ciento noventa y siete

La mañana siguiente llegó con un dolor que pesaba en mi pecho. De esos que permanecen después de una noche inquieta, donde el sueño se burla pero nunca se queda. La luz del sol se filtraba a través de las cortinas del viejo cuarto de mi abuelo—su cuarto, ahora mío para ordenar, limpiar y preservar—y...

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