ciento ochenta y siete

La habitación estaba oscura, excepto por el suave resplandor de la lámpara de noche, cuya luz ámbar se derramaba sobre las sábanas. Estaba sentado apoyado contra el cabecero, con el hombro dolorido bajo el cabestrillo, pero no era la herida lo que me consumía. Era el vacío en mi pecho. El dolor se a...

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