doscientos setenta y seis

La mañana había sido tan tranquila que casi me permití creer que las cosas eran diferentes ahora, que tal vez la frágil paz que James y yo habíamos tejido en África nos había seguido hasta casa.

La luz del sol se filtraba por las amplias ventanas del comedor, suave y dorada, envolviéndome en su cal...

Inicia sesión y continúa leyendo