ciento setenta y siete

Habían pasado días.

Días de silencio. Días de fingir que no notaba cómo había cambiado la casa.

La ausencia de James era como una tormenta que se negaba a terminar. No con truenos, no con relámpagos, sino con una lluvia interminable, gris—silenciosa, fría, asfixiante.

No dijo que me estaba evitan...

Inicia sesión y continúa leyendo