Capítulo 7
El funeral de mi abuelo transcurrió sin ningún contratiempo. Las lágrimas escaparon de mis demacrados ojos cuando su ataúd se empezó a sumergir en la tierra. Las palas cubrieron el cajón de madera, dejando atrás todo recuerdo tangible de lo que alguna vez fue.
No pude evitar que el alma se me partiera en dos cuando me volví hacia Alex, cientos de fragmentos rodaron por el césped del cementerio cuando sus ojos se clavaron en los míos; no tenía ninguna expresión en el rostro, pero sus ojos demostraron todo el dolor que contenía su espíritu. Ni una lágrima, ni un gesto, escasamente desvío la mirada que se clavó de nuevo en los hombres que seguían llenando el agujero. Hasta que lo cubrieron por completo.
Más de doscientas personas nos acompañaron en el funeral, unos que nunca había visto, otros con los que nunca había hablado, unos cuantos vecinos y compañeros de colegio. Muchas sonrisas hipócritas y pésames cargados de palabras vacías.
Todo fue diferente en el homenaje que preparamos para Walter; las personas se podían contar con los dedos de la mano, once o doce, incluidos sus padres que me abrazaron como si el mundo se acabara después. Entendieron todo después, que fue su idea y que murió salvando mi vida.
Jefferson también asistió. Se alejó de todos y trató de no hacer ningún contacto visual conmigo ni con los padres de Walter, y cuando por fin nuestras miradas se cruzaron, sus ojos negros me transmitieron todo su dolor. Estaba destrozado... Estábamos destrozados
Tenía un discurso preparado, algo que había memorizado pensando en todos los momentos que pasamos juntos, pero hay recuerdos de los que uno no puede regresar ileso, estos ahondaron más en mi dolor y en mi sensación de culpa. No pude decir mis palabras... no quise, ¿para qué?, al parecer sólo a Jefferson, los padres de Walter y a mí nos interesaba estar ahí, ya que las pocas personas que asistieron, se retiraron alrededor de media hora después, hasta el mismo Jefferson desapareció, sin saludar, sin despedirse y evitándome a toda costa.
Las sombras de la madrugada invadieron mi habitación y me tomaron por sorpresa. Toda la noche, como un náufrago en medio de la oscuridad, a la merced de las olas de los pensamientos me preguntaba por qué las cosas tenían que ser tan complicadas, y así, el alba nació por completo y la luz me mostró de nuevo una dura realidad.
Un día más que tendría que sobrevivir y aprender a superar lo ocurrido. Pero no podía dejar el pasado sumergirse sin antes amarrarle la piedra que permitiría que no saliera de nuevo a flote. Y eso pensaba hacer yo, amarrar la carga más pesada, sin saber que sería la que mantendría vivos aquellos recuerdos que trataba de empezar a superar.
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Empujé despacio la puerta que me recibió con su usual crujir. El olor a madera y libros me llenó. Inhalé y exhalé todo el aire que me fue posible tratando de disminuir la nostalgia que me producía estar de nuevo en la librería después de aquella noche. Cerré la puerta tras de mí y me incorporé.
El día fue frío y lluvioso, el viento soplaba sobre los tejados y arremolinaba las hojas de los árboles. Me senté en la cómoda mirando por el gran ventanal después de recoger las estanterías que habían caído y haber organizado mediocremente el lugar.
Unas cuantas personas pasaron corriendo. El silencio que se empezaba a tornar insoportable y melancólico fue roto por el crujir de la puerta y el tintineo de la campanilla. Volteé mi cabeza con pereza y me encontré con la imagen de la persona que jamás pensé ver en todo el día.
Parado junto a la estantería más cercana Jefferson me miraba insistentemente con las manos en la espalda; traía el cabello húmedo descolgando por su frente, un traje oscuro que no quise observar bien y sus ojos tenían una sombra oscura bajo los párpados.
Nos quedamos los dos así, en un silencio confortable. Me dedicó una pequeña sonrisa y avanzó con aire despreocupado entre las estanterías buscando algún libro en específico, dando a entender que tampoco quería hablar.
Volví a mirar hacia el ventanal y me encontré con una mirada totalmente diferente a la de Jefferson. No importaba si estaba a través de la ventana, la mirada penetrante me congeló en un segundo.
Un hombre vestido de negro me observaba con sus ojos azules clavados en los míos. Escasamente podía ver su rostro, bastante arrugado por su avanzada edad. No me quitaba la mirada de encima. Traté de dejar de mirar, pero no pude. Sus ojos se clavaron con más fuerza en los míos. sentí como escudriñaban dentro de mí, mi corazón comenzó a palpitar con rapidez y como por inercia, me puse de pie.
—¿Cuánto cuesta? — dijo Jefferson a mis respalda haciendo que diera un respingo y por su tono de voz parecía que no era la primera vez que me lo preguntaba.
Giré abruptamente mi cuello, miré a Jefferson que sostenía un libro en las manos, volví a mirar de nuevo hacia la ventana y mi corazón se detuvo, aquel hombre seguía allí, devorándome con la mirada, le dio una mirada de desprecio a Jefferson y desapareció detrás de un grupo de personas que pasaron. Me quedé pensativo preguntándome por qué me había inquietado tanto, cuando Jefferson Ríos me sacó de mis cavilaciones.
—Supongo que debo pagarte igual —Caminó hasta el mostrador y puso el libro encima.
—¿Ah? — contesté mientras lo miraba y los latidos de mi corazón disminuían su fuerza.
—No me has estado escuchando ¿cierto? — negué despacio.
—¿viste a ese hombre? — Le pregunté señalando el ventanal y él asintió.
—Sí que lo vi — contestó acercándose más a mí como para que le oyera mejor —él es el dueño de Luna escarlata — al tenerlo más cerca, me di cuenta de que sus ojeras eran bastante notorias, gruesas y oscuras. Al parecer no era el único que la había pasado mal por perder a su mejor amigo.
—¿Luna escarlata? — repetí con la voz entrecortada al recordar que es la editorial de la cual viene el misterioso libro de "Sirenas".
—Es la nueva librería — me contestó como si nada.
—¡otra librería! — exclamé horrorizado.
—Si... y lamento decirte que su establecimiento es mucho más grande. Eres su competencia, y este tipo no me da buena espina — levantó el libro a la altura de nuestras cabezas y pude observar que era la segunda parte del libro erótico —me lo llevo.
Caminé hasta detrás del mostrador y busqué el precio. Las manos me temblaban mientras pasaba las hojas, se lo di y me di cuenta que sus manos también temblaban cuando deposité el cambio en sus grandes palmas. Hubo otro silencio el cual él se dispuso a romper haciendo una pregunta que yo entendí a la perfección.
—¿Crees que sufrió? — su voz era un susurro.
—Quiero creer que no — respiré profundo —pero morir ahogado no es nada bueno — noté como las lágrimas se agolpaban detrás de sus párpados.
—¿Lo querías, cierto? — me atreví a preguntar. Él bajó la mirada, y dejando salir todo lo que tenía por dentro, una lágrima se derramó, y luego otra, y otra. Hasta que su respiración se transformó en un sollozo incesante. Por primera vez desde que había perdido a Walter y a mi abuelo, una persona demostraba lo que de verdad sentía y prefiero ver llorar a muchos valientes, que ver sonreír a muchos hipócritas. Fue entonces ahí, en ese momento, apretando el hombro de Jefferson y evitando no llorar también, las palabras de Walter acudieron a mi mente: “son mis padres... ellos quieren que acabe allá mi carrera. debe ser para que me aleje de él” Entonces creí comprender.
—Así que tú eres él — pronuncié más bien para mí mismo.
—¿Qué? — respondió con voz trémula. No me cabía en la cabeza que Jefferson y Walter fueran pareja. Entonces entendí porque nunca quiso que saliéramos los tres juntos, tal vez le atemorizaba que me diera cuenta, y para rematar viene Jefferson y se pone a llorar como una magdalena. Pero lo que más me dolió, era que Walter no tuviera la confianza suficiente en mí cómo para habérmelo contado. Con el pasar de los años me di cuenta de que fue apresurado sacar esa conclusión, pero a mi mente venía el recuerdo de los ojos de Walter, llenos de alegría y luz cuando me mencionaba a Jefferson y lo loco y alegre que era. Pero al verlo ahí derrumbándose ante mí, me di cuenta que también quería a Walter de una manera diferente. Apreté su hombro con más fuerza
—Sé que es doloroso... — sus ojos negros se clavaron en Los míos. Suspiré y dejé escapar las palabra que sabía contestarían la gran pregunta
—No es fácil perder a tu novio — y como mencionándolo también para mí mismo añadí —hay que luchar por superarlo — miró hacia el ventanal que estaba empañado por la lluvia hasta más no poder, frunció el ceño de una manera cómica y me miró de nuevo.
—¿Novio? — me sentí un poco extraño con su pregunta, pero ya había metido la pata, y qué más daba meterla del todo.
—Tu y Walter eran pareja... por eso estas tan mal ¿no? — abrió de una manera exagerada los ojos mientras arqueaba una ceja.
—Qué cosas dices — añadió dándole poca importancia y secándose las lágrimas con el dorso de la chaqueta negra.
—Pensé que eran novios, bueno, se me acabó de ocurrir — me miró a los ojos con seriedad y luego su carcajada llenó todo el lugar estruendosamente, yo lo seguí con una contagiosa risita nerviosa —¿qué pasa? — atiné a añadir después de que cesara su extraña manera de reír. Era extraño ver como un hombre pasaba tan rápido del llanto más amargo a la risa más contagiosa.
—Si eres gracioso... Walter no se equivocó —Me despeinó el cabello mientras sonreía.
—Lo siento, solo se me ocurrió — me excusé, Walter no había tenido novia, pero sí varios romances con chicas por ahí —no he pensado bien estos días, pero sé que lo quieres de una manera especial y él a ti — dije —¿por qué? — su rostro cambió de expresión. Ya no era gracioso, volvió a tornarse serio.
—Es una larga historia — contestó forcejeando con una sonrisa amarga —tal vez te la cuente cuando vuelva por la tercera parte — levantó el libro en el aire para que pudiera observar la curiosa portada.
—Puedes comprarlo ahora y de paso me cuentas —Insistí, no me apetecía quedarme solo.
—No... Después — despeinó de nuevo mi cabello y con gesto triste abandonó la tienda no sin antes despedirse con un "volveré pronto".
Me quedé de nuevo sólo, aguardando en el silencio del lugar, no moví un pelo. Así pasé el resto del día, observando cómo las personas pasaban mirando hacia la silenciosa tienda para ver si podían ver a los demacrados nietos del difunto. Me recosté después de un rato en la cómoda y me dormí casi de inmediato, pero me invadió un sueño agridulce, aún tenía que ir al Anidado a hablar con la vieja Amelia.

























































