doscientos cuarenta y tres

Paseaba por el pasillo estéril como un animal enjaulado, mis zapatos chirriando levemente contra el linóleo con cada paso inquieto. Las luces fluorescentes zumbaban débilmente, bañando el corredor con un resplandor blanco implacable. Sentía el agua goteando de mi cabello, deslizándose por la nuca—ag...

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