NUESTRO LAZO

CAPÍTULO 2

La sonrisa de Caroline se desdibujó al instante. El lobo desconocido que le había hecho temblar el corazón y la marco en el cuello como suya … era el esposo de su hermana.

Leonard sonrió con descencia, observo de arriba a abajo la belleza sencilla de aquella hermosa loba, sus ojos, esos lo hicieron temblar de inmediato.

El momento se rompió bruscamente con la voz fría del Alfa Constantine.

—Me dijeron que tuviste una caída con el caballo —frunció el ceño—. Eres el mejor jinete de la manada. ¿Qué ocurrió?

—Sí. Alguien colocó una estopa de metal bajo la silla. El caballo se descontroló —respondió Leonard con una leve sonrisa, mientras lanzaba una mirada fugaz a Caroline, que se sonrojó al recordar su comentario sarcástico. —Creo que fue un ataque dirigido a mí.

Constantine lo miró con seriedad, y luego su atención volvió a Caroline con evidente desagrado.

—Niña, es de mala educación escuchar conversaciones de lobos. No te quedes ahí como una estúpida. Ve a la cocina, que te den un uniforme. El ama de llaves te dará instrucciones.

Caroline bajó la cabeza, sintiendo el ardor del desprecio, y salió del estudio sin decir una palabra.

—Nunca le habías hablado así a una empleada —comentó Leonard, sorprendido—. Siempre has sido el Alfa más cortés.

—Me recuerda a alguien que me hizo mucho daño —murmuró Constantine mientras servía un trago y daba por terminado el tema.

En la cocina, Caroline fue recibida por una loba mayor que llevaba años en la casa. Al verla, se quedó helada, cubriéndose la boca con la mano.

—¿Te… Teresa?

—No. Soy su hija, Caroline. El Alfa me acaba de contratar como sirvienta para su hija Diana.

La vieja loba suspiró aliviada, y sin decir más, la condujo hasta una habitación donde le entregó su uniforme.

—¿Conoció a mi madre? —preguntó Caroline, confundida por la reacción de la mujer y el trato distante del Alfa.

—Trabaja aquí… pero no preguntes. No cuestiones. Solo viniste a trabajar.

La instrucción fue tajante. Caroline se cambió rápidamente. Su primer encargo era llevar la merienda a la habitación de Diana.

Con la bandeja en mano, subió las escaleras con nerviosismo. Su corazón latía fuerte. Iba a conocer a su hermana. De niña siempre soñó con no estar sola.

—Señorita Diana, soy su nueva sirvienta —anunció con una sonrisa tímida.

Diana, recostada en su cama, tomó el vaso de leche, lo probó y frunció el ceño con asco.

—¡Esto no tiene miel, estúpida!

Sin pensarlo, le arrojó la leche en la cara a Caroline, que se quedó paralizada, empapada y sin entender.

—¿¡Qué le pasa!?

—¡No me grites, igualada! —Diana levantó la mano para golpearla.

Pero Caroline atrapó su brazo en el aire, con firmeza.

—¡Y usted no me va a pegar!

En ese momento, Leonard entró a la habitación. Su presencia impuso silencio inmediato.

—¿Qué está pasando aquí?

—¡Esa atrevida me quiso pegar! —gritó Diana, corriendo a abrazarlo entre lágrimas fingidas.

—¡Ella fue quien me quiso golpear! —replicó Caroline—. Puedo soportar muchas cosas, pero no esto.

Tiró el delantal al suelo y salió de la habitación, el orgullo herido.

Leonard quiso seguirla, pero Diana lo detuvo.

—Déjala ir. Es una grosera. No la quiero en esta casa.

—¡Estoy cansado de tu actitud! —exclamó Leonard con el ceño fruncido—. No es la primera loba que intentas humillar. Ya te conozco, Diana.

—Mi amor… —Diana se llevó la mano al pecho—. No puedo respirar. Me duele el corazón.

Leonard dudó. Ya en la puerta, suspiró y regresó. Le dio agua con una pastilla.

Esa era su condena.

Se había casado con Diana por una deuda de honor con el Alfa. También por compasión: Diana siempre lo amó, y al enterarse de su enfermedad del corazón.

Para asegurarse que no dejara a su hija, el Alfa Constantine le propuso darle el liderato de la manada cuando muriera, solo si aceptaba ser hechizo por una bruja.

Leonard no podría olfatear a su loba destinada, aquel hechizo le impedía encontrar a su loba, por eso cuando ese olor en el bosque lo embriago sintió que ella estaba cerca, Pero al regresar a los terrenos de la manada, el bloqueo regreso.

Caroline, al salir, tropezó con la Luna la manada, esposa del Alfa Constantine.

—Disculpe, Luna —dijo, agachando la cabeza.

La loba alzó el mentón de Caroline con dulzura. Sus ojos se abrieron con asombro.

—Te pareces tanto a Teresa Moon… ¿Eres algo de ella?

—Es mi madre. Falleció hace pocos días. Solicité trabajo con el Alfa —respondió Caroline con voz entrecortada.

La Luna Aurora le pidió que la acompañara a su habitación. Su presencia era cálida, elegante, profundamente maternal.

—Teresa fue mi amiga de la niñez. Su madre fue mi niñera, crecimos juntas. No sé si te lo contó…

Caroline negó suavemente con la cabeza. Su madre había ocultado tanto de su pasado.

—¿Por qué el Alfa la odia?

—Lo mejor es que no preguntes, querida. Viniste a trabajar —respondió Aurora, con una sombra de tristeza en los ojos, volviéndose dura ante esa pregunta que parecía un secreto.

Entonces, Constantine irrumpió en la habitación con el rostro encendido de furia.

—¡Lárgate de mi casa! ¡Sabía que solo traerías problemas! ¡Quisiste golpear a Diana!

—No es cierto, señor. Solo me defendí. Fue ella quien…

—¡Basta!

—Conozco a Diana. Caroline se queda —intervino Aurora, firme—. No será sirvienta de mi hija. Trabajará directamente para mí. Punto.

Caroline bajó la cabeza en señal de respeto. Obedeció sin discutir.

Pero en su interior, la duda la carcomía.

¿Estaba cometiendo un error al quedarse? ¿No sería mejor huir? Pero… ¿cómo iba a descubrir la verdad sobre su madre si no se quedaba?

Aurora le ordenó ir a su habitación y descansar.

Después de un baño, con una toalla envuelta en el pecho, Caroline aplicaba crema en su pierna, apoyada sobre la cama.

La puerta se abrió de golpe.

—Vine a pedirte perdón por Diana, ella… —Leonard se detuvo.

Caroline se sobresaltó. En su torpeza, la toalla cayó al suelo.

Leonard abrió la boca. Sus ojos recorrieron el cuerpo desnudo de la loba que ha

bía salvado. Su respiración se entrecortó.

El deseo… fue inmediato, Pero su mirada se clavo en el cuello

—¿Esa... Esa marca?

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