Trescientos cuarenta y seis

La cocina estaba en silencio, y el suave zumbido del refrigerador era el único sonido que acompañaba el leve tintineo de la loza. Afuera, los primeros indicios del amanecer pintaban el horizonte parisino con tenues franjas de naranja y rosa, aunque la ciudad en sí aún parecía dormida. La hora tempra...

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