Capitulo 1
Rayen tiembla de pies a cabeza, es un temblor suave, casi imperceptible. Los nervios la están dominando en ese momento y se siente demasiado expuesta, demasiado vulnerable. Siente la mirada de todos los presentes sobre ella y sabe que ahí nadie la quiere, no es bienvenida en lo absoluto. No hay que ser demasiado astuta para darse cuenta de ese detalle, lo puede percibir a través de las miradas hostiles que le dedican. La única persona que le guarda un atisbo de aprecio es su suegra, quién es la que concertó este maldito matrimonio.
Agacha ligeramente la cabeza mientras camina hacia al altar, jadea bajito intentando contener las lágrimas, siente sus ojos arder, pero se esfuerza por mantener la compostura. Junto al altar la espera Tobías Stornent, el hombre que en cuestión de minutos se consolidará como su esposo. Él será su dueño, después de todo, pagó una enorme suma de dinero por ella. Irónico ¿no? Pagar tanto dinero por tener a alguien a quien no deseas en lo absoluto.
Por un instante considera la posibilidad de huir, de dar media vuelta y salir corriendo, después de todo, Tobías no iría tras ella. ¿Por qué la seguiría? Él ama a otra mujer y sería un alivio que se pusiera fin a toda esa farsa. Aunque si decide huir no tendría como costear el tratamiento médico para su madre y no estaba dispuesta a verla morir lentamente frente a sus ojos, mucho menos sabiendo que pudo haber hecho algo para ayudarla.
Al llegar al altar, James, el padre de Tobías la entrega. Tobías, toma su mano y la aprieta entre las suyas con saña. Hay tanto odio, en una acción tan simple. En ese instante quiere llorar, pero no por como aprieta su mano, si no, por como la mira. El odio y desprecio en la mirada de Tobías la hacen sentir tan pequeña e insignificante. De algún modo, le hace sentir terror.
La ceremonia da inicio y para ella todo transcurre en cámara lenta. Se siente tan ajena y distante, logra escuchar al cura hablar, pero no comprende nada de lo que dice. No puede estar pendiente de sus palabras cuando su vida está a nada de convertirse en un maldito infierno. Solo reacciona cuando Tobías pellizca con fuerza el dorso de su mano, devolviéndola a la maldita realidad.
—Rayen Sepúlveda, ¿acepta como esposo a Tobías Stornent, para amarlo y respetarlo hasta que la muerte los separe? —El cura hizo la pregunta de rutina y ella sintió que el alma le abandonaba el cuerpo.
—Yo... —Todas las miradas estaban sobre ella, incluida la de Tobías, quién la miraba con un apice de esperanza. —Acepto. —La mirada de su ahora esposo se enfureció y el agarre de su mano se tornó más violento.
Acababa de firmar su sentencia de muerte y estaba completamente sola para lidiar con esta batalla...
•••
Tiempo atrás...
Sofía Sepúlveda había sido una mujer rica y muy poderosa, una mujer elegante y distinguida, acostumbrada a vivir de lo mejor. Se había casado con Edmundo Sepúlveda a la tierna edad de 17 años, había dado a luz a su primogénita cuando tuvo 23 años y vivió en la tranquilidad de su mansión, criando a su única hija y disfrutando del lujo que la rodeaba, sintiendo que su vida era perfecta.
Sofía era la envidia entre sus hermanas y amigas, había tenido suerte, ya que su esposo, quién prácticamente le doblaba la edad, era un pan de Dios. Edmundo era conocido por su carácter fuerte y prepotente, pero con ella jamás fue de ese modo. El hombre se desvivía por hacerla feliz. Para nadie era un secreto de cuan enamorado estaba.
Su vida fue perfecta hasta que Edmundo murió, un cáncer de pulmón lo atacó rápido y violento, cuando se logró detectar ya era demasiado tarde, bastaron solo dos meses para acabar con su vida. El día en que perdió a su esposo, se dió cuenta de que su vida no era tan perfecta como ella pensaba. Edmundo, siempre había sido muy hábil para los negocios, tenía un instinto que muchos no tenían y manejaba perfectamente el dinero de la casa, expandiéndolo más y más. Sofía no sabía nada de eso, ella intentó hacer lo mejor que pudo, hizo todo lo posible por mantener los negocios a flote y seguir pagando el increíblemente caro colegio de su hija Rayen, pero lamentablemente no era suficiente.
La primera esposa de Edmundo, junto a su hijo mayor, reclamaron la mitad de todo, ella quiso evitar el escándalo por lo que accedió a sus peticiones y con la esperanza de sacar a flote el imperio que su marido construyó decidió entregarles su parte en dinero y ellos le entregaron la parte de sus acciones de la empresa. Con lo que quedó para ella y su hija buscó salir adelante, hacerlo crecer.
Los negocios empezaron a caer, los empleados se marcharon, los cobradores la estafaron, Sofía veía como su reino caía alrededor suyo, como esa vida cómoda y llena de lujos se desmoronaba frente a sus ojos. No iba a caer en la desgracia y tampoco dejaría que su hija viviera en la miseria, aún le quedaba un as bajo la manga y haría su última jugada.
Así que Sofía tomó una decisión, no podía permitir que toda su vida se fuera al carajo y salió del elegante departamento que adquirió después de verse en la triste obligación de vender su mansión. Se montó en su coche y condujo con prisa a la zona exclusiva de la ciudad. Visitaría a Angeline, una vieja amiga de la alta sociedad, a la cual cada día le iba mejor y su fortuna crecía de manera descomunal. ¿Cómo no? Si su único hijo era un tiburón de los negocios. Tiempo atrás, Angeline le hizo una propuesta, la que en su momento rechazó, pero ahora, la desesperación la orillaba a aceptar.
—Me alegra que hayas decidido venir, Sofía —saludó Angeline. —Esperé con ansias este momento —una pequeña sonrisa se acentuó en su rostro. —Toma asiento, querida.
—Gracias por recibirme, estuve pensando en la oferta que me hiciste, Angeline —respondió la mujer, mientras nerviosa sostenía su bolso de mano con fuerza. Se sentó delicadamente en la silla, sonriendo levemente cuando su café preferido fue puesto inmediatamente frente a ella. Él solo aroma la embriagó.
—¿Oh? ¿Y... qué has pensado, Sofía? —Angeline pudo ver la duda reflejada en los ojos azules de Sofía, como la mujer nerviosa apretaba su bolso como si su vida dependiera de tal acción.
Angeline de Stornent, era una señora de sociedad, su cabello negro como el carbón caía en elegantes ondas sobre su oscuro saco azul, enmarcando su rostro pálido y ligeramente pecoso, sus ojos verdes brillando con firmeza y seguridad. Angeline se había casado con James casi al mismo tiempo que Sofía con Edmundo, ambas se habían encontrado varias veces en fiestas de sociedad y se habían vuelto... amigas, por decirlo de algún modo.
Angeline dio a luz a su único hijo, Tobías, unos años antes de que Rayen naciera. Ambas mujeres habían coincidido varias veces más, sus respectivos hijos a sus lados. Mientras que Rayen había ido a una prestigiosa escuela fuera del país, Tobías se había desarrollado estupendamente en Londres, destacando no exactamente en sus notas pero sí en sus habilidades para los negocios.
Tobías era capaz de convencer a cualquiera de lo que necesitara, su sonrisa tenía un componente secreto que te hacía sentir a gusto y dispuesto a invertir en cualquier cosa que él dijera. Tobías se estaba abriendo camino por sí mismo alrededor del país y su madre no podía estar más orgullosa de los logros de su único hijo.
Excepto por un detalle, su hijo ya tenía a una mujer con la cual deseaba compartir su vida y sus éxitos. Pero ella se rehusaba a aceptar a Sarahí como su nuera, ya que era una mujer enferma que jamás podría darle hijos a Tobías. Definitivamente, ella no era lo que él necesitaba. Su hijo necesitaba una mujer a su altura, digna de llevar el apellido Stornent.
—Primero que nada Angeline, amo a mi hija más que a nada en este mundo y haré lo que tenga que hacer para verla feliz. —La voz de Sofía salió temblorosa, sabía que estaba cometiendo una locura, pero la desesperación y el miedo a la pobreza eran aún mayor. —Acepto tu propuesta, Angeline —la pelinegra tomó un sorbo de su café, tomándose su tiempo en saborearlo y volvió a bajar la taza, colocándola con delicadeza sobre el plato, mientras Sofía mantenía una postura tensa.
—Haz hecho una excelente elección Sofía, y lo sabes. Rayen estará en excelentes manos. —Aseguró la mujer, su sonrisa suave y su mirada tranquila le generaban confianza y seguridad a Sofía.
—¿Cuándo se harán los preparativos? —Quiso saber Sofía.
—Cuánto antes, Tobías será informado y ambos serán presentados formalmente en una cena privada que haremos en el club —respondió ella, entrelazando sus dedos. —Cuidaré muy bien de tu hija, Sofía, Rayen será inmensamente feliz al lado de Tobías y nada le faltará jamás, te doy mi palabra. —Sofía fijó su mira en ella y asintió, sus puños apretándose inconscientemente.
—Es lo único que deseo, quiero que Rayen sea feliz, que nada le falte y pueda vivir cómoda.
—Vamos, Sofía, seremos familia pronto, cuidaremos de ti también, tenlo por seguro. Me ocuparé de que nada te falte, podrás volver a ser socia del club, a salir de compras, viajar por el mundo y además tendrás una mensualidad para gastos. —Al escuchar las palabras de Angeline, Sofía quería gritar de la alegría, resistiendo la urgencia de morderse las uñas, eso sería poco elegante. Sin lugar a dudas acababa de tomar una excelente desición.
—Mientras mi hija esté bien, nada más importa —respondió finalmente, terminando su taza de café y limpiándose cuidadosamente con la servilleta las invisibles marcas de lo que bebió. —Hasta dentro de poco, Angeline. Me avisas para que día será la cena. —Se pone de pie y estrecha la mano de la otra mujer.
—Por supuesto, Sofía. Te avisaré apenas Tobías regrese de su viaje de negocios. —Respondió la mujer mientras acompañaba a Sofía hasta la puerta.
Solo cuando desapareció completamente de su campo visual, Angeline se permitió esbozar una sonrisa satisfecha. "Pronto, hijo mío, desearás no haberme desafiado. Una madre siempre sabe lo que es mejor para sus hijos" pensó la pelinegra, escondiendo su mirada complacida tras su rebelde flequillo.
































