Treinta y dos

No sé cuánto tiempo estuve acurrucada en el frío suelo, con el borde del cuaderno de dibujo presionando mi muslo y el olor a papel viejo rodeándome como un abrazo polvoriento y familiar. El silencio era espeso, roto solo por el suave rasguño de mi lápiz contra el papel envejecido. Había perdido la c...

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