doscientos treinta y siete

Esa noche no fue como ninguna otra.

Desperté con el temblor violento de mi propio cuerpo, como si el frío que había soportado afuera se hubiera filtrado en mis huesos y decidiera no irse nunca. Mis dientes castañeteaban, mis extremidades temblaban bajo el peso de las mantas que había amontonado sobr...

Inicia sesión y continúa leyendo