Capítulo 8
Tomé un trago más grueso de café con leche para que pasara el nudo que tenía en la garganta al ver a mi hermano al otro lado de la mesa en la condición que se encontraba. Solo se limitaba a mirar los spaghettis y llenar una y otra vez la taza de café negro.
La casa estaba en tinieblas, solo nos alumbraba la tenue luz del candelabro que colgaba sobre la mesa de una cadena oxidada que amenazaba con romperse. Y ya era usual, desde que murió Walter y mi abuelo, a mi alrededor sólo había silencio, un silencio que me condenaba a recordar una y otra vez lo sucedido. Miré el candelabro.
—Hay que bajar eso de ahí — dije para que mi hermano se dignara siquiera a mirarme.
—El abuelo lo había dicho toda la semana — sonrió —"la cadena está oxidada, Alexander deberíamos bajarla — añadió imitando la voz del abuelo. Reímos un poco con nostalgia.
—¿Por qué no fuiste a estudiar hoy? — me preguntó después de que al fin decidiera probar la comida que con tanto esfuerzo logré preparar. Tal vez temía que mi combinación de espaguetis con piña fuera mortal. Pero como decía mi abuelo "las penas con dulce son menos".
—Alguien debe encargarse de la librería — le dije como única respuesta y él me apuntó con el tenedor.
—Perderás el año escolar, y además está próximo a acabar, y es tu último año antes de la universidad —me encogí de hombros.
—Si, pero hay que pagar la deuda con el Anidado — él bajó un poco la mirada.
—Podríamos abrir en las tardes — insistió tratando de que yo no abandonara los estudios. Pero mi decisión ya estaba tomada, no me creía capaz de sentarme seis horas en un aula llena de personas ruidosas e inmaduras, claro que yo en esos años tampoco era muy maduro, pero me comenzaba a gustar el silencio.
—No lo haré — mi hermano hizo ademán de protestar, pero un fuerte relámpago seguido de un rayo que vibró en la tierra hizo que se callara. La vibración fue tan fuerte que la cadena que sostenía el candelabro dijo ya no más, se desprendió del techo y cayó clavado en la mitad de la mesa.
El grito de mi hermano sonó como el de una típica chica rubia que se cae y el asesino empieza a romperla a cuchilladas. Fue tan gracioso que después de la conmoción del momento solté la carcajada más desestresante de toda mi vida. Alexander, después de que se le pasara el susto, me acompañó un rato riendo, y ahí en ese momento, sólo con la luz del exterior que se colaba por la ventana, comprendí que mi vida había cambiado por completo, y que tenía que tratar de ser feliz con lo que aún me quedaba, y sonreí ignorando que aún faltaba mucho por cambiar.
Otro rayo más fuerte hizo que la electricidad de la pequeña ciudad cediera ante la tormenta. A pesar del estruendoso ruido que producían las gotas de agua al chocar con el pedimento, pude escuchar unos cuantos gritos que resonaban por encima de estos.
—Al parecer no soy el único que grita como niña asustada — dijo mi hermano.
—Algo está pasando —dije y me puse de pie. Con el flash de mi celular y seguido por mi hermano subí hasta mi habitación, que daba a la calle y estaba en la altura suficiente para poder ver qué pasaba afuera.
Los pasos crujían en la madera. Entré a la habitación que estaba sumida en las tinieblas. Todo parecía ahora normal, los gritos habían cesado. Caminé y me asomé por la ventana, entonces lo vi, y la sorpresa no me permitió tragar saliva.
Un destello entre naranja y rojizo se alzaba por entre las casas. Una estela de humo cubría gran parte del cielo. Me acerqué más y al calcular más o menos de donde provenía el incendio, un escalofrío recorrió mi espalda. No podía ser que el destino se cerniera en contra de dos hermanos que luchaban por sobrevivir.
—¿Qué pasa? — preguntó Alex visiblemente alterado.
—La librería — fue lo único que pude musitar antes de echarme a correr.
Tomé la linterna que reposaba sobre la mesita junto a mi cama. Bajé las escaleras tan rápido que sentía que volaba. Podía escuchar los pasos desesperados de mi hermano tras los míos.
¿Era la librería la que ardía en llamas? no estaba seguro, pero se podía ver por entre el techo de las casas los fogonazos que estas emitían, y al hacer los cálculos estaba casi seguro. El corazón me palpitaba con fuerza.
Abrí la puerta de la casa bruscamente y una brisa fría penetró en mis huesos. Salí a la calle, estaba oscura y vacía. Solo se distinguía la aurora naranja que resaltaba con la extraña cortina de humo.
Encendí la linterna entre varios golpes, y corrí, corrí como nunca había corrido en mi vida. Las gotas de lluvia me golpeaban con fuerza y se metían en mis ojos impidiéndome ver. La mitad del camino la pasé con los ojos casi cerrados. Después de un momento me invadió el cansancio y el miedo, pero no quería parar, no podía.
Un fuerte relámpago iluminó con luz plateada toda la calle. Aún seguía corriendo tan rápido que no me pude detener cuando distinguí la silueta de alguien que se aproximaba a mí con la misma velocidad, me preparé para el impacto, fue fuerte, tanto que caí estrepitosamente en el piso golpeándome la cabeza. Por suerte no solté la linterna y enfoqué a la persona que también se enredaba con sus propias manos intentando ponerse de pie.
El rayo de luz le golpeó la cara y me devolvió el reflejo de sus ojos azules, tenía una nariz encorvada y orejas gigantes, sus dientes no compartían la misma hilera, pero tenía un bonito cabello rubio, y a pesar de sus aspecto un poco horroroso tampoco tenía acné, era joven, musculoso, y tenía miedo, reconocí esa expresión de inmediato, me volví un experto en ello.
Se puso de pie y noté que su tamaño era exagerado. Se quedó parado allí, devorándome con sus ojos, hasta que su expresión cambió, el miedo se desvaneció, miró alrededor desesperado y corrió dejándome ahí sentado en medio de la lluvia hasta desaparecer.
—¿Estás bien? — preguntó mi hermano que me ayudó a levantar.
—sí, choqué con alguien — respondí dándole poca importancia a lo ocurrido.
Después de correr otro momento llegamos hasta la esquina de la librería, mi corazón palpitó con fuerza al ver el cúmulo de personas que se asomaban por ella, tuve miedo, las rodillas me temblaban y recuerdo que negué varias veces con la cabeza mientras caminaba.
Caras de lástima era lo único que veía mientras, a paso largo, doblaba la esquina con mi hermano de lado.
Cuando por fin lo conseguí, no pude tragar saliva, mis sospechas eran ciertas: la librería se consumía poco a poco, sucumbiendo ante el implacable fuego, un fuego tan fuerte que ni la misma lluvia podía extinguir. Me acerqué más, y me quedé ahí, quieto, no podía llorar, me lo había prometido.
Y ahí permanecí, viendo como la ilusión de tantos años y la esperanza del futuro poco a poco se convertía en un puñado de cenizas.
La lluvia se transformó, después de un rato, en una llovizna molesta e incesante. El equipo de bomberos llegó tarde, como siempre. La librería sucumbió ante el fuego, y solo quedaban escombros de lo que alguna vez fue.
Jack se acercó a mí y me puso una toalla en mis hombros para que me secara un poco. Estábamos sentados en la acera de enfrente del local calcinado.
—Deberías irte a casa — dijo mi padrino mirando las ruinas de la librería. Ya había amanecido y había obligado a mi hermano a volver a casa después de que llegaran los bomberos ya que tenía que estudiar ese día. Claro que si mal no recuerdo no salí de la cama en todo el día.
—¿Para qué? — contesté mirándolo y él hizo lo mismo —¿para sentirme sólo en esa casa llena de recuerdos y silencio?— miré de nuevo las ruinas —mejor me quedo aquí para ver los que ya se fueron.
—Estas mojado. Además, ¿qué puedes hacer aquí?
—Nada... igual que allá — lo miré de nuevo. Mi abuelo conocía a Jack desde que su madre lo esperaba en el vientre. Fue el mejor amigo de mi padre y por eso soy su ahijado, en nadie más confiaba tanto como en él —¿qué crees que pasó? — pregunté.
—No lo sé — Contestó mirándome a los ojos —hay que esperar, para que hagan los estudios pertinentes y den con lo sucedido... lo más probable es que fuera un corto circuito.
—Supongo — susurré cruzándome de manos para conservar el calor, y antes de que pudiera especular algo más, las palabras que algún día me había dicho el abuelo acudieron a mi mente: “Todo pasa por que tiene que pasar” y tenía razón... pero si esos acontecimientos antecedían a los que estaban por venir, me temblaron las rodillas de solo imaginarlo.
Miré a todas las personas que pasaban de un lado a otro en un reflejo rápido, y mis ojos se detuvieron en un figura quieta que me observaba de la misma manera aterradora de la otra vez, no pude respirar, la mirada de aquel hombre me ponía los vellos de punta, de la misma manera que cuando se detuvo frente a la librería el día anterior. Me observó de arriba a abajo y se marchó sin más, caminando con aire de superioridad, y recordé que Jefferson había dicho que éramos su competencia. Era el dueño de la librería Luna Escarlata.
—Riley — dijo Jack y me sujetó por el hombro obligándome a que lo mirara a los ojos, y por su tono de voz me preocupé un poco, era serio —estamos solos los tres ¿no?
—Si... eso parece — respondí un poco confundido. Jack pareció meditar sus palabras.
—¿Les gustaría venir a vivir conmigo en mi departamento?... no es grande, pero seguro cabemos los tres. ¿Qué dices? — Me quedé un poco sorprendido por su ofrecimiento, pero tenía razón, la casa vieja tenía muchos recuerdos que quería tratar de superar, y nada mejor que empezar de cero para poder lograrlo, entonces era lo más sensato.
—Me encantará — contesté un poco eufórico y con una rara sonrisa —bueno... nos encantará — puntualicé.
—Fantástico. Estará todo listo para pasado mañana. ¿Está bien?
—Por supuesto — un enorme bostezo se apoderó de mí y Jack se rio.
—Deberías ir a descansar, si me entero de algo te lo hago saber de inmediato — Asentí y me puse de pie observando el camino que tomó aquel hombre dueño de la nueva librería.
—Sí que debo descansar — me dije caminando hacia casa con una toalla sobre los hombros.
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Empujé la puerta despacio y me introduje en el interior de la sala vacía. Camine aperezado y con frío. Miré de soslayo el candelabro clavado en la mesa y reprimí una risa burlona, hasta entrar en mi habitación, me desvestí dejando la ropa húmeda en el cesto de la ropa sucia y me interné en el baño.
El agua caliente empapaba mi piel y se llevaba todo el estrés y la frustración que tenía en esos momentos. ¿por qué? Me preguntaba una y otra vez. ¿porque a mí y a mi hermano? No era capaz de encontrar una respuesta lógica para cada desgracia, recuerdo que no sentía fuerzas para siquiera abrir los ojos.
Apoyé la frente contra la baldosa sudorosa por el vapor del agua caliente y tuve que usar toda mi fuerza para reprimir un sollozo.
—No puedo llorar — me dije a mí mismo en un tono alto pero la voz me tembló. Levanté la cabeza y suspiré. Salí de la ducha, me cambié con lo primero que encontré.
Salí del cuarto y dirigí mis pasos hacia el de mi hermano. Toqué un par de veces, pero no hubo respuesta. Se suponía que debía estar estudiando. Como la puerta estaba entreabierta, me colé en la habitación sin hacer ruido.
El cuarto estaba vacío, pero escuché unos ruidos que venían del baño, era Alex hablando con alguien. Me acerqué rápido y pude escuchar la conversación.
—Lo siento, sabe que ha sido una semana difícil— dijo mi hermano y al hacer una pausa supuse que hablaba por el teléfono —si todo está saliendo bien, gracias por preguntar… sí, sí va a ir, me aseguraré de eso... adiós.
Antes que saliera, yo ya me había alejado del baño y estaba mirando a través de la ventana. Al verme se sorprendió y casi deja caer el móvil. Yo no aparté la vista de la ventana.
—Hace cuánto estás ahí — preguntó un poco nervioso.
—No mucho — contesté ahora mirándolo —¿Con quién hablabas? —miró la pantalla del móvil como si ahí estuviera la respuesta.
—Hablaba con Jessica, la hermana de Alessandra, mi novia ¿no se te ha olvidado? — negué con la cabeza. Alessandra era la novia de Alex, un poco extraña, a mi parecer —cumple años en una semana — continuó —le estamos planeando una fiesta sorpresa — asentí con la cabeza, él se sentó en la cama en silencio y me senté a su lado y lo lancé.
—Y... ¿cómo vas con Alessandra? —pregunté y él se limitó a encogerse de hombros. Nos quedamos un rato en silencio.
—Creo que todo está bien con ella —dijo después de un rato.
—¿Entonces por qué estás así? — su expresión se ensombreció y antes que pudiera sorprenderme me abrazó con fuerza.
—Sabes que te quiero, ¿cierto? — habló con la cara enterrada en mi pecho, y yo le devolví el abrazo con fuerza.
—Claro — puse mi mano en su espalda y dibujé círculos invisibles
—¿Y que todo lo que hago lo hago por los dos ahora que estamos solos? — lo sujeté por los hombros separándolo de mí y lo miré a los ojos.
—¿Qué vas a hacer? — comencé a asustarme.
— Nada —contestó cansado, como si estuviera cansado de repetir siempre lo mismo.
—No me mientas — dije y lo apreté con más fuerza.
—Es que estoy haciendo unos trabajos extra para doña Amelia. Así gano más.
—No. Ya no tendrás que trabajar más, te lo juro. No volverás por allí ¿Oíste? — no contestó, se quedó mirándome a los ojos con intensidad —¿estás bien?
— Tranquilo, estoy bien — respondió y yo asentí con la cabeza.
—¿Qué clase de trabajos? — le pregunté.
—Nada serio. Algunos y mandados... encargos.
—Bien — dije poniéndome de pie — dile a doña Amelia que iré a verla mañana, que disculpe la tardanza, y de paso le dices que no vas a volver.
—Si... claro, lo entenderá —no parecía muy convencido.
—Nos vemos mañana en la mañana —me despedí y salí del cuarto dándole un beso en la cabeza.
Salí de la habitación y escuché como Alex dejaba salir todo el aire que tenía retenido en los pulmones. Había olvidado contarle sobre la propuesta de mudarnos a la casa de Jack, pero decidí decírselo Después.
Recorrí el pasillo en silencio, pensativo. ¿Sería buena idea? Supuse que sí. ¿por qué no?
Entré a mi cuarto y cerré la puerta, me recosté cruzando las manos por debajo de mi cuello.
—¿Cómo lo voy a convencer? — me pregunté en voz alta pensando en Jefferson—bueno igual tiene algo que contarme — Me senté en la cama y observé toda mi habitación buscando alguna idea para hacer que me acompañara en ese plan suicida. Mi mirada se cruzó con la pequeña biblioteca que se suspendía en el aire, y sonreí maliciosamente al reconocer el volumen tres de la novela erótica.

























































