Trescientos cuarenta y siete

La ciudad despertaba lentamente, el murmullo distante del tráfico se mezclaba con el canto de los pájaros, y el Sena brillaba bajo la suave luz del sol. Dudé en la puerta de mi apartamento, sosteniendo a Cecilia en mis brazos, sus pequeños puños apretados contra mi pecho, su respiración suave y rítm...

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