Trescientos setenta y ocho

La ovación apenas se había desvanecido cuando bajé del escenario, la máscara veneciana aún adherida a mi rostro como un frágil escudo. Mi corazón seguía latiendo con fuerza, el pecho apretado por la adrenalina y el alivio de un espectáculo que había salido mejor de lo que podía imaginar. Cada pieza ...

Inicia sesión y continúa leyendo