doscientos sesenta y cinco

La terraza estaba tranquila, excepto por el suave trino de los pájaros y el leve susurro de las hojas agitadas por la brisa matutina. El horizonte se extendía interminablemente ante mí, pintado en tonos de rosa y dorado mientras la primera luz del amanecer se deslizaba sobre las llanuras. No había p...

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