Treinta y uno

Esa noche, después de todo, alcancé el cajón de la cómoda y saqué el pequeño trozo de papel antes de acurrucarme en la cama. Pensé en el problema de mi abuelo yendo a una residencia de ancianos—no le gustaría ni un poco, ¿cómo podría mirarlo a los ojos después?

Desdoblé el papel arrugado con cuidad...

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