan rápido que no hay más detalles, Walter murió por mi culpa al igual que mi abuelo — Jack tomó su silla y se sentó junto a mí, puso su mano en mi hombro y lo apretó.

—No es tu culpa, ¿cómo podrías saber que la noticia le provocaría un infarto a tu abuelo? Quién quería ir al mar era Walter, no quiero que te culpes por ninguno de los dos — bajé la mirada y respiré profundo. Tenía muchas cosas que hacer y las fuerzas me faltaban; el velatorio, el entierro. Pero lo que más me dolió, lo que me atormentó por tanto tiempo fueron las únicas frases que me dijo la madre de Walter cuando le di la noticia. Hubo un silencio en el que podía escuchar sus sollozos. Seguro había apretado el teléfono contra su pecho, respiró pausadamente y las dejó salir de una manera amable pero no menos hiriente.

—"prometiste que lo cuidarías. Me lo prometiste Riley"

Ni siquiera tuve el valor para contestar. Tampoco pude colgar la llamada. Solo me senté en el pasillo del hospital y lloré como nunca había llorado, y unos quince minutos después escuché que la señora Miriam decía algo inentendible antes de colgar.

—¿Estarás conmigo en esto? — le pregunté a Jack tratando de que mis palabras salieran con fuerza, pero se resquebrajaron en mis labios.

—No estás sólo en esto, Riley — apretó más mi hombro —¿para qué crees que estoy yo? Por eso soy tu padrino. Para todo lo que necesites — solté una sonrisa sincera y miré de nuevo la habitación.

—¿Por qué tenía que ser aquí? — dije —no soy un prófugo al que hay que sacarle la información a la fuerza.

—Claro que no — sonrió —es más privado. Además, el tema es delicado.

—¿Por qué? —No me apetecía mucho saber el por qué, pero quería hablar de algo que no fuera lo acontecido esa noche.

—Hace más de cinco años que ellas siguen una frecuencia. Cada mes se llevan a un chico, joven, a lo largo de toda la costa y el gobierno... — se cayó repentinamente y su cuerpo se tensó.

—¿El gobierno qué? — dudó por un momento, me di cuenta que no quería ni me iba a decir nada —¿No me dirás? Bien — me puse de pie dispuesto a irme, estaba cansado y quería dormir el resto del año —Entonces no te contaré otro detalle muy importante — Su mano se enredó en mi muñeca y me obligó a sentarme de nuevo.

—Ray. No juegues conmigo —advirtió No te puedo contar.

—Tampoco yo — me encogí de hombros, el detalle no era importante, pero no me importó.

—El gobierno planea tomar represalias contra las sirenas — me contó —creen saber cómo matarlas, o al menos ahuyentarlas.

—¿Como? — La idea de que las eliminaran de la faz de la tierra comenzó a gustarme.

—Nada de preguntas — su tono se formó serio —respuestas — Suspiré resignado.

—La criatura lo besó antes de sumergirse con él —le conté tratando de no pensar en el momento.

—Lo besó— susurro Jack más bien para sí mismo. Por un segundo olvidé todo lo que me estaba pasando, y cuanto todas esas imágenes volvieron de nuevo a mi mente, la realidad me golpeó con fuerza.

—¿Me puedo ir ya? — pregunté.

—Claro, ve — me puse de pie y él me sujetó de nuevo por la muñeca

—Riley. ¿Puedo encargarme de todo lo que tenga que ver con el funeral de tu abuelo? Será lo mejor para ti y tu hermano — Asentí con la cabeza levemente

—Gracias —fue lo único que pude decirle.

—Tranquilo. Ahora ve con tu hermano,

Salí de la sala y caminé por los pasillos de la estación con la mente atorada de pensamientos. Jamás había sentido tanto miedo. ¿Qué pasaría? No lo sabía, había perdido a dos de las tres personas que más quería en todo el mundo, lo único que me quedaba era luchar por lo único que tenía, mi hermano, a veces hay que aprender a vivir con el dolor y tratar de superarlo, pero si la casa se sentía vacía antes, no podía imaginar cómo se sentiría ahora.

Cientos de caras cruzaron por mi mente, pero como en una ruleta, una en particular se apoderó de ella, haciéndome sentir aún más miedo: sus penetrantes ojos azules, sus labios rosados y su tez arrugada. Se suponía que debía ver a la señora Amelia al siguiente día. Pero no tenía fuerzas ni ganas.

La vida me había golpeado tan fuerte en una sola noche, y tenía aún tanto que enfrentar, que el no despertar al siguiente día hubiera sido lo mejor, pero estaba Alexander, era ahora mi responsabilidad, se lo había prometido al abuelo y no le fallaría

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