Nº 2:

—¿La mataste?

—¿Qué? No podía creerlo.

Había pasado un mes desde el incidente, mi madre se volvió histérica, me obligó a faltar a clases cuando se enteró de lo que le había pasado a mi compañera de cuarto, intentó que abandonara ese año e incluso el decano me ofreció una licencia para que pudiera reincorporarme el siguiente semestre, pero me negué. Quedaba muy poco para terminar y no tenía intención de rendirme.

En todo el campus había un gran alboroto, todos comentaban lo sucedido, tanto estudiantes como profesores se me acercaban para preguntarme si tenía alguna idea de quién era el asesino y la verdad es que estaba más perdida que una vaca en un cine.

De todos modos, mi madre había instalado tres candados por dentro y tres candados por fuera en la puerta de mi habitación, puede parecer un poco exagerado, pero "el estrangulador" seguía suelto y muchos especulaban que yo podría ser la próxima víctima.

Así que casi escupo mi refresco del susto cuando Mark se acercó a mi escritorio en la biblioteca una tarde.

—Vamos, confiesa. Sé que fuiste tú —insistió.

Lo miré perpleja, casi en estado catatónico por el asombro.

—¿Estás loco? —protesté—. ¿De dónde sacaste la idea de que maté a Amalia?

—De tus quejas constantes —sonrió de oreja a oreja, sus ojos color chocolate brillaban llenos de diversión—. Ella era tu compañera durante las guardias, escuché que protestaste con la profesora Alicia cuando rotamos por pediatría.

Me mordí el labio, nerviosa.

Eso al menos era cierto. Amalia desaparecía durante las guardias y a los especialistas no parecía importarles en lo más mínimo. Esa situación había comenzado durante nuestra primera rotación de internado, en Ginecología y Obstetricia. Recuerdo que de escribir la evolución de todas las mujeres que tuvieron cesárea una noche terminé con el cuello rígido. Pasé una semana con dolor y rigidez en el cuello después de eso.

Luego fuimos a cirugía, Amalia brillaba por su ausencia en la mitad de nuestras guardias, pero como yo estaba allí y escribía todas las historias clínicas, a los profesores no les importaba.

Cuando fuimos a Pediatría ya no pude más.

Amalia estuvo ausente la primera noche y me quejé directamente con la profesora especialista a cargo, mi paciencia simplemente había llegado a su límite, las historias clínicas para escribir en pediatría eran monstruosamente largas, simplemente no podía con todo eso yo sola.

Cuando Amalia se enteró, me confrontó directamente.

—No puedo creer que le hayas dicho a la profesora Alicia —protestó.

—Y yo no puedo creer que seas tan cínica como para venir a reprocharme por eso —le respondí secamente.

La dejé boquiabierta y mirándome con una cara de total ofensa.

—¿Después de cómo he sido contigo, así me lo pagas? —gritó, visiblemente consternada.

La miré, mis ojos negros llenos de toda la rudeza, el ridículo y los secretos que había soportado y conocido.

—Sí, Amalia. Precisamente por cómo has sido conmigo es por lo que lo hice.

Después de esa amarga escena, no me volvió a hablar excepto para cosas esenciales y eso me venía de maravilla, además asistía a las siguientes guardias puntualmente, haciendo un trabajo impecable, hasta que la encontré muerta.

—No la maté —miré a Mark directamente a sus ojos burlones y curiosos.

—Oh, vamos. La odiabas, era una perra contigo. Simplemente sufriste un ataque de furia y zas —dijo, haciendo un gesto con la mano como si le cortara la garganta.

—A veces puedes ser realmente infantil, ¿sabes? —resoplé—. Y no, no la maté. Cuando la encontré llevaba muerta cinco horas. Yo había estado aquí, en el hospital desde las ocho de la mañana, estaba en la sala de pediatría, muchos padres de los pacientes son testigos. Además, según el informe del perito, el asesino es un hombre —respondí con un pequeño tono de superioridad.

Mark entrecerró los ojos, parecía querer atravesarme con la mirada, sostuve su mirada hasta que se cansó y apartó la vista.

—Si alguien debería ser sospechoso, eres tú. ¿No crees?

Se echó hacia atrás sorprendido.

—¿De qué estás hablando? —preguntó, visiblemente asustado.

—Eras uno de los muchos amigos con derechos de Amalia. No lo niegues —me apresuré a decir, viendo que abría la boca para protestar—. Puedes engañar a cualquiera, pero no a mí. Siempre la llamabas al celular, se mandaban mensajes, entrabas a nuestra habitación muchas veces cuando pensaban que yo estaba dormida...

Lo vi palidecer, parpadeando rápidamente, y una fina capa de sudor comenzó a formarse en su frente.

—El día antes de que muriera, los vi discutiendo en el estacionamiento. Parecía que se decían unas cuantas barbaridades, pero no le dije eso a la policía.

Frunció el ceño mientras seguía mirándome. Le di mi sonrisa más forzada, apretando los labios.

—Eres un egocéntrico, Mark, pero... ¿también eres un asesino?

Bebí mi refresco lentamente mientras lo miraba de abajo hacia arriba, no puedo negarlo, disfruté viendo al poderoso Mark Montalvo temblar dentro de sus costosas zapatillas Converse.


—¿Qué te parece si estudiamos juntos? —ofreció Yunior—. El examen estatal está muy cerca y creo que necesitarás algo de ayuda.

Le miré con el ceño fruncido mientras le sacaba la lengua.

—Para nada. Voy a estar bien, ya he hecho resúmenes de los temas más importantes de Ginecología y Pediatría. A medida que avance la rotación de Cirugía, me aseguraré de resumir lo más relevante y haré lo mismo con Medicina Interna.

—Ok, ok, veo que mi ayuda no es deseada ni necesaria —rió. Yunior era uno de los pocos a los que consideraba mis amigos entre mis compañeros de clase. Era un chico jovial, sonriente y agradable. Su cabello era castaño y sus ojos negros, cuando sonreía aparecían un par de hoyuelos muy lindos en sus mejillas.

A decir verdad, me gustaba mucho.

Capítulo anterior
Siguiente capítulo