1. Nada que perder.

Vivir sola no es lo peor. Lo peor es cuando te das cuenta de que nadie, absolutamente nadie, te está esperando en ningún lugar.

Mi nombre es Cat. Treinta años, una lista de fracasos amorosos que da para trilogía, y una carrera literaria tan invisible como mis orgasmos. Vivo en un departamento diminuto en el centro, con paredes tan finas que puedo escuchar a mi vecina discutir con su gato. Y escribo. O finjo que escribo. Porque, seamos honestos, nadie quiere leer novelas eróticas escritas por una mujer que no ha tenido sexo en ocho meses.

Mis dedos repiquetean sobre el teclado, pero no escriben nada. Solo danzan en un ritmo vacío mientras la pantalla brilla con un documento en blanco. Tengo el Word abierto como si fuera una promesa que jamás se cumple. A veces, solo lo dejo ahí para sentir que soy escritora. Como si el título bastara. Como si bastara con soñar.

Resoplo. Me levanto. Me preparo un café instantáneo con la resignación de quien no espera nada mejor. Me miro al espejo: pelo desordenado, ojeras por no dormir bien, un cuerpo que no está mal pero que nadie toca. Me gustaría ser una de esas mujeres que se sienten deseadas solo por existir. Yo... tengo que esforzarme. Y aun así, parece que nadie se fija.

Pero hay algo en mí que no muere. Una parte romántica, casi ridícula, que todavía cree que un día algo va a cambiar. No creo en el amor, no como lo pintan. Pero sí creo en los instantes. En las miradas que se sienten como caricias. En las palabras que se meten bajo la ropa. En eso sí creo.

Hoy es martes. Salgo a caminar. Mis zapatos están gastados, como mi fe. Entro a una librería solo por rutina. Libros viejos, olor a papel, una calma silenciosa que siempre me abraza más que cualquier hombre.

Y ahí está él.

De espaldas al mundo, con un libro entre las manos, alto, elegante, vestido de traje negro como si acabara de salir de una reunión con Dios. Pelo oscuro, corto, prolijo. Manos grandes. Postura imponente. Me detengo. No sé por qué. No soy de esas mujeres que miran hombres en la calle, pero este no es cualquier hombre. Hay algo en él. Un aura. Una presencia. Como si lo supiera todo y no tuviera que decir nada.

Él se da vuelta.

Y me mira.

No como se mira a una extraña. No como se mira a una mujer del montón. Me mira como si me conociera. Como si supiera exactamente lo que escondo debajo de mi ropa y de mis miedos.

Mis piernas se congelan. Él sonríe. Apenas. Una curva leve en los labios. Como si supiera que con eso basta. Dios. Tiene los ojos más profundos que vi en mi vida. Grises. O azules. No lo sé. Son como tormenta a punto de estallar.

—¿Te gusta ese libro? —me pregunta. Su voz... su voz es como terciopelo caliente. Grave. Perfecta.

Miro mis manos. Sostengo un libro que ni siquiera leí. Me río nerviosa.

—Sí. Bueno. No lo terminé. Recién lo agarré.

Él asiente, como si todo en mí le resultara entretenido. Da un paso hacia mí. El olor a perfume caro, madera y algo que no puedo nombrar me envuelve. Estoy embobada. ¿Esto está pasando? ¿Me estoy inventando esta escena?

—John Blackwood —dice, extendiendo la mano.

Dudo. La tomo. Su piel es tibia. Su contacto, eléctrico.

—Cat —respondo. Ni siquiera digo mi apellido. No tiene sentido.

—Bonito nombre. ¿Corto de Catalina?

—No. Solo Cat. Como los gatos.

Él sonríe. Y me observa. Me observa como si pudiera abrirme con la mirada.

—Entonces espero que seas tan escurridiza como uno. Me gustan los desafíos.

Mi garganta se seca.

¿Eso fue un intento de coqueteo? ¿Me está coqueteando a mí? ¿El hombre más perfecto que vi en la vida? Mi yo racional me grita que debe ser una broma. Que seguro hace esto con todas. Que estoy interpretando mal. Pero mi cuerpo… mi cuerpo reacciona como si él ya me hubiese besado.

—Fue un placer, Cat. —Se inclina ligeramente, a lo caballero—. Te dejo esto.

Saca una tarjeta de su bolsillo. La pone dentro del libro que yo tenía. Me mira una vez más. Y se va.

Así.

Como un huracán.

Me quedo inmóvil. Como estúpida. Tomo el libro. Lo abro. Dentro está su tarjeta. Letras doradas.

John Blackwell

CEO – Blackwood & Co.

Abogado. Filántropo. Empresario.

El tipo no solo es sexy. Es un maldito magnate.

Camino a casa como flotando. Mi pecho late con fuerza. Mis piernas tiemblan. Mis dedos aprietan su tarjeta como si fuera un talismán.

No creo en el amor. No creo en las coincidencias.

Pero algo me dice que esta historia… va a romperme.

O a salvarme.

Y si me va a doler… que duela con estilo.

Siguiente capítulo